Antonio Muñoz
Molina presenta una nueva novela asentada en un territorio, el de la
ficción, pero siempre en alerta ante la realidad
SIEMPRE ES una
bendición echarse a las páginas de Antonio Muñoz Molina. Sus
novelas, ampliemos el espectro, sus libros, son brillantes
ejercicios, ya no sólo de lo meramente literario, sino de
pensamiento y reflexión sobre lo que acontece en nuestra sociedad,
alrededor de este enervante tiempo cada vez más insolidario con el
ser humano y con su hábitat, tanto el urbano como el natural.
‘Tus pasos en la
escalera’, publicado por Seix Barral, es una novela de espera, la
condensación de un tiempo, detenido a las orillas de la
desembocadura del Tajo, que mira hacia los Estados Unidos. De allí
debe llegar Cecilia, la mujer del protagonista que se ha adelantado
para prepararlo todo de cara a un futuro común. Sometidos a esa
espera, cada vez más distorsionadora de lo real, cada vez más
desasosegante, nos encontramos un relato que logra eso tan difícil
en cualquier hecho artístico, como es el generar una atmósfera
propia.
Y es que la vivienda en
la que Bruno espera a Cecilia siente como se acrecienta esa tensión
que alienta el relato, una vuelta permanente de tuerca, empleando
libremente el título del famoso relato de Henry James, con el que
coquetea el autor. También con los cuentos más desconcertantes de
Julio Cortázar, o con la maravillosa cotidianeidad de la literatura
de Alice Munro, planteando así esa casa tomada por un laberíntico
pasado, por un intrigante presente y por un incierto futuro. En esa
agitación permanente se maneja Antonio Muñoz Molina para hacer
ficción, género que había orillado en los últimos tiempos,
dedicado a escribir ensayos o novelas alrededor de hechos reales.
Aquí lo inventado se impone, pero manteniendo siempre un anclaje con
la realidad, con los sucesos del mundo actual, que van desde los
efectos del 11-S hasta el cataclismo del medio natural al que
asistimos de manera indolente, y todo ello sumergido en dos
escenarios protagónicos, como el neoyorquino y el lisboeta. Dos
territorios que conoce bien el autor. Su paso profesional por el
primero y su acomodo, desde hace un par de años, en el segundo, le
permite manejar numerosas claves de ambos escenarios que se engrasan
perfectamente con el relato de la novela en la que, como en el cauce
de un río, se van asentando numerosos sedimentos que aumentan la
capacidad de conquista del lector. Entre ellos el componente
científico se revela como sustancial en la propuesta de Antonio
Muñoz Molina. La percepción del cerebro como activo rector de la
memoria y el miedo transita de la experimentación en un laboratorio
a la propia realidad de lo que acontece en esa vivienda que, ante el
Tajo, frente al Cristo Rei de Lisboa, hace de lo rutinario el germen
de un espléndido relato en el que se cuenta la vida, en un primer
momento anodina, en la que durante páginas y páginas parece que no
pasa nada, cuando lo que pasa es la vida misma, y eso es pura
literatura.
Es también la vida de
esa Lisboa a la que el creador de ‘Sefarad’ llega para huir del
ruido embravecido de una España cada vez más feroz, cada vez más
asilvestrada y ausente de sí misma y de los suyos, pero que en
Portugal se traduce en un respeto hacia su propia identidad y sus
posibilidades como colectivo cada vez más envidiable. En ese
ambiente Antonio Muñoz Molina mira a la realidad como pocos logran.
Esa mirada se dirige tanto a la ropa tendida de las viviendas lusas
como al majestuoso cuadro de El Bosco que se cobija en el Museo de
Arte Antigua, de igual modo registra el interior de una tradicional
casa de comidas como lo hace con los modernos restaurantes de las
Docas bajo el puente 25 de Abril. Y como no, también se baliza
el cambio de paradigma turístico que ha vivido esa ciudad, como
tantas otras en el mundo en los últimos tiempos, una masificación
que cambia configuraciones e identidades, y ante la que parece
complicado ejercer resistencia.
Mirar, sentir,
deambular, es parte del oficio de escritor. Un andar solitario entre
la gente a partir del cual calibrar cómo somos, cómo sentimos, pero
también para observar cómo desaparecen los insectos, asomándonos
por ello a un nuevo abismo de nuestro tiempo. En definitiva, sentir
el ruido de unos pasos que se mueven por la ciudad, pero también el
de unos pasos que aguardas entre el delirio suban por una escalera y
se detengan ante una puerta.
Publicado en Diario de Pontevedra 10/04/2019.
Fotografía: Antonio Muñoz Molina en Barcelona (Quique García)
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