"Érase
un bar a un Tallón pegado/érase un
Tallón superlativo,/érase un Tallón sayón y escriba”. Permítaseme la licencia
quevedesca adaptada a mi propio interés, pero para hablar de bares y letras
encerradas en un libro en este país si por algún esquinal hay que comenzar es
por las tascas del Siglo de Oro y
por los sonetos burlescos de don Francisco,
tantos de ellos escritos sobre mesas de madera astillada por los aceros, entre
barros rellenos de vino agrio y cercados por la tinta y el rojo néctar de la
uva de Valdepeñas. En los bares es
donde se ha ido forjando, lo creamos o no, mucho de lo que hoy somos como
colectivo. Bares de mejor o peor reputación, lugares en los que la conversación
y el alcohol engrasaban y engrasan el día a día, aliviando las miserias de
nuestros diferentes momentos vitales.
Y
en estas estamos cuando nos encontramos con otro digno sucesor del señor
Quevedo, un ourensano de Vilardevós,
un espadín de la palabra que maneja como pocos por su enorme caudal de
lecturas, de las que nos ha ofrecido libros ya imprescindibles, como ‘Fin de poema’ o ‘Libros peligrosos’. Ese relato largo o novelado ha fijado hoy en
día su contrapunto agitado en las hojas de los periódicos. Sí, esos medios
azotados por crisis de todo tipo y siempre al filo de la extinción, han
encontrado en diferentes nombres el distintivo de calidad en un tiempo en el
que lo puramente noticiable tiene mejor y más accesible acomodo en el orbe
digital. Lo literario sigue encontrando su pesebre más cómodo en el negro sobre
blanco del papel y eso se ha visto refrendado por una generación de autores que
no dejan de sorprender por cómo calibran la actualidad a través de sus
experiencias y todo ello con un gusto exquisito por la palabra. Obviaré los
nombres de ellos y ellas para que los olvidos no hieran susceptibilidades y
egos, que en esto también seguimos igual que con Góngora y el propio Quevedo, pero sí que citaré a una editorial que
se ha fijado en ese renacer columnista y que ha rescatado muchos de esos textos
con fecha de caducidad diaria para formar parte de una serie de volúmenes que
explican, desde su contundente existencia, este tiempo nuestro. La editorial es
Círculo de Tiza y ella es la
culpable de que Juan Tallón haya compendiado muchos de sus artículos en prensa
bajo el epígrafe de ‘Mientras haya bares’,
que precisamente en esta semana ha conocido una segunda edición.
Más
de trescientas páginas que se convierten en un recorrido por una vida
literaturizada, vampirizada por otras lecturas, por autores y por
sensibilidades que han prendido como la yesca generando este incendio al fondo
de la barra. Como el personaje que desde ese punto estratégico de cada bar otea
lo que sucede a su alrededor, Juan Tallón atisba su universo que, página tras
página, se va convirtiendo en el nuestro. Como Onetti (siempre que se habla de Juan Tallón por contrato hay que
citar a Onetti) se encierra en el bar para poner la distancia precisa con su
entorno, con el de las mesas que le rodean, pero también con lo que se
contempla a través de su cristalera: un pueblo, una ciudad, un mundo que tienen
en ese espacio su tubo de ensayo. Y ahí pocos científicos como Juan Tallón.
Un
reciente dato cifra en 260.000 los bares que se contabilizan en la geografía
española, lo que viene a ser un bar por cada 175 personas, esto es la mayor
densidad del mundo. Como los periódicos los bares resisten la crisis, ¡qué como
los periódicos! ellos son parte de la solución, mientras la prensa se empeña en
formar parte del problema. Juan Tallón ha maridado ambos conceptos, bares y
prensa, para servirlos mezclados, que no agitados, en un cóctel que uno no se
cansa de leer. Abrir el libro en cualquier punto y degustar ese texto, ya
inmortal, nos explica como el artículo de opinión es un género más de lo
literario, convirtiéndose en un certero bisturí que disecciona nuestra realidad
con la alquimia precisa de ingenio e ironía, conviviendo con una mezcla de lo
cotidiano y las referencias literarias con las que nos abruma Juan Tallón. Esa
múltiple combinación dota a estos artículos de una épica de lo real, una
transgresión de lo diario capaz de convertirse en eterna. Como los sonetos
maledicentes de Quevedo son las huellas de un tiempo, de un tiempo que nos ha
tocado vivir y que viviremos, eso sí, mientras haya bares.
Publicado en Diario de Pontevedra 31/07/2016. Fotografía: Interior del pontevedrés Bar Americano (Rafa Estévez)