Rue Saint-Antoine nº 170
Arte.
La exposición ‘Futuro’ de Jorge Perianes en el Centro
OnFisioterapia supone el final del proyecto curatorial The waiting
Room en el que se han explorado las capacidades de un espacio de
tránsito, sin vocación expositiva, para aproximar a un público
inusual la capacidad del arte contemporáneo para impactar y releer
nuestra sociedad.
The waiting Room nació
de la mano del colectivo Latamuda para desvirtuar un espacio, para
provocar la sorpresa y la reacción de un público, en este caso los
usuarios de una clínica de Fisioterapia en Pontevedra (OnFisio.
Santa Clara, 39), a través del arte contemporáneo. Y todo ello a
partir de una serie de nombres que han establecido un lenguaje
artístico propio, que les está llevando al reconocimiento de su
obra y de su interpretación de la relación del ser humano con su
entorno.
Hace aproximadamente un
año arrancó este proyecto, este itinerario desde lo artístico,
pero desde una descontextualización que pretendía incidir en un
nuevo público, pero también en desafiar a la propia obra de arte y,
más allá, al propio ‘establishment artístico’. Siete artistas
se han prestado a este ensayo, posibilitando siete exposiciones que
siendo diferentes, establecían entre ellas una secuencia lógica de
acción que desemboca en este punto final que paradójicamente se
titula ‘Futuro’. Tras lo visto y hecho toca mirar y hacer
en clave de futuro nos plantea la Latamuda. Tras la mirada hacia la
esencialidad del objeto es momento de propiciar un futuro, parece
querer decir Jorge Perianes. Y es que el proceso expositivo que se ha
parado en Marcos Covelo, Carla Andrade, Juan Fontaíña, Amine
Asselman, Rocío Osorio, Yatir Fernández y ahora Jorge Perianes ha
hecho de la obra diálogo con el espectador, con el buscado, el que
acudía a su llamada como parte de una exposición, pero también con
aquel con el que coincidía en una sala de espera. Un espacio de
tiempos muertos, de paredes vacías y profundas, que aquí han optado
por generar miradas, por la fluidez de ideas y por alentar
pensamientos. Buenos o malos, pero en una sociedad cada vez más
castrante con lo que tiene que ver con la posibilidad de pensar, esto
ya tiene un hálito bendito.
El diálogo, desde el
comisariado de Francisco Porto, se ha extendido puertas afuera de esa
sala de espera, y ha querido hablar de tú a tú con una ciudad y sus
encuentros con los artistas, tantas veces demasiado sometidos a la
esclerosis institucional, a las injerencias políticas, a las
directrices presupuestarias. Aquí todo eso salta por los aires y nos
plantea nuevas líneas de trabajo con los artistas gallegos, tantas
veces en inferioridad de condiciones (qué decir si hablamos de los
más jóvenes) frente a otros, sustentados en púlpitos de ingentes
presupuestos y escasas rentabilidades a posteriori. Pasar por esta
sala de espera es hacerse también muchas preguntas sobre cómo el
arte de nuestros incipientes creadores se enfrenta a su realidad
cotidiana: la de la falta de oportunidades, la de la necesidad de
confianza desde lo individual y menos desde lo colectivo, la de la
búsqueda de posibilidades para ofrecer su trabajo desde la
responsabilidad que merecen con criterios profesionales y desde todos
los ámbitos que rodean a una exposición.
Y ante ese futuro llega
Jorge Perianes y coloca una gigantesca piedra sobre nuestras cabezas.
¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos bajo ella? ¿Corremos? También un
reloj de manecillas en gran parte repleto de arena o un lienzo
doblado sin posibilidad de recuperar su necesaria planitud. En
definitiva Jorge Perianes modela un nuevo futuro en el que sus piezas
se ajustan de diferente manera a cómo las entendemos. Una
deformación que nos desafía, que nos reta directamente para
calibrar nuestro comportamiento ante la obra. Elementos, símbolos,
partes de un todo que asumen una nueva función desde lo artístico
para instarnos a enfrentarnos a esa nueva ilusión. Es por ello que
situarnos ante estas piezas no es un ejercicio fácil, ya que si nos
dejamos llevar por sus intenciones harán que nos estrujemos la
cabeza ante sus posibilidades que frente a lo objetual también se
deben medir desde su lirismo el de ese tiempo repleto de arena, el de
esa piedra suspendida de manera ligera sobre nuestras cabezas, el de
esas tramas o ese molde de piedras que conforman una exposición con
unas obras que también dialogan entre ellas en la percepción de lo
real y lo no real, y como nuestros conocimientos previos sobre todos
esos elementos se tambalean de manera irremisible. La perturbación y
la duda.
Esta sala de espera
artística cierra así sus puertas. Finaliza su desafío a un público
que se ha enfrentado a una nueva realidad, a la de la invasión del
arte en un lugar al que nunca había sido invitado. Público,
artistas, y comisarios procesan consecuencias, ojalá Pontevedra
también lo haga.
Publicado en Diario de Pontevedra 29/05/2017. Fotografías. David Freire
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