Aurora Bernárdez, una
«mujer hecha de papel», como ella misma se definía, una mujer
ausente del resto del mundo tras la alargadísima sombra de su
pareja, Julio Cortázar. Un libro que recoge poemas, relatos breves,
anotaciones y una larga entrevista se encarga, felizmente, de
recuperar a esta mujer que decidió «vivir para adentro», mientras
el creador de ‘Rayuela’ «vivía para afuera». Una decisión de
la que nunca se arrepintió, ni cuando el escritor la abandonó por
la fotógrafa Carol Dunlop. Ella siguió allí, resistente,
consciente de un papel difícil de entender pero que nadie debería
juzgar cuando ni ella misma lo había hecho.
‘El libro de Aurora’,
editado por Alfaguara, confirma el talento del que todos los que
conocieron a Aurora Bernárdez eran conscientes. Una muller
brillante, inteligentísima, traductora para la UNESCO, así como de
innumerables textos de los mejores escritores: Flaubert, Valéry,
Faulkner, Calvino, Gore Vidal... sólo por citar algunos de los que
ella traspasó al francés, al italiano o al castellano, lengua que
conoció en segundo lugar, ya que su primer idioma fue el gallego, al
pasar su primera infancia en Lugo. Después Buenos Aires, la
Universidad, Cortázar y París. La felicidad en un apartamento en el
que freían bifes a escondidas mientras Cortázar escribía
‘Rayuela’. París a los pies de una pareja brillante con la
literatura como permanente alimento, como unión con el universo de
la cultura que gravitaba sobre la capital francesa. Pero Aurora
Bernárdez se movía permanentemente con el freno de mano puesto,
siempre uno o varios pasos atrás del genio con el que compartía el
mundo, el mundo de ambos. Mientras ella era la primera en leer los
libros de Cortázar sus escritos se guardaban en cajones como
ataúdes, en cuadernos repletos de palabras que surgían de un
interior que necesitaba escribir, vincularse con el exterior a través
de la palabra, ella, que vivía siempre interpretando las palabras de
los demás. Sus palabras se fueron tiñendo del amargor de la soledad
en una condena que anunciaba el anonimato al que se vieron sometidas
durante muchos, demasiados años.
Ahora parte de esas
palabras llegan a nosotros de la mano de Philippe Fénelon para
descubrir a una mujer escritora. Sí, otra mujer escritora Javier
Marías, y espero que ni te moleste ni te indigne el que la leamos.
Incluso el que que seamos capaces de decidir si nos gusta o no nos
gusta. Visto lo que se encierra en este libro está claro que Aurora
Bernárdez no es Cortázar, ni Onetti, ni Vargas Llosa; como Gloria
Fuertes, tras su necesaria e iluminadora recuperación, no es Emily
Dickinson o Wislawa Szymborska, para la tranquilidad del orbe
literario y su testosterona de fin de semana. Pero si algo muestran
ambos casos es la obligación que tenemos de rescatar a estas
mujeres, de poner en circulación su obra, de conocerla y, como en el
caso de ambas, disfrutarlas. El canon lo dejamos en manos de los
ilustrados de este país que se consideran parte de una cruzada que,
desgraciadamente, demasiadas veces lo hace desde el desprecio y la
displicencia.
Los poemas y relatos de
Aurora Bernárdez muestran su manejo de la lengua, su capacidad para
evocar sensaciones, para calibrar la vida de una manera tan sencilla
como efectiva. La memoria, el paso del tiempo, y como éste afecta a
la mujer, o el carácter argentino, genialmente reflejado a través
de la «traición sexual, la venalidad política y el fútbol»,
conviven con el amor por la cultura, por los libros, por la pintura,
por los viajes, y todo ello se comunica con inteligencia y una gran
dosis de humor, caminos que casi siempre van de la mano.
Desde Galicia son
especialmente vibrantes los textos en los que recuerda la tierra de
sus padres, donde pasó unos años de su vida de los que siempre
guardó un feliz recuerdo reavivado al pisarla junto a Cortázar. El
Miño verde, Redondela o Santiago de Compostela marcaron un viaje en
el que entre las callejuelas que rodean al Apóstol Aurora Bernárdez
sació su hambre de nostalgia. «Hambre de pulpo, de sardinas
asadas», los sabores de la infancia que entre las piedras milenarias
se convirtieron al instante en «un sentimiento de paz y de armonía».
Este viaje de 1956 se prolongó un año después, cuando por motivos
de trabajo, desde Portugal, ambos se acercaron durante unas jornadas
de paseos entre pinos y cruceiros a Lourido, en Nigrán, como recoge
Francisco X. Fernández Naval en ‘O soño galego de Julio Cortázar’
y convirtió en imágenes, de manera fascinante, Juan de la Colina,
con motivo del centenario del nacimiento del escritor. A Galicia donó
Aurora Bernárdez un tesoro fotográfico de la vida de ambos
depositado en el CGAI, una vida que de su mano fluye por fin en un
libro, el libro de Aurora Bernárdez.
Publicado en Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 5/07/2017
Fotografía. Aurora Bernárdez en Lourido (Nigrán) en 1957. Fondo CGAI
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