Carmen Romero se convirtió en uno de
los personajes más populares de Pontevedra hasta su retiro en un geriátrico en
el que falleció a los 91 años.
EL
INTERMINABLE listado de títulos nobiliarios que repartía por la ciudad, así
como su estrafalaria indumentaria, configuraron en esta mujer uno de esos
personajes que toda ciudad debe tener como reflejo de su singularidad.
Personajes que identifican a un territorio en el que la proximidad física y
sentimental logra que hagamos cotidiano lo que en cualquier otro sitio sería
una especie de desvarío colectivo.
Pontevedra
siempre ha sido muy dada a este tipo de personas y situaciones, fíjense la que
hemos liado con un loro parlanchín, pero para los que tenemos recuerdo de esta
ciudad desde los años ochenta si había un personaje que llamaba la atención era
el de esta mujer ensortijada, de amplias y coloridas pamelas, que caminaba por
la ciudad arrastrando sus marquesados, ducados y virreinatos. Esa era la imagen
de las décadas finales de su vida, en las que la mente se echó al monte quizás
para aliviar las heridas que la muerte de sus padres, los desengaños amorosos o
la pérdida de sus últimos familiares, en definitiva, el peso que la soledad
deja en el ser humano, habían abierto.
Pero
la conocida como ‘Emperatriz’ tenía un nombre, Mª del Carmen Romero Veiga y era
Doctora y Licenciada en Filosofía y Letras e Historia. Dos carreras, una vasta
cultura y el conocimiento de numerosos países. Es posible que muchos no lo
sepan pero fue docente en el Instituto, una de las primeras mujeres conductoras
de la ciudad al volante de su 600 y redactora de Diario de Pontevedra en la
década de los sesenta, cuando la cabecera de la capital volvió a imprimirse. En
ella firmaba como Maricarmen y sus artículos no eran nada despreciables, es
más, vistos y leídos hoy en día tienen un enorme valor como registro del pulso
de la ciudad, no sólo desde una serie de artículos sobre calles de Pontevedra,
sino, y estos eran los más interesantes, desde aquellos en los que se
aproximaba al mundo laboral de la mujer. Reportajes sobre dependientas de
comercio, operarias en fábricas o la mujer en el deporte, permitían y permiten
conocer cómo las mujeres se adentraban en diferentes ámbitos laborales y sus
condiciones de vida fusionaban el aspecto familiar con el laboral. Ese trabajo,
en el que se destilan muchos componentes reivindicativos sobre la situación de
la mujer, tanto desde las preguntas propias como desde ciertos comentarios que
se insertaban, hacen de este trabajo una labor a reivindicar, como así se hizo
dentro del proyecto local ‘Do gris ao violeta’ en el que se recuperaba la
memoria de muchas mujeres a través de sus resistencias y de sus obras.
Al
Diario de Pontevedra volvía no pocas veces a relatar sus azares vitales, junto
a Chiño y Conchita pasaba horas y horas, en las que desde Ceilán a Seixo, daba
cuenta de sus dominios. Ya eran los tiempos del personaje más que de la
persona, de las manías persecutorias y los delirios de grandeza encarnados en
aquella mujer que deambulaba por Pontevedra, presa de sí misma, objeto, a buen
seguro, de miserables chanzas que no tenían cabida en sus reinos. De él nos
contaba a todos, especialmente a Rafa Pintos, con el que compartió muchos
momentos inolvidables que la rescataban de la soledad, y de ese mundo pensaba
cuando se sentaba en la
Alameda , sola, como en un día de 2008 en la que el fotógrafo
Antonio Costa la captó como tantas veces la habíamos visto, tal y como la
recordaremos siempre, entre los colores de un mundo que le falló.
Publicado en Diario de Pontevedra 23/05/2017
Fotografía gentileza de Antonio Costa
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