Todavía asentado en la memoria aquel estremecedor relato que conformaba
‘La lluvia amarilla’, a él se le une ahora ‘Las lágrimas de San Lorenzo’. El
último libro de Julio Llamazares arma de nuevo un refugio para el ser humano,
en esta ocasión bajo la bóveda celeste, manto atemporal en el que si miramos
hacia él podremos reconocer las presencias y las ausencias que han jalonado
nuestras vidas. Otra...
El autor, a través de ese milagro que es la literatura, las ha convertido
en estrellas fugaces, en lágrimas de veranos en los que uno suele ser feliz,
sobre todo aquellos que permanecen en el recuerdo, pero en los que pervive
siempre el peligro de que esa felicidad se torne melancolía y hasta dolor.
Dolor por la ausencia y melancolía por un tiempo que fue y que ya nunca volverá
a ser. Las imágenes de un pasado que se nos cae como esas lágrimas de San
Lorenzo es la feliz metáfora que da sentido a un libro estremecedor y lleno de
momentos vibrantes, de esos que al lector le obligan a tomar aire antes de
continuar el camino de la vida de ese profesor de universidad trashumante,
tanto en geografías, como en mujeres y amigos, pero al que siempre le quedará
un refugio seguro en esa Ibiza en la que el clan familiar y la naturaleza son
el útero al que regresar ante las dudas y los miedos, en definitiva, ante el
devenir de un tiempo que se nos escapa de las manos. Otra...
Con todos esos ingredientes nos encontramos a un autor en estado de
gracia que nos toca con su varita mágica y nos abduce desde las primeras líneas
de la novela. Y es que cuando el autor leonés maneja la memoria y el olvido se
convierte en uno de nuestros mejores escritores. Cada una de sus líneas se
convierte en uno de esos asideros que solo la literatura es quien de
ofrecernos, una de esas puertas a la vida y, por qué no decirlo, también a la
esperanza en tiempos de desesperanzas. Otra...
Padre e hijo sentados ante un Mediterráneo cargado de legendarias gestas,
bajo un cielo iluminado con destellos de otras vidas y con los olores de una
naturaleza que son los olores que dan sentido a toda una vida, y los que nos
acompañarán hasta el final. A partir de ahí una frase, de las muchas que se
podrían extraer del libro, resume todo lo que en él se contiene, hasta el punto
de convertirse en una especie de mantra que subyace por toda la narración. “Nos
pasamos la mitad de la vida perdiendo el tiempo y la otra mitad queriendo
recuperarlo”, es lo que le dijo su padre al protagonista de la novela, y que
luego él enarbolaría como una bandera ante la presencia y los tiempos
compartidos, no tantos como hubiese querido con su hijo. Tiempo y más tiempo es
la gran condena de nuestra vida, la que marca indefectiblemente nuestras
conductas. Un tiempo con cuyo paso aprendemos cuestiones que antes
despreciábamos, sentimos percepciones antes incomprensibles y afianzamos lazos
en los que nunca habíamos reparado. Es parte del aprendizaje con los demás y
con nosotros mismos, la escuela de una vida que marca sus propios tiempos y a
los que solemos llegar tarde. Otra...
Julio Llamazares suele pellizcarnos con sus historias, capacitado para
conseguir que el lector se pregunte sobre, no solo por lo que sucede en las
páginas, sino lo que sucede en cada una de nuestras vidas. A través de este
profesor uno no puede dejar de pensar en su propio discurrir por este
mundo, en las relaciones con quienes
hemos tenido contacto y con quienes ahora tenemos relación. Manejándolo nos
preguntamos también por el futuro, por cómo se comportarán esas estrellas que
cada uno tiene en sus vidas y que van cayendo siempre que reparemos en ellas,
buscándonos a nosotros mismos. Una tras otra, y otra, y otra, y otra...
Publicado en Revista Diario de Pontevedra 26/05/2013
y El Progreso
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