Teresa Brutcher se libera en su estudio, en el cercano ayuntamiento de Poio,
y contempla desde él maravillosos paisajes, evocadoras vistas de las que es
capaz de abstraerse para componer sus cuadros, sabedora de que su paisaje es
otro, el de la figura humana, un ‘tour de force’ creativo que ofrece como
resultado una pintura de corte realista pero en la que confluyen muchos más
elementos que la engrandecen y le otorgan esa densidad conceptual que le
confiere el verdadero valor como obra de arte, como expresión pictórica y todo
ello a través de un paisaje humano tan interesante como evocador y sugerente de
lo que significa nuestra condición de seres vivos, con nuestras actitudes,
traumas, banalidades, inseguridades, miedos y con el paso del tiempo como
ejecutor máximo de todo aquello que nos sucede y sucederá. Las diferentes
series que componen su trabajo van a servir a Teresa Brutcher para, desde el
hiperrealismo que practica, aproximarnos al ser humano, valiéndose de él como
arma con la que exortizar sus propios demonios. No es cuestión de psicoanalizar
a la autora a través de su obra pero como todo creador a partir de su creación
se puede rastrear diferentes perspectivas de aquello que se evidencia como
motivo de preocupación o interés por parte, en este caso, de Teresa Brutcher.
Contemplar sus series de personas que abordan temas como el de la juventud y la
vejez, no es más que enfrentarse al paso del tiempo, a cómo lo bello no deja de
ser algo fugaz que no dejará de marchitarse; el tradicional tema pictórico de
la vanitas que Teresa Brutcher sabe resituar en nuestro tiempo a través de
diferentes guiños pop con la inclusión de elementos icónicos de la actualidad
que llenan de sugerencias, pero también de críticas, a este tipo de trabajos,
cuya intención conceptual también se evoca en una simbólica serie que tiene a
las flores como protagonistas.
Pero si el paso del tiempo es fundamental en toda su obra también lo serán
elementos como la soledad o la incomunicación, muy presentes en varias escenas
donde los personajes, pese a su proximidad parecen no tener relación alguna
entre ellos, o con la denuncia de situaciones que por desgracia en nuestro
mundo parecen ya haber sido asumidas como cotidianas, y me refiero a la
violencia, el maltrato, la pobreza o la represión y que la artista expone con
total crudeza, exhibiendo frente al espectador diferentes situaciones en las
que el ser humano aparece condenado por su propia conducta en la vida.
Consecuencias que obligan a nuestro rearme moral y a que nuestro pensamiento se
involucre de manera decidida con el tema representado. Nuestras vidas están
siempre llenas de equilibrios, de funambulismos en los que debemos movernos y
finalmente superar dentro del inevitable proceso de aprendizaje. Algo que no es
más que una parte de esa lección que la existencia nos ofrece día a día, aunque
en demasiadas ocasiones no seamos conscientes de ella. Teresa Brutcher también
nos va a situar ante ese momento a través de una serie en la que varios jóvenes
aparecen caminando sobre cuerdas, hermosa metáfora de dicha situación, y en la
que vemos como convive, por un lado, esa representación de la realidad hasta la
extenuación, la captura de lo real hasta el último fragmento con ese halo de misterio
que sitúa a esas figuras sobre esas cuerdas. Una mezcla de ficción y realidad
que aborda esa barrera de lo artístico lleno de sugerencias e incertidumbres, siendo
aquello que distorsiona la mirada del espectador, que previamente había visto
algo bello y perfectamente reconocible con lo que sentirse plenamente a gusto, lo
que suscita nuestra atracción. Esto no le basta a Teresa Brutcher que va a
necesitar algo más, y ese más es algo tan relativamente simple como ahondar en
el misterio de la pintura. En ese abismo al cual ella misma puede abocarse de
no lograr captar la obra su interés, ese que le lleva jornada a jornada a
escrutar el paisaje humano en el interior de un taller desde el que no siempre
lo que se ve es hermoso.
Más información en la página web:
Texto extraído del catálogo 'Diálogos na pintura. Na beira do río. Teresa Brutcher-Ana Seoane'
Fotografía Alba Sotelo
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