Rue Saint-Antoine nº 170
POESÍA. Ya sea como Wladimir Dragossan o ahora como Ladislav Von
Teufel, Rafael Pintos sigue creciendo como poeta, abarcando nuevas dimensiones
y sumergiéndose en otros oceános. Pocos son más sugerentes e inspiradores que
el mar propuesto por Urbano Lugrís. Con él como disculpa, Rafael Pintos nos
invoca ante su mejor poemario.
'Templo sumergido' (1946) de Urbano Lugrís |
Un tránsito por las «comarcas sumergidas», es como podemos adentrarnos en
este poemario firmado por Rafael Pintos, aunque con heterónimo, otro más a
apuntar a una lista que, como hiciera Fernando Pessoa, deja para la
posterioridad una serie de nombres de rotunda sonoridad e inolvidables ya en el
recuerdo de las diferentes vidas de nuestro escritor.
Firmado como Ladislav Von Teufel nos llega el último hatillo de poemas de
alguien que se encuentra cómodo en esa arte métrica. Lector voraz, por este
poemario se despliega todo un imaginario de lecturas, catalizadores de
evocaciones y de fragmentos evanescentes que dejan de serlo en su conjunción y
que, por su propio peso, reposan en el fondo del mar. Y es que ese mar, el gran
mar universal de la cultura, con sus procelosas olas de palabras y pinceladas
es en el que Rafael Pintos ejerce de Poseidón, de demiurgo de un espacio
fantástico, azaroso y surreal.
Vamos deshojando cada uno de esos poemas al tiempo que nos vamos
sumergiendo en un mundo onírico, en un tiempo diferente al de la superficie.
Poco a poco el autor nos va ganando, y aquello que podría parecer un delirio
para nada lo es y en esa fina línea es cuando aparece la poesía eterna, la que
se descuelga de unos títulos sorprendentes y provocadores para luego suavizarse
en cada verso. «Las cadenas del tiempo/engarzan todas las cosas; aquí revientan
las naves/con la presión de un puño, derramen de velas, y el quebranto/de
esperas sobre la noche, acoso de versos indefinidos/bajo la piel del silencio».
Y así es como se celebra ‘El cumpleaños del arenque’, que es el título de ese
inmenso poema, tan frágil como consistente, tan delicado como atemporal. Un
contraste entre el que se sujeta gran parte de este poemario que, a los que
hemos leído muchas de las poesías escritas por Rafael Pintos o por Wladimir
Dragossan, nos parece, sin ninguna duda, el mejor, el más completo, el que se
mueve mejor por la metáfora, por la evocación y por la consistencia, que al fin
y al cabo, es lo que le concede firmeza a una obra de este tipo.
Portada del poemario de Rafael Pintos |
«He escrito este libro de forma automática, los versos me salían de un
lugar que ni yo sé», titulaba mi compañera Sara Vila una entrevista realizada
al autor con motivo de la presentación de este poemario, ‘Cartas de un
submarinista’, hace unas semanas en Pontevedra. Escritura automática derramada
como aquellos surrealistas comandados por André Bretón, el mismo Bretón abogaba
por este tipo de escritura para «asaltar las minas del inconsciente» y así
desafiar a lo establecido, a aquello que pueda llegar a aburrir y este libro,
precisamente, es todo lo contrario, es un canto a la vida, a la fascinación por
sentir, por experimentar, por gozar. En él se reúnen, como convocados para una
bacanal, invitados como la ironía, el erotismo, el sarcasmo, la aventura o el
subconsciente, aunque la lista sería casi interminable, pudiéndose resumir en
vida, pura vida. ¿Y dónde hay más vida que en el mar? Inicialmente de él
procedemos todos como germen de la evolución y a él volvemos una y otra vez como
descompresión de la realidad, como iconografía ancestral de nuestra cultura,
como magma poético y a él vuelve Rafael Pintos como inspiración para alentar
esos automatismos literarios. El mar es la infancia, pero el mar también es el
vaivén de la literatura con Verne tocado como capitán, pero hay otro mar en el
que Rafael Pintos se ha quedado varado desde muchos años y es un mar pictórico,
un mar fantástico e inimitable como fue el ideado y posteriormente pintado por
Urbano Lugrís.
A él debe el poeta esa red que sostiene todo el libro, esa imagen que,
derivada de los cuadros del pintor, se nos aparece como un fantasma en muchos
de los poemas. Como en este final del hermosísimo ‘Selvas de sal’: «...mundo
constante de esporas y lazos,/hogar del sargazo, tiempo de medusas/canto de
sirenas, imperio de arena y ondas celestes». ¡Qué maravilla! el arte generando
un nuevo arte. Una mezcla de disciplinas que se engrandecen entre sí en un
fecundo trasvase de posibilidades.
«Ese onirismo submarino me cautivó», afirmó Rafael Pintos en esa
entrevista. Cierto es que pocos entes sensibles pueden escapar del universo
Lugrís, capaz de evocar mundos tan atractivos que quien ve uno de sus cuadros
no puede apartar la mirada. Una pintura iniciada desde el cielo para acabar
sumergida en una soledad casi metafísica, una infinidad de detalles que nos
convocan ante el altar mágico de la pintura. Caracolas ululando, restos de
embarcaciones, templos sumergidos, medusas, sirenas, leyendas, bodegones
fantásticos, arquitecturas... un mundo sinfín en el que el poeta embarranca su
embarcación como Ulises en Ítaca para dejarse envolver por esas sensaciones,
por una percepción que servirá de sutrato para su narración. Para componer su
propio océano en el que hacer navegar su imaginación a través de unos versos
que también esconden mucho de lo que sucede en la superficie, en este mundo
tantas veces más inhóspito para el propio ser humano que lo habita que el fondo
del mar.
Ahora estos versos son ya botella en el mar y comenzarán a colonizar
territorios y mentes y así es como la editorial Seleer ha visto en ellos un
material interesante para su publicación y tras Galicia será distribuido en el
resto de España y cruzará otro océano para llegar a Latinoamérica. Velas
hinchadas por lo tanto para Rafael Pintos o Ladislav Von Teufel, qué más da,
ambos son poesía, son espíritu y por lo tanto lo que vale es lo escrito sobre
el océano Lugrís.
Publicado en Diario de Pontevedra 9/02/2015
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