Todos los retazos de una vida que ésta le puede presentar a un hombre,
desde el día a día hasta sus proyectos profesionales, derivan en la primera
novela de Jonás Trueba (Madrid, 1981). Una obra que no puede leerse ajena de la
que fue su primera película ‘Todas las canciones hablan de mí’ y de la recién
finalizada ‘Los ilusos’. Cualquiera de estos tres discursos responde a una
misma manera de entender la creación, siempre ajena a pretenciosas estupideces
para plantarse en las calles y ambientes en los que se desarrolla la vida real
para poder extraer de ella pequeños pasajes que, unidos, forman el puzle de
una vida, que bien podría ser la de cualquiera de nosotros.
Esa suerte de naturalismo hace que el lector inmediatamente se encuentre
muy cómodo ante sus palabras, ante esa evocación de diferentes situaciones a
las que cualquiera de nosotros no es ajeno. ¿Quién no teme a lo que puede
llegar a la vuelta de la esquina?, ¿quién no ha encallado en sus relaciones
personales?, ¿quién no está lleno de incertidumbres ante sus retos
profesionales? Jonás Trueba en estas pocas páginas es capaz de crear un retazo
de vida, una existencia que se palpa en cada una de esas líneas que saben a
verdad y en las que el autor, afortunadamente, no renuncia a mostrar aquello
que sucede a su alrededor. Y así es como asistimos a las relaciones del
narrador con sus compañeros, a la ilusión por construir su propia vida en una
de esas etapas claves para la configuración de la persona, momento en el cual
la juventud empieza a ser un lastre, una piel que se desprende de nuestro
cuerpo, para comenzar una nueva vida, ni mejor ni mejor, sencillamente
diferente, y responder así a nuevas inquietudes y percepciones de eso tan
difícil como es la realidad.
Jonás Trueba abre así el debate a la pérdida de la inocencia, a la
configuración de una nueva ilusión que cierra una etapa al mismo tiempo que
abre otra, y para ello construirá todo un relato a través de una aparente
ligereza. Pequeños párrafos que van tallando la vida como si de un diamante se
tratase, lleno de caras, aristas en las cuales uno puede llegar a hacerse daño,
pero que, a la vista del conjunto, finalmente lo que nos ofrece es belleza.
Sorprende como un autor tan joven tiene tan claro (o eso aparenta) la
concepción de esta obra facetada, llena de exactitudes y donde rara vez sobra
una palabra. Una concisión muy de agradecer ante los soliloquios que muchos
autores generan, más que como propuesta literaria como exhibición de algo que
no se sabe muy bien que es. Aquí todo es visible y así aquello de lo que se nos
habla, tanto del ambiente genérico (como puede ser la situación social del
país, la irrupción del 15-M), como el ámbito individual (con las relaciones con
mujeres o amigos), sabemos de qué se trata por no estar en absoluto alejados de
esa vida de la que al fin y al cabo todos formamos parte. Cuando vimos ‘Todas
las canciones hablan de mí’, muchos nos quedamos asombrados y enganchados a
aquellas imágenes que destilaban frescura y humildad, historias de una calle a
la que pertenecemos. Ahora nos sucede lo mismo con su literatura en la que
reconocemos tanto la construcción de una vida, como la de las vidas de todos
nosotros.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo
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