A mi lo que me pedía el cuerpo hoy era contarles algo sobre James Gandolfini, el que eternamente será Tony Soprano, pero, entre que ayer mis compañeros lo honraron con su imagen en esta misma página y que no iba a ser quien de escribir algo mejor que lo publicado por Carlos Boyero en El País, pues el sonrojo que me evito. Y además, a esta gente hay que loarla como se merece, es decir, visitando sus trabajos, ni con cascadas de epítetos ni con palabras llenas de sentimientos, así que me espera un verano (bueno, primero todos lo esperamos a él) glorioso, recorriendo las seis temporadas de Los Soprano en uno de esos viajes catárquicos que solo el arte, y esta serie es puro arte, es capaz de ofrecer al ser humano. Ya nadie duda de que las series norteamericanas, precisamente desde que la HBO estrenara Los Soprano en 1999, comenzaron una carrera que ha superado al cine por varios cuerpos de ventaja. La creatividad de los guionistas, el cuidado en la producción y la diversidad de narraciones y ambientes han propiciado que la televisión repita un proceso con el que ya se posicionó en los Estados Unidos en los años cincuenta, acosando a las grandes pantallas y poniendo contra las cuerdas al star-system de Hollywood. Aquel irrepetible sistema de estudios, finalmente resistió y es ahora, tras respirar tranquilamente durante varias décadas, cuando vuelve a sentirse acosado por un nuevo tiempo en esto del espectáculo y la recepción por parte de los espectadores. De saber responder a este desafío dependerá su futuro, un futuro del que hay gente que ya no quiere saber demasiadas cosas y así es como José Luis Garci, en una entrevista publicada en la revista Jot Down Magazine, realizaba un anuncio casi sin querer, como dejándolo descorrer en los títulos de crédito para mayor gloria de la entrevistadora, Ángeles González Sinde. Sí, le suena a ministra a que sí, pero no se acuerdan de ella. No busquen otro resumen mejor de su paso por el Ministerio de Cultura. Pues Garci, al que uno podría leerle sus entrevistas durante horas y escucharle hablar de cine, libros, fútbol, ciudades o boxeo durante días, se ha dejado llevar por la espiral de esta mal entendida modernidad que se está llevando por el desagüe pantallas y maneras de entender el negocio del cine, proclamando, con su habitual pausa al estilo Dreyer: «No volveré a hacer cine, y lo digo con nostalgia jubilosa». Lo que suena un poco a aquello de las muñecas de Famosa que iban al portal en su Navidad jubilosa. A Garci le sienta muy bien la nostalgia y su cine la ha ondeado alegre y orgulloso. Defensor de su manera de entenderlo, maestro de un programa de Televisión que tanto se echa hoy de menos, Garci siempre me ha caído muy bien, y lo digo de entrada, para fijar posiciones y para que empiecen a darme palos si quieren. Siempre ha estado muy mal visto en este país seguir a Garci-la factura del primer Oscar de nuestro cine es tan alargada como la del propio Tony Soprano-. Su cine, con el permanente fundido con el cine clásico quizás no encaje bien con este tiempo que cierra salas a destajo, mastica palomitas en dolby surround y su público wasapea de manera incontenida mientras la proyección llega a su clímax. Un cáncer que en un par de semanas, tras las salas de Pontevedra ha esquilmado los Valle-Inclán compostelanos y los Cine-Box de las Burgas. De nuestra oscuridad solo se han salvado las butacas resucitadas en Seixo para mayor gloria de los estertores del inalcanzable verano y de uno de esos cines en los que brama la temible linterna del acomodador. Aquí acabamos. Fundiendo en negro, como Tony, y como Garci tantas veces.
Publicado en Diario de Pontevedra 22/06/2013
Ningún comentario:
Publicar un comentario