La poeta uruguaya
recogió el Premio Cervantes mostrando una abrumadora sencillez y una
conmovedora dignidad
CON 95 AÑOS Ida Vitale
sale cada día a su jardín a regar sus poemas. Ella ha hecho de la
poesía una necesidad diaria, aunque entiende que haya gente que no
la necesite para vivir. Ella sí. Su poesía, breve, sencilla,
directa, son pequeños brotes llenos de frescura que uno toma de
manera ligera pero sabiendo, al tiempo, que esa ligereza contiene una
intensidad que es la que eterniza al poema y hace de la palabra ese
misterio que un día la deslumbró.
Alumna de José
Bergamín en los años cuarenta en Montevideo de este ha traído
hasta Madrid, al Instituto Cervantes, un manuscrito del poeta, un
ensayo literario que reposa ya en esta ciudad de la que tuvo que
marchar por las miserias del exilio. Exilio también lo sufrió la
propia Ida Vitale quien partió a México cuando la Dictadura se hizo
fuerte en su país. Entre 1974 y 1978 fue acogida como tantos otros
españoles que tras la Guerra Civil encontraron acomodo en las
tierras calientes que llamara Valle-Inclán. Un breve regreso a
Uruguay y de nuevo la partida, en este caso a la Universidad de
Austin (Texas) donde junto a su segundo marido, Enrique Fierro,
impartió clase y acometió diferentes traducciones. La muerte de
este en el pasado otoño la llevó de nuevo a su país.
Existen dos maneras de
manejar las palabras y de decir las cosas, la realista de la prosa y
la más abierta y libre de la poesía. Esto se le apareció como una
epifanía a la joven Ida Vitale a través de un poema de Gabriela
Mistral. Desde ese instante, en el jardín de Ida Vitale, no han
dejado de surgir poemas en ese incomparable cuaderno que es la
naturaleza. Sus poemas aparecen repletos de colibríes y mariposas,
de sonidos y de vientos que nos acogen como en una danza entre la
persona y la palabra. Ida Vitale, tras leer su ‘Poesía reunida’
en Tusquets, es quien de lograr eso, de amoldar al lector a su
universo de imágenes condensadas en delicadas palabras pero con una
enorme fortaleza interna. ‘Imágenes de un mundo flotante’, así
las podríamos calificar, a partir del título de uno de sus poemas.
Poemas que nos transportan, como a la propia autora, a una dimensión
diferente, convertida ella misma en una ‘Alicia en el País de las
Maravillas’ que ahora, a estas alturas de la vida se ha visto en
medio de una inesperada aventura quijotesca.
Los oropeles de este
premio no han logrado distraerla, tal y como era de esperar, con lo
que verla y oírla durante estos días actuando ante las cámaras nos
reconcilia con el ser humano. Ante ella se evidencia una dignidad
capaz de conmover, sin poses ni artificios, con toda una vida abierta
en canal reflejada en unas profundas arrugas y un níveo cabello, así
como una sencillez que abruma frente a tantas falsedades como se
generan hoy. Todo ello nos presenta a Ida Vitale, ya no sólo como
una escritora más que merecedora de este galardón, sino también
como una lectora, apasionada por la palabra, y la capacidad que esta
tiene para conmover y adherirse a nuestra piel. Así nos lo hizo
sentir desde la cátedra del Paraninfo de la Universidad de Alcalá
de Henares, a la que se subió la quinta mujer en ganar el Premio
Cervantes (sí, la quinta en cuarenta y cuatro ediciones), para, al
tiempo que honrar a Cervantes, dejar una de esas huellas imborrables
en la sociedad que sólo la poesía es quien de grabar desde aquello
que se deja sin decir. El misterio de la poesía.
Publicado en Diario de Pontevedra 24/04/2019.
Foto. Ida Vitale en la Biblioteca Nacional (Juan Carlos Hidalgo/Efe)