sábado, 13 de febreiro de 2016

El Sistema

«Ningún lugar es tan íntimo como el que comparte un escritor con su escritura... Entre un hombre y sus palabras, ninguna frontera es posible».
[‘El Sistema’. Ricardo Menéndez Salmón]


Escritores. Parte de nuestro patrimonio cultural, guardianes creadores de ese último reducto que se parapeta tras los libros para definir y entender al ser humano. Estar con escritores supone asomarse a un barranco de líneas, a un agujero negro de blancos interlineados por los que supura un entorno tantas veces imposible de calificar, complejo de verificar y al que solo la literatura parece tener la capacidad suficiente para hincar el bisturí y mostrar así sus entrañas. Hablamos, claro, de la literatura de verdad, de esa que surge del compromiso con una tradición, pero también con una esperanza balizada a partir de la incomodidad, de esa literatura que a lo mejor no es tan fácil de leer, que te exige, pero que finalmente te produce la satisfacción de haber realizado un viaje complejo del que siempre metes algo en el petate.
Llueve en Compostela, las copas de los árboles que bordean el aeropuerto de Lavacolla se agitan de manera furiosa. Dentro de esa arquitectura de cristal se ve el paisaje como un tormento, como una prueba que superar para llegar hasta esa luminosa Barcelona en la que espera una pléyade de escritores en una armonía sistemática difícil de ver. Quedan unas pocas horas para que se conozca el ganador del Premio Biblioteca Breve de Novela que entrega la prestigiosa editorial Seix Barral. Los motores del avión se empeñan en desafiar a ese Céfiro que juguetea con nosotros y hace que apretemos los puños. Estamos arriba, el primer círculo del infierno superado. El segundo círculo lo marcan los asientos de unos aviones optimizados al máximo. Piernas recogidas e hieratismo propio de la escultura egipcia. Por delante hora y media entre cielos que se van despejando y tiempo para la lectura. Dicen que hay un libro para cada viaje, yo también lo creo. Muchas veces tardo más en elegir el libro que me acompañará durante unos días que la ropa que incluir en la maleta. A este premio hay que ir bien armado, honrando así a una editorial que lleva publicando libros desde 1911, premiando a nombres que ya forman parte de tu periplo vital, y que mejor manera de hacerlo que leyendo la edición conmemorativa del treinta aniversario de la novela Beatus Ille de Antonio Muñoz Molina, impresa de nuevo en un regalo para todos los lectores, para toda la sociedad. El principio de uno de esos escritores que son más que eso, que hacen de lo literario un debate con el sistema. Un duelo permanente con el entorno desde el individuo y por el individuo. 
En un país en el que tanto se edita pero en el que se lee tan poco en relación a otras geografías debemos honrar a quienes hacen de su profesión y pasión un jardín para nuestro recreo. El aliviadero que nos libera durante un tiempo de un devenir diario normalmente monótono y con cada vez menos vías de escape. Una angustia que la literatura permite liberar como la válvula de una olla a presión, de manera gradual, evaporándose todo aquello que nos encierra en nuestra condición de esclavos de un ahora y un entramado urdido por quienes entienden que debemos ser así y, lamentablemente, con escasa respuesta de nuestra parte. Las mejores páginas de un libro son aquellas que dejan la interrogante como señal, como pista para un itinerario que seguir.
Procedemos al aterrizaje y cierro la ópera prima de Antonio Muñoz Molina deslumbrado por ese relato que descubrió a un escritor hace treinta años y pienso que hoy también vamos a descubrir a otro escritor. Literatura que se da la mano a través del tiempo y el espacio. Ondas gravitacionales forjadas a través del compromiso. El del escritor que se inventó un universo en esa Mágina consolidada como cuna literaria en la que establecer un ecosistema de seres asombrosos que te atrapan desde la primera página. ¡Ay, esa primera página en la que ya está todo!
Escritores e invitados comienzan a llegar. Apretones de manos, abrazos y ni rastro de sangre. Consagrados y noveles. Todos forman parte de una especie de comunidad gremial ante la que uno se siente minúsculo. Junto a ellos, como el verde en el ramo de flores, gestores culturales, periodistas, editores, críticos, letraheridos varios y personajes de otras ramas de la cultura conforman el atrezo necesario para el  premio. Llega la hora de desvelar el ganador y es cuando asoma Ricardo Menéndez Salmón. ¿Qué no les suena este nombre? Pues ya están tardando en ir a buscar alguno de sus libros. Una maravilla, un inusual prodigio de autor construido desde el lenguaje firme y medido, un rayo de luz que pretende aliviar la oscuridad. Él, que tanto ha escrito sobre nuestros oscuros, sobre la maldad que nos rodea y asalta a cada segundo, ahora nos presenta una novela de un lugar y un tiempo todavía por llegar. El Sistema es, como el mismo afirmaría en palabras de Coetzee, el trabajo de un «redactor de expedientes de la conducta humana»; la manera de calibrar, como diría otro escritor, Hanif Kureishi, «cuanto dura esta sociedad del hartazgo, la opulencia y la náusea».
Es hora de partir. Galicia está lejos, y cada minuto que pasa más. Disimuladamente salgo de ese espacio mágico en el que he pasado unas horas inolvidables. Un paraíso de escritores que solo se entiende desde el eficaz directorio de varias mujeres, de Elena Ramírez, de Nahir Gutiérrez, de Anna Turon y más amazonas de la literatura. Felizmente sentado en mi avión vuelvo al sistema de Mágina, el sistema de la literatura. Beatus Ille. ¡Dichoso aquel!



Publicado en Diario de Pontevedra 13/02/2016

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