sábado, 2 de febreiro de 2019

Cuando el western se hizo adulto


(Artículo publicado el 24 de
julio de 2011 en Diario de Pontevedra y recuperado con motivo del 80 aniversario del estreno de 'La diligencia')

CLÁSICOS PARA UN VERANO (IV).  Hay películas que dentro de sus respectivos géneros se evidencian como fundamentales. No cabe duda de que en el universo del western si una película marca su consolidación esa es ‘La diligencia’, que John Ford dirigió en 1939. Mediante ella se asentaron muchas de las referencias de este género, se modelaron los personajes que luego fueron repitiéndose en sucesivas películas, la acción obedecía a la lógica de la narración, y se descubría a John Wayne.


    
 “Nunca pensé que ese hijo de puta fuese capaz de interpretar”, este comentario que John Ford le dirigió a Howard Hawks tras ver la interpretación que para éste hizo John Wayne en ‘Río Rojo’ evidencia la progresión como actor de quien el propio Ford, nueve años antes, en 1939, convirtió en la imagen del western y de paso en una estrella. Aquella apuesta personal del director irlandés, por encima de actores más reputados, es una más de las aportaciones que la realización de ‘La diligencia’ supuso en el mundo del cine. El western se hizo adulto tras esta película, Monument Valley se convirtió en el escenario icónico del Oeste americano, Orson Welles admitió haberla visto decenas de veces ante de dirigir dos años después Ciudadano Kane, y por si todo esto fuera poco, la figura de John Wayne emergía como un símbolo que iba más allá de la profesión de actor.
     Antes del recorrido de esta diligencia por Monument Valley el western no iba más allá de ser un escenario donde varios personajes dentro de un relato se dedicaban a pegar unos cuantos tiros y realizar algunas carreras a caballo dentro de un espacio inhóspito, y poco más. A partir de ‘La diligencia’ ya nada volvió a ser igual. Esta cinta dejó establecido el ámbito físico del western como un lugar para el análisis de las relaciones humanas, con personajes con un profundo trasfondo humano, y en los que se iban acumulando las circunstancias de la vida en un hábitat tan singular. Pero es que además, ‘La diligencia’, va a dejar establecidos los personajes de referencia de todo western, el vaquero de buen corazón, el médico borrachín, el personaje vil o la prostituta y como un añadido a los personajes, la acción sufre un desarrollo exponencial a medida que progresa la narración. La persecución final a la que se ve sometida la diligencia por la presencia de los indios fue también el modelo a seguir en producciones posteriores. Poco más de ocho minutos que suponen un ejemplo de montaje y planificación, de ritmo y de cómo enganchar al espectador dentro de la acción.
     Cuando esa diligencia parte a cumplir su trayecto hacia Lordsburg la película empieza a tomar forma. Como toda epopeya ésta se resume en un viaje, en un recorrido que disfraza el verdadero recorrido que es el que cada uno de los seis personajes que integran el pasaje realiza hacia su propia rehabilitación personal. Ambas acciones, la que sucede en el interior de la diligencia y las relaciones entre los personajes, se alternan con el exterior, el peligro de la presencia de los indios acaudillados por Gerónimo y el previsible ataque que está latente durante la película. John Ford administra los tiempos de manera impecable y mientras prepara el vertiginoso ataque a la diligencia, las relaciones entre los viajeros nos permiten conocer su personalidad y asistir a como la convivencia les irá haciendo modificar su percepción de los demás.
     El director, además establece una relación de amor, una de las más hermosas vistas en un western, una historia de miradas que permite descubrir en John Wayne al actor que sería cuando Ford hablaba de manera tan informal con su colega. La presentación de John Wayne, haciendo girar su rifle (nadie como él ha sabido manejar esa arma con tanta destreza) y llevándonos hasta su rostro a través de un veloz primerísimo plano, es la mejor carta de presentación de un actor, la consolidación de una estrella y la imagen por excelencia del vaquero en el mundo del cine. Interpretando a Ringo, su encuentro con una mujer apartada de la sociedad por quienes preservan a su manera la buena conducta humana, permite que ella, Dallas, realice el viaje más complicado de todos ellos y pone en duda, una vez más la acusación de misógino de Ford. Sólo Hawks concede un mayor protagonismo a la mujer en el Oeste. Dallas se impone a todas las miradas impertinentes, a los gestos desaprobatorios de quienes no toleran su forma de vida, consiguiendo que modifiquen esa lastimosa conducta.
     Todo nos va conduciendo a ese ataque, a esa magistral secuencia que tantos y tantos se cansaron de imitar y en la que Ford hace un alarde de filmar y de trasladar ritmo y acción a la carga de los indios acosando a la diligencia hasta la llegada del ejército cuando ya la munición se había agotado. Pero es que toda la película es un cúmulo de registros que engrandecerían el género: ya citamos el valor de cada uno de los personajes como elementos comunes a partir de este momento, pero es que nadie rodó a la caballería como lo hizo Ford, una especie de danza que acompaña a la diligencia en el inicio del viaje permitiéndonos ver esos cielos de nubes bajas y los picos de Monument Valley, y así seguimos sumando: el duelo final de Ringo con los hermanos Plummer es otra lección de ambientación y planificación: salón, pianista y tiroteo en un pueblo desierto, y el guiño a la prensa, tan importante en su mejor western: ‘El hombre que mató a Liberty Vallance’, pero esa es otra historia.



Publicado en Diario de Pontevedra 24/07/2019

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