xoves, 21 de decembro de 2017

Vista cansada


Me acaban de diagnosticar vista cansada, y lo cierto es que no me extraña con lo que nos ha tocado ver y padecer en los últimos meses a nuestro alrededor, con una sociedad a garrotazos con sus banderas o unos bosques convertidos en un cenicero, y así, lo normal es que el cuerpo humano, inteligente él, intente dejar de ver.
Llevo unos meses midiendo la distancia desde la que observar la realidad, una distancia que distorsiona esa realidad y obliga a mover objetos para que el ojo los calibre perfectamente. En mi centro óptico me han enfrentado a esas letras a las que nos someten en cada revisión ocular que parecen surgidas de una especie de Bauhaus óptica para calcular así mi distancia ideal a la hora de observar nuestro entorno, pero también para posicionar esos libros que se convierten, en estos tiempos turbulentos, en un bálsamo para la vista y en un descanso para la mente. Desde hace un tiempo esos libros se mueven en busca de la distancia ideal para su lectura, intentado definir los contornos de las letras y maldiciendo cada vez más esas ediciones de bolsillo que aprietan las palabras de una manera inimaginable. Levantar entonces la mirada hacia lo que nos rodea se convierte en un tránsito hacia el mundo real y ante el que la vista también ofrece claros signos de agotamiento.
Dicen los profesionales que esta anomalía visual surge en el entorno de los 45 años (por ahí andamos) por una pérdida de capacidad de enfoque del cristalino debido al paso del tiempo, pero no se dice nada de si lo que sucede a nuestro alrededor acelera o sirve para incrementar esa necesidad de corrección del funcionamiento del ojo y, sinceramente, creo que no se debería despreciar ese factor. Así ver a muchos de nuestros políticos de algarada en algarada situando en el listado de prioridades de nuestra sociedad cuestiones que ponen en duda nuestra convivencia frente a otras necesidades le nubla la vista a cualquiera. También el enfrentarse como hemos hecho en esta tierra de nuevo a una catástrofe ecológica que ha dejado maltrechos a una parte importante de nuestros bosques en un proceso trágico que parece repetirse de cuando en cuando sin que a nadie parezca temblarle la vista, más que a los miles de afectados por los efectos del fuego. Solo estos dos ejemplos más próximos a nosotros, ya no me quiero meter en las acciones del presidente norteamericano Donald Trump que, más que vista cansada, propiciarían una ceguera irremisible, visibilizan situaciones que ponen en peligro nuestros sentidos y complican cada vez más la relación de nuestro cuerpo con el hábitat en el que nos ha tocado sobrevivir.
Tras el diagnóstico llega la solución, inaugurando de esta manera el tiempo de las progresivas, unas gafas en las que ese tránsito visual entre lo que vemos entre nuestras manos o en nuestro ordenador no se resiente ante la ya aceptada y consolidada miopía (si es que no nos falta de nada) y que tras utilizar las nuevas gafas lo que sí deja en evidencia, y esto sí que es plausible en nuestra sociedad, es el progreso técnico de estos elementos en los que una misma lente sin marcas ni evidencias de su doble función permite esa visión progresiva y con una cuidada estética.
Pues en eso estamos, en mirar de cerca y de lejos con ayuda de unas gafas progresivas a este tiempo en el que que nos movemos. Ese mismo tiempo que va lentamente dañando a nuestro organismo, haciéndonos recordar nuestro carácter de especie efímera frente a una sociedad que, pese a sus desmanes, seguirá ahí, con sus imperfecciones, fruto de un ser imperfecto que muchas veces, demasiadas, se empeña en acrecentar esas taras con unas conductas que nos afectan directamente a todos nosotros, mellando nuestra salud y haciendo que entrar en una óptica o ponerse en manos de un oculista se convierta en una reflexión sobre cómo miramos a nuestro entorno y cómo nuestra vista se adapta a él.




Publicado en Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo (20/12/2017)


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