(Artículo publicado el 24 de
julio de 2011 en Diario de Pontevedra y recuperado con motivo del 80 aniversario del estreno de 'La diligencia')
CLÁSICOS PARA UN VERANO
(IV). Hay películas que dentro de sus respectivos géneros se
evidencian como fundamentales. No cabe duda de que en el universo del western
si una película marca su consolidación esa es ‘La diligencia’, que John Ford
dirigió en 1939. Mediante ella se asentaron muchas de las referencias de este
género, se modelaron los personajes que luego fueron repitiéndose en sucesivas
películas, la acción obedecía a la lógica de la narración, y se descubría a
John Wayne.
“Nunca pensé que ese hijo de puta fuese capaz de
interpretar”, este comentario que John Ford le dirigió a Howard Hawks tras ver
la interpretación que para éste hizo John Wayne en ‘Río Rojo’ evidencia la
progresión como actor de quien el propio Ford, nueve años antes, en 1939,
convirtió en la imagen del western y de paso en una estrella. Aquella apuesta
personal del director irlandés, por encima de actores más reputados, es una más
de las aportaciones que la realización de ‘La diligencia’ supuso en el mundo
del cine. El western se hizo adulto tras esta película, Monument Valley se
convirtió en el escenario icónico del Oeste americano, Orson Welles admitió
haberla visto decenas de veces ante de dirigir dos años después Ciudadano Kane,
y por si todo esto fuera poco, la figura de John Wayne emergía como un símbolo
que iba más allá de la profesión de actor.
Antes del recorrido de esta diligencia por Monument
Valley el western no iba más allá de ser un escenario donde varios personajes
dentro de un relato se dedicaban a pegar unos cuantos tiros y realizar algunas
carreras a caballo dentro de un espacio inhóspito, y poco más. A partir de ‘La
diligencia’ ya nada volvió a ser igual. Esta cinta dejó establecido el ámbito
físico del western como un lugar para el análisis de las relaciones humanas,
con personajes con un profundo trasfondo humano, y en los que se iban
acumulando las circunstancias de la vida en un hábitat tan singular. Pero es
que además, ‘La diligencia’, va a dejar establecidos los personajes de
referencia de todo western, el vaquero de buen corazón, el médico borrachín, el
personaje vil o la prostituta y como un añadido a los personajes, la acción
sufre un desarrollo exponencial a medida que progresa la narración. La
persecución final a la que se ve sometida la diligencia por la presencia de los
indios fue también el modelo a seguir en producciones posteriores. Poco más de
ocho minutos que suponen un ejemplo de montaje y planificación, de ritmo y de
cómo enganchar al espectador dentro de la acción.
Cuando esa diligencia parte a cumplir su trayecto
hacia Lordsburg la película empieza a tomar forma. Como toda epopeya ésta se
resume en un viaje, en un recorrido que disfraza el verdadero recorrido que es
el que cada uno de los seis personajes que integran el pasaje realiza hacia su
propia rehabilitación personal. Ambas acciones, la que sucede en el interior de
la diligencia y las relaciones entre los personajes, se alternan con el
exterior, el peligro de la presencia de los indios acaudillados por Gerónimo y
el previsible ataque que está latente durante la película. John Ford administra
los tiempos de manera impecable y mientras prepara el vertiginoso ataque a la
diligencia, las relaciones entre los viajeros nos permiten conocer su
personalidad y asistir a como la convivencia les irá haciendo modificar su
percepción de los demás.
El director, además establece una relación de amor,
una de las más hermosas vistas en un western, una historia de miradas que
permite descubrir en John Wayne al actor que sería cuando Ford hablaba de
manera tan informal con su colega. La presentación de John Wayne, haciendo
girar su rifle (nadie como él ha sabido manejar esa arma con tanta destreza) y
llevándonos hasta su rostro a través de un veloz primerísimo plano, es la mejor
carta de presentación de un actor, la consolidación de una estrella y la imagen
por excelencia del vaquero en el mundo del cine. Interpretando a Ringo, su
encuentro con una mujer apartada de la sociedad por quienes preservan a su
manera la buena conducta humana, permite que ella, Dallas, realice el viaje más
complicado de todos ellos y pone en duda, una vez más la acusación de misógino
de Ford. Sólo Hawks concede un mayor protagonismo a la mujer en el Oeste.
Dallas se impone a todas las miradas impertinentes, a los gestos
desaprobatorios de quienes no toleran su forma de vida, consiguiendo que
modifiquen esa lastimosa conducta.
Todo nos va conduciendo a
ese ataque, a esa magistral secuencia que tantos y tantos se cansaron de imitar
y en la que Ford hace un alarde de filmar y de trasladar ritmo y acción a la
carga de los indios acosando a la diligencia hasta la llegada del ejército
cuando ya la munición se había agotado. Pero es que toda la película es un
cúmulo de registros que engrandecerían el género: ya citamos el valor de cada
uno de los personajes como elementos comunes a partir de este momento, pero es
que nadie rodó a la caballería como lo hizo Ford, una especie de danza que
acompaña a la diligencia en el inicio del viaje permitiéndonos ver esos cielos
de nubes bajas y los picos de Monument Valley, y así seguimos sumando: el duelo
final de Ringo con los hermanos Plummer es otra lección de ambientación y
planificación: salón, pianista y tiroteo en un pueblo desierto, y el guiño a la
prensa, tan importante en su mejor western: ‘El hombre que mató a Liberty
Vallance’, pero esa es otra historia.
Publicado en Diario de Pontevedra 24/07/2019
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