«En la taberna de azulejos blancos, con sus espejos turbios/como presentimientos,/ ante la mirada sin fijeza del camarero que no cree en los/ futuros,/ el temor al futuro se disuelve en un vaso mal lavado./ El aire del verano mueve aquí las páginas desordenadas/del libro sin guión de tu desasosiego.»
Desde más al sur de Portugal llegan estas palabras paridas por el poeta y escritor Felipe Benítez Reyes. ‘Lectura de Lisboa’ se llama el poema incluido en su imprescindible ‘Las identidades’, y pocas veces, quizás desde el mismísimo Pessoa, Lisboa no ha tenido rimas más hermosas. Poesía para despertarnos, poesía con «poder terapéutico y cuyos utensilios son capaces de contribuir a la rehabilitación de un edificio social menoscabado». Son palabras de poeta y también de Premio Cervantes. José Manuel Caballero Bonald exhortó así, desde el púlpito alcalaíno, a príncipes, presidentes, ministros, académicos y pueblo raso a entender la poesía como un bálsamo de Fierabrás que aplicar cuando todo alrededor se vuelve dolor y lamento. No duden de que al noventa por ciento de quienes allí estuvieron el discurso jerezano supuso lo mismo que el impertinente aleteo de una mosca. Es decir, una molestia de unos segundos. Tragada la saliva, colgado el frac y adiós muy buenas.
Pocas horas después la poesía quedó orillada por esas vergonzosas cifras de paro de las que nadie se responsabiliza, ni los de antes, ni mucho menos los de ahora que, como Sancho, soñaron con una Barataria en la que, una vez suya, chasquear los dedos y hacer que las historias del desempleo se fuesen esfumando. Ya lo habían hecho una vez, decían. Pero la realidad siempre es más tozuda que los sueños y hasta las promesas palidecen frente a esa persistencia de lo real. Persistencia que cada vez más se convierte en resistencia, y ante eso es ante lo que estamos, ante una sociedad en estado de resistencia, encorsetada por bancos y políticos soñadores que siguen sin poner los pies en el suelo para olfatear el desasosiego general.
Nuestros vecinos lusos saben mucho de desasosiego, y así llevan poniendo patas arriba el país durante los últimos meses, cargados de agonías ante la inmoralidad procedente de Europa, de esa Troika recortadora, salvaje e inhumana a la que saludan en cada manifestación con un Que se lixe a Troika (Que se joda la Troika). El jueves fue 25 de abril y eso en Portugal son palabras mayores. Día de claveles y libertades que ahora son pisoteados. En el de 1974 se sabía donde colocar esos claveles, ahora, hasta el simbolismo está en crisis. Las calles de Lisboa volvieron a llenarse como lo hicieron entonces cuando escucharon la señal convenida en forma de canción, aquella ‘Grândola, Vila Morena’ de José Zeca Afonso que ya se había convertido en un melancólico canto al pasado y que ahora la Troika y el gobierno luso han vuelto a aupar al número uno de las listas de éxitos, como ese temible futuro disuelto en un vaso mal lavado, y así con todo lo que pueda servir para sortear la palabra miseria, como esa ‘raspadinha’, una lotería rápida que puede ofrecer un sueldo para todo un año y que forma colas en los estancos. Todo un lujo que a muchos les puede permitir dar de comer a sus hijos más allá de los comedores escolares y hasta acudir a unos servicios de urgencias que cuestan 20 euros la visita.
Rabia y más rabia es lo que se rastrea en esas manifestaciones al otro lado de la raia, ciudadanos que bucearon contra el Everest y se ahogaron en esta Iberia enunciada por Saramago como un sueño en piedra con más lógica y altura de miras que la de estos pacatos dirigentes peninsulares arrodillados ante el rodillo germano, el verdadero, no el que nos distrae con la lucería futbolística. Siempre, pero más en estos días agitados, se echa en falta la espigada figura del escritor de Azinhaga. Eso sí, cada vez la vemos y sentimos más mimetizada en la imagen de su luchadora mujer, una Pilar del Río conmovida por la resistencia de un pueblo orgulloso que se niega a bajar la testuz y sigue gritando en la calle, el lugar en el que desde antiguo se solucionan las revoluciones, incluso por encima de las recién llegadas redes sociales. Y allí, en La Baixa, en esa esplendorosa Casa dos Bicos, sede de la Fundación José Saramago, se enarbola durante esta semana un gran clavel rojo acompañado de la frase 25 de abril, Sempre! Una inmarchitable bandera en la proa de una Europa repleta de camarotes bastardos ante los que los náufragos del sistema se agolpan para que les dejen entrar en busca de lo único que siempre será suyo: la dignidad.
Publicado en Diario de Pontevedra 27/04/2013
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