APROXIMARSE A Antonio Muñoz Molina únicamente se entiende a través de la
frase de Antonio Machado «Sólo recuerdo la emoción de las cosas», que el propio
autor emplea como cita en la apertura de su novela autobiográfica ‘El viento de
la luna’. Hablo de emoción por cómo este escritor vive su oficio; por cómo lo
desarrolla en su faceta pública y docente; por cómo se posiciona en nuestra
sociedad a través de su compromiso con el ser humano; por cómo lo transmite a
sus seguidores a través, ya no solo de sus novelas, sino desde sus artículos y
comentarios, tanto en prensa como en las redes sociales de las que, como
muestra de su inteligencia, no reniega y alimenta constantemente como hilo
directo con sus lectores.
Sus últimas publicaciones confirman lo referido en esas líneas anteriores
y nos muestran la diversidad de acción de un autor que ya no solo lo es de
novela, como lo fue en los años en que se dio a conocer con trabajos tan
importantes como ‘El invierno en Lisboa’, ‘El jinete polaco’, ‘Plenilunio’ o
‘Sefarad’, solo por citar un póker de obras ya asentadas en lo mejor del género
en nuestro país. Así es como su último ensayo ‘Todo lo que era sólido’,
publicado este mismo año, ha sonrojado a nuestra sociedad por como escruta
aquello en que se ha convertido este país, situándolo ante el cruel espejo del
tiempo, aquel en el que hace solo unos pocos años nos reflejábamos hermosos e
invencibles y ahora nos vemos como nos vemos.
En otro ensayo, publicado unos meses antes, ‘El atrevimiento de mirar’,
encontramos una colección de conferencias o textos escritos desde su otra gran
pasión, el arte (posee la
Licenciatura en Historia del Arte), para seducirnos con su
osada manera de mirar la obra de arte, fruto no solo de un instante de
inspiración, sino de un sinfín de circunstancias que gravitaron en torno a su
autor, como ahora lo hacen ante nosotros, encerradas en su marco. Esas miradas
son también las que cada semana nos abren nuevas perspectivas de libros
escritos por otros, de exposiciones, ciudades o personajes, en definitiva, de
todo aquello que toca al escritor y que como buen ‘flaneur’ necesita ver y
contar. Y así lo hace, permítanme la opinión personal, como nadie, en su
artículo semanal en el suplemento Babelia de El País (recuperen el del pasado
sábado sobre Caravaggio y el periplo que lleva realizando desde hace años por
diferentes urbes para conocer todos sus cuadros, se lo digo porque desde que lo
leí forma parte de mi mural de imprescindibles, una inspiradora compañía en
cada jornada laboral). Y es que las
palabras de un escritor son muchas veces terapia contra el devenir diario, un
bálsamo que aplicar cuando las tinieblas acechan.
En el año 2011 nos ofreció ‘Nada del otro mundo’, una colección de
relatos más o menos breves en un género que apasiona al autor. Fiel devoto de
Alice Munro y de tantos otros creadores de relatos de los que imparte su
magisterio en cursos de creación literaria en español en la Universidad de Nueva
York, ciudad en la que pasa la mitad del año desde que fuera allí director del
Instituto Cervantes. Ese estar con un pie a cada orilla del Atlántico le
confiere una límpida posición para analizar a este país y al ser humano, al fin
y al cabo, el motivo último de todo cuanto escribe.
Cuando publicó esa selección de relatos sus lectores todavía nos
estábamos recuperando de la impresión de la que hasta el momento ha sido su
última novela ‘La noche de los tiempos’ (2009), una obra monumental, más que
por su extensión por la hondura narrativa y de tratamiento de los protagonistas,
al plantear el tema de la
Guerra Civil y sus consecuencias de manera audaz y alejada de
los maniqueísmos que tanto abundan en nuestras letras cuando se acercan a la
herida guerracivilista.
Son estas últimas cuatro presencias literarias las que evidencian la
proximidad de Antonio Muñoz Molina a lo que le rodea, aquello que un jurado
traduce fríamente como: «una obra que asume admirablemente la condición del
intelectual comprometido con su tiempo».
Formalismos aparte, Antonio Muñoz Molina es emoción, desde sus escritos
hasta el momento en que coloca en nuestras manos textos como ‘Los adioses’ de
Onetti u ‘Otra vuelta de tuerca’ de Henry James, simplemente, para que
recordemos la emoción de las cosas.
Publicado en Diario de Pontevedra 6/06/2013
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