Rue Saint-Antoine nº 170
Obituario ▶ El fallecimiento del pintor Arturo Cifuentes deja para el recuerdo una singular manera de pintar que redefinió una nueva percepción del paisaje. Nacido en Ávila, en 1934, sus amplias miradas al paisaje castellano se tradujeron también en una interpretación de nuestra geografía gallega a la que se sintió siempre íntimamente ligado.
Obituario ▶ El fallecimiento del pintor Arturo Cifuentes deja para el recuerdo una singular manera de pintar que redefinió una nueva percepción del paisaje. Nacido en Ávila, en 1934, sus amplias miradas al paisaje castellano se tradujeron también en una interpretación de nuestra geografía gallega a la que se sintió siempre íntimamente ligado.
Arturo Cifuentes ante una de sus obras en 1995 (Miguel Vidal) |
Establecido en
Pontevedra en 1959 esos veinticinco años de paisaje castellano se
acomodaron en sus ojos para desde allí entender y reinterpretar un
nuevo paisaje, como significó para él el que le concedía la
geografía gallega. Arturo Cifuentes encontró en el paisaje la
manera de expresar y desarrollar su pintura.
Desde sus primeras
exposiciones en los años sesenta el paisaje iba a convertirse en el
protagonista de su obra. Materia obligada para cualquier pintor, en
este caso el paisaje se convirtió en el protagonista absoluto de su
mirada. Puntos de vista elevados, que proyectan hasta un horizonte
infinito los campos de las tierras de Castilla en una prolongación
interminable, que sólo tiene paralelo en unos cielos que equilibran
la composición. Es en ese punto de vista en el que Arturo Cifuentes
ha tenido la habilidad de situar al espectador de su obra que, a los
pocos minutos de disponerse ante uno de sus cuadros, ya se siente
engullido por las percepciones que de él parten. Dibujo, color o luz
proporcionan un paisaje de una enorme inteligencia porque a la propia
interpretación del paisaje le unía una pincelada de una gran
singularidad que era la que le permitía diferenciar sus paisajes de
los de cualquier otro pintor.
Los amarillos de los
cultivos de cereales castellanos iban sustituyéndose o alternándose
con los campos verdes de Galicia. La ausencia de árboles fue poco a
poco viendo como éstos se incorporaban al cuadro, como las montañas
aparecían, al igual que las rocas de algún promontorio y hasta
llegó el mar. Todo lo que suponía pintar un paisaje le interesaba a
Arturo Cifuentes. Esa era su medida y su desafío, el retarse con lo
más hermoso que puede existir, la naturaleza. Cada cuadro se
convirtió entonces en un reto, en el apropiarse de un fragmento de
realidad y traducirlo a su pintura. Esa pintura propia conseguía
hacer del paisaje un tiempo fragmentado, una congelación de un
instante conseguido desde la pincelada y una sorprendente luz, gran
secreto de cualquier gran pintor, como sin duda era en este caso.
Desde otra atalaya, la
de Vilariño en Poio, construyó otro de esos puntos de vista. Tierra
rica, florida de increíbles matices de luces y colores y a sus pies
una ría espectacular, con sus reflejos del sol sobre sus aguas, con
sus nieblas envolviendo la illa de Tambo. El paraíso de cualquier
pintor que sería interpretado una y otra vez desde sus pinceles,
pero más allá de ese paisaje, hubo cientos y cientos a cargo de
este hombre que pinto para la eternidad. Sus cuadros quedarán ya
para siempre instalados en nuestro imaginario colectivo. Sus
numerosas exposiciones individuales formaron parte desde los años
sesenta del propio paisaje artístico de Pontevedra. Una Pontevedra
que también pintó entre lo real y lo irreal como en ese cuadro
espectacular que compartió protagonismo en la exposición que el
Museo de Pontevedra dedicó a Torrente Ballester y que sirvió para
reflejar las brumas que hacian levitar a Pontevedra en el universo
torrentino.
Asiduo en las Bienales
de Arte en 1986 junto a Falcón y Ferreiro crea el Grupo Eixo.
Triángulo pictórico que se convirtió en amistad profunda y respeto
entre tres de nuestros mejores pintores que llevaron su pintura y con
ella el nombre de nuestra ciudad hacia numerosos puntos de la
geografía española.
Publicado en Diario de Pontevedra 4/06/2018
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