Rue Saint-Antoine nº 170
Música ▶ El
concierto de Jorge Drexler en el Pazo da Cultura de Pontevedra dejó
una exhibición musical y también literaria sobre cómo entender
nuestro mundo. El cantante uruguayo, con un fantástico
acompañamiento musical basado en el sonido de las guitarras, conectó
con un público que disfrutó con un repertorio comprometido con la
vida.
Lleno absoluto en un
patio de butacas que se encontró con un cantante entregado, con un
músico que le hizo caso a Joaquín Sabina (‘Pongamos que hablo de
Martínez’) para cambiar Montevideo por Madrid y con ese cambio
virar toda su vida. Tanto que de no ser por aquella noche de tangos,
licores y confesiones al alba es posible que Jorge Drexler nunca
hubiera estado una noche de enero, en el día de San Sebastián,
frente a un público cómplice como pocas veces se ha visto en
nuestra ciudad, y con quien hace de esa conexión parte de su
espectáculo.
Pero antes de su voz y
de su guitarra Pontevedra dejó sobre el escenario muestra también
de su brío musical, de una efervescencia de grupos y cantantes que
están sementando esta ciudad de una nueva generación de músicos
fantásticos. Ella se llama Cora Sayers, y la primera caricia de la
noche vino de su voz, con tres canciones que prepararon al público
para el resto de la noche, así como para visibilizar lo importante
de las complicidades entre la gente que crea, entre músicos que, por
muy famosos que sean, no dudan en compartir escenario con quien tiene
en la ilusión y en el futuro el mayor valor para enfrentarse al
público.
Salió Jorge Drexler a
un escenario iluminado por una luna que no era luna, sino el ojo de
una guitarra, y es que si algo marcó el concierto del autor de la
‘Milonga del moro judío’, fue ese círculo rasgado por las
cuerdas de la guitarra cuyo sonido fue la clave de todo un recital
basado en los últimos trabajos del cantante uruguayo, orillando
antiguos éxitos y dándole mayor consistencia a sus nuevas músicas,
músicas de aquí y de allá, de este y del otro lado del Atlántico,
ya que si algo caracteriza sus sonidos es esa mezcla que tanto bien
le hace a la música. Instrumentos y ritmos trasantlánticos que se
integran como anillo al dedo con unas letras maravillosas. Letras que
cuentan historias de vida, experiencias que se hacen relato para
constituir una especie de narración alumbrada en las paredes de las
cavernas. Una tradición oral a la que Jorge Drexler tributa sus
canciones como manera de relacionarse con la comunidad, y la
comunidad ayer era un público que había agotado el papel desde hace
varias semanas, lo que provocó el agradecimiento del protagonista de
la noche, quien entre explicaciones de canciones y sus músicas, iba
intimando con el colectivo. ‘Despidiendo a los glaciares’, como
cantó en una de las canciones más hermosas de la noche, y esa
conexión entre el deshielo se hizo sonido pero también silencio.
Palmas y castañuelas hicieron del público parte de la banda, pero
también el silencio, en una canción que reclamaba su presencia en
nuestra sociedad como amparo frente al ruido del exterior.
Y es que Jorge Drexler
si algo busca en sus canciones es dejar siempre flotando un mensaje,
una botella lanzada al mar del compromiso en la que encerrar alguna
reflexión atinada sobre este loco universo en el que nos ha tocado
danzar. Ecologismo, guerras, religiones, incomunicaciones, ruido...
se van sucediendo en sus argumentarios para que finalmente entre
todos ellos medie la palabra. Siempre la palabra, a quien tanto cuida
y mima en sus letras, de las que tanto pende su música siempre
utilizada como aderezo al mensaje pero nunca distrayéndonos. Pues
con todo eso que cae ahí fuera Jorge Drexler y su magnetismo nos
hizo creer que en la noche del sábado su público estaba en el
interior de una de sus guitarras, un asilo provisional para respirar
y para mirar por la boca de esa guitarra hacia un cielo cargado de
inspiraciones. En aquel refugio la complicidad ya era toda, y la
disolución entre escenario y platea había desaparecido. Jorge
Drexler destilaba sus canciones, muchas de su último disco, recién
parido, comprobando como esas músicas conectaban con el público,
formando parte ya de su extenso catálogo de inmarchitables. Los doce
segundos de silencio entre las luces de un faro nos permitían
conectar con esos instantes oscuros de nuestras vidas, unos vacíos
que siempre acaban siendo iluminados y desde los que recuperar el
rumbo. Cada canción era un abrazo a la humanidad, una recuperación
de la confianza que tantas veces hemos perdido, y con razón, pero
ante la que la música no da el brazo a torcer.
En un recital de
guitarras fue emocionante el homenaje realizado al recientemente
fallecido Tom Petty con su inmortal ‘Free fallin’ o cuando en un
trío con dos de sus colegas de escenario entre copas de albariño se
escucharon algunos de los momentos musicales más importantes de una
noche que ya estaba abocada al éxito. Jorge Drexler iba sustituyendo
su condición de chamán, de orador y narrador de historias, por una
vertiente musical mucho más poderosa que se coronó con los bises
tras su regreso al escenario. Casi media hora más de propina en un
concierto que en su conjunto nos dejó dos horas y media, casi tres,
por la actuación de Cora Sayers, y que me da a mí que tardará
mucho tiempo en olvidarse en nuestra ciudad.
‘Salvavidas de hielo’
es el título del último trabajo de Jorge Drexler en el que lo
efímero, esos momentos transitorios de nuestras vidas que suelen
tener tanta importancia, aunque en el momento de producirse no los
valoremos así, son los protagonistas. Mirar allí donde parece que
no hay nada. ‘Quimera’, ‘Estalacticas’, ‘Silencio’ o
‘Movimiento’ canciones de ese último trabajo fueron las que el
sábado pasaron por nuestra ciudad para afirmar esa imagen del Jorge
Drexler como un gran letrista, pero también un excelente músico y
guitarrista. Historias que pretenden hacer de esa levedad parte del
petate que llevamos a la espalda en nuestro tránsito, para ello,
nuestras actitudes frente a los problemas de la sociedad son
fundamentales, un compromiso que debería formar parte todos nosotros
y que desde la música logra alcanzar una resonancia que ayer
comprobamos con la capacidad suficiente como para emocionar, más aún
cuando la escuchas desde el interior de una guitarra que se pensaba
luna.
Publicado en Diario de Pontevedra 22/01/2018
Fotografía: Olga Fernández
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