La beca de residencia que, de manera plausible, se mantiene por la Fundación RAC sigue
dando sus frutos a través de la plasmación de la realidad que nos rodea a
través del arte, a partir de la experiencia de artistas foráneos que trabajan
en un territorio diferente al que es habitual en ellos. Esta exposición, que
permanecerá en nuestra ciudad hasta el mes de febrero, es la última
materialización de esas vivencias y corre a cargo de la artista mexicana Sofía
Táboas. En ella Galicia se convierte en fructífera materia, inspiración y obra.
Se entra en la
Fundación RAC como quien accede a un bosque, a una de esas
fragas en las que el hombre se encuentra inmerso en la naturaleza, de forma
íntima, misteriosa, llena de incertidumbres. Aquí las hojas y ramas son pieles,
restos de un proceso industrial inherente a nuestro sistema económico y
cultural, que pasa a formar parte de esta creación artística para activar
nuestros sentidos: olfato, vista o tacto. Ellos actúan como referentes de la
memoria a través de la experiencia de la creadora mexicana Sofía Táboas, quien
rememora las vivencias de su infancia reactivadas durante este año desde la
beca de la Fundación
RAC. Sus paseos por la naturaleza gallega han generado
diferentes trabajos llenos de profundidad, de una conceptualización del
territorio y la experiencia que puede parecer sencilla, casi ingenua, pero es
esa ingenuidad, la de la niña que corría por corredoiras, saltaba entre los árboles,
jugaba con elementos de la naturaleza y recogía aquello que le provocaba
interés, en la que reside su éxito. Practicamente lo mismo que ha hecho durante
este verano en el entorno de Beade, patria paterna, y que aquí se evoca como
refugio artístico.
Tras cruzar ese bosque la artista nos ofrece algo de esa alquimia también
muy gallega, al crear nuevas piezas surgidas de la naturaleza desde la comunión
de minerales y elementos del entorno natural con otros surgidos durante el
proceso de materialización de las piezas. Pequeños guiños a la producción, al
juego de crear que finalmente derivan en unas piezas casi mágicas que como una
suerte de deidad se ven colocadas casi sobre un altar. Ante ellas un vídeo
recoge la realidad de lo vivido, la visión tomada en plena naturaleza. En ella
árboles, helechos, musgos o piedras simbolizan lo que es la esencia de nuestra
identidad, el silencio evocado por nuestra madre naturaleza a la que rinde
homenaje esta creadora a través de su propio paisaje, a través de una mirada
que se ha convertido en el latido de la memoria.
Identidad
Un vídeo en la planta baja de la Fundación RAC nos desvela todo aquello que ha
motivado el resto de la exposición, que no es más que la interpretación hecha
por Sofía Táboas del paisaje convocado por la memoria y la experiencia familiar
en la ‘ ruta dos bolos’, entre Pena Corneira y Abelenda, en la ourensana
comarca del Ribeiro. Sentados unos minutos ante esa imagen entendemos la
fascinación que ese ambiente ha causado en la artista y cómo fácilmente esas
sensaciones han podido convertirse en reflexión artística bajo el título de ‘Piedra
principio’, una suerte de canto al origen, de exaltación del territorio común a
todos nosotros pero cuyas ramificaciones llegan allén del Atlántico. Estas
afortunadas becas de la
Fundación RAC siguen propiciando la reflexión acerca de
nuestra identidad por parte de artistas en principio ajenos a nuestro
territorio. Aquí, esa identificación se acrecienta con la interacción de
entidades como la firma de moda Purificación García o la pontevedresa Escuela
de Diseño y Moda, Esdemga. El trabajo con elementos procedentes del proceso
textil, además de sus valores como materia prima, viene a exaltar las
potencialidades de esa industria en nuestro país que la artista, de manera
brillante, adapta como sustituto de la naturaleza, como evocación de un bosque
que nos va a sorprender por la capacidad para alentar nuestras percepciones. El
arte, tradicionalmente reflejo de la realidad, aquí supera esa condición
generando un ecosistema con infinidad de matices, de miradas que se van
descubriendo a medida que recorremos la muestra, participando de la propia
espacialidad de la sala y hasta del paso de las horas a lo largo del día.
Pieles, piedras y algún guiño irónico son argumentos suficientes para dejarse
llevar por esta naturaleza reinventada, por la aceptación de una memoria como
sustento de una obra artística que une las dos orillas del Atlántico a través
de un paisaje inspirador.
Publicado en Diario de Pontevedra 17/11/2013
Fotografía Alba Sotelo
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