Han sido ya varias las aproximaciones que he realizado a este texto
febril, descarnado y punzante desde el mes de marzo, en el que conquistó el
prestigioso Premio Loewe de poesía. Aproximaciones de esas que hace tiempo no
te encontrabas a la hora de establecer una relación con un libro y su posterior
comentario, ya que tras su lectura uno se siente vacío y azorado por la fuerza
de las palabras y lo descarnado de lo que en él aborda su autor, Antonio Lucas.
«Todo estaba pactado menos la poesía», escribe en uno de sus poemas, y en
esa frase se resume de manera brillante la capacidad de la poesía para
convertirse en lo inesperado, en ese abismo ante el que uno se planta en la
búsqueda de preguntas más que de respuestas. La poesía no entiende de
comodidades, menos aun si se ejercita como lo hace alguien que emplea su
literatura para enfrentarse a la sociedad y a sí mismo.
Antonio Lucas, reconocido periodista cultural en ‘El Mundo’, no pocas
veces se sirve de la poesía como coda de sus entrevistas o artículos, pero
también como trampolín para sus columnas desde el que zambullirse en este
entorno nada apacible que nos rodea. Pero lo que sucede en ‘Los desengaños’, se
escapa de ese salto de trampolín, y se convierte en una bajada a la profundidad
abisal con el neopreno colgado en el armario. Y es que precisamente eso parece
ser lo único que se ha dejado el autor prendido en sus armarios al ventear casa
y alma, convirtiendo la poesía en un termómetro de una desesperanza que
estremece tras lo interpretado a sus apenas cuarenta años.
A través de un palpitante lenguaje, de unas frases a las que hay que
volver varias páginas después de haberlas cruzado como un paraje indómito, el
poeta desarma lo vivido y reconstruye ese territorio de la desesperanza, las
frustraciones, el dolor, la pérdida, la ausencia o lo efímero. Un árido paisaje
que, en la primera parte del poemario, te golpea directamente al mentón para ir
recomponiendo lentamente el ademán a través de los capítulos siguientes en los
que diferentes paisajes se abren, articulándose pequeños reflejos, esperanzas
que oradan «la noche de piedra» para perecer finalmente bajo infancias,
soledades, amores, mudanzas, lluvias y despedidas de las que nadie puede ya
escapar.
Tomo aire para concluir esta autopsia de lo leído y suspiro al entender
la magia que solo la poesía es quien de presentar ante el lector para descifrar
esa «suma de intemperies» a las que estamos sometidos en este vagar. Antonio
Lucas completa así un libro asombroso al que todavía habrá que volver
cicatrizadas las heridas. En él quizás no haya respuestas, pero sí preguntas en
las que poder entendernos a nosotros mismos, ahora, que ya no todo está
pactado.
Publicado en Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 6/07/2014
Rozas, cómprate un tambor.
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