Varios sellos
editoriales han apostado en los últimos meses por la reedición de
la obra de Fernando Pessoa, una de las presencias más luminosas de
la literatura universal. Unos textos que nos sitúan ante la
complejidad de un autor que se vuelve multitud gracias a sus
heterónimos. Voces diversas que pretenden explicar un tiempo y a un
hombre inscrito en él, un territorio de la modernidad en el que
Pessoa intuía que no sería fácil vivir.
|
Fernando Pessoa por Álex Vázquez-Palacios |
POCOS escritores pueden
tener esa consideración de constituirse como un gran territorio
independiente del resto. Un universo en el que se generan diferentes
continentes, distintas maneras de entender la realidad, de filtrarla
a través del alambique de la literatura. Fernando Pessoa (Lisboa,
1885-1935) es un planeta dividido en varios territorios. Una
geografía con diferentes orografías que constituyen paisajes
distintos pero alumbrados por un mismo sol. Palabras que se vinculan
a nombres definidos como heterónimos, identidades literarias con su
biografía, con su carne y su hueso, seres que se confunden con el
propio autor primigenio, muchas veces convertido en otro heterónimo.
Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Bernardo Soares y el
propio Pessoa son esos continentes literarios, sin olvidar otros
islotes que parecen desgajarse en un devenir natural de esos grandes
escenarios.
En los últimos meses
hemos asistido a la proliferación de publicaciones que se han
convertido en una nueva epifanía sobre el escritor y su grey. Algo
sorprendente por la acumulación de títulos en un tiempo tan
concreto debido, en palabras de su traductor al español, Manuel
Moya, «a las dificultades de las editoriales durante la crisis»
para reeditar no solo a Pessoa, pero del que por otra parte «es
uno de los escritores y poetas más traducidos al español».
Poemarios y desasosiegos que nos conducen al permanente abismo de la
imaginación pessoana encerrado en ese baúl inmenso de papeles
inmarcesibles, hojas que no entiende de tonos amarillos que denoten
el paso del tiempo. Como cuando se abrió la tumba de Tutankamón,
todo permanecía igual dentro de aquel arcón, cada palabra fija en
su línea, cada blanco conduciéndonos a la amplitud del verso, al
enigma que sostiene la genialidad. Tanto genio que Pessoa tuvo que
repartirse, suscitar nuevas vidas, completar diferentes voces para
intentar entendernos, para intentar entenderse.
Aproximarse a Pessoa es
huronear entre todas esas voces, mimetizarse en palabra, o por lo
menos, intentar, desde la palabra, subir cada uno de los peldaños
que nos lleven a esa buhardilla, torre de marfil a la orilla de un
Tajo que desemboca donde el horizonte atlántico nos hace pequeños,
donde la luna alumbra un hálito proteico que se convierte en
torrentera de versos que sepulta la cotidianeidad del día. El
traductor de oficina transformado en demiurgo de todo un planeta. El
planeta Pessoa.
Para adentrarse en ese
planeta, para explorar su superficie, podemos recurrir a profesores,
escritores y teóricos pero porqué no hacerlo con un traductor,
quien maneja la palabra original y la convierte en otro idioma para
así seguir conquistando fieles, para ampliar ese horizonte que desde
el ventanal se presiente. En la mayoría de estas reediciones figura
un nombre al lado del escritor portugués, el de Manuel Moya, quien
lleva diez años como un cirujano abriendo frases a corazón abierto,
implantando significados, pero sobre todo, intentado entender a un
hombre y a un autor fascinante. «Cuando comencé a traducir a Pessoa
lo que me sorprendió era el genio, esa escritura genial, ese Caeiro
maravilloso, o el Campos maduro, la lucidez terrible del ‘Libro del
Desasosiego’. Pero ese era el comienzo. Cuando vas profundizando en
el personaje, te familiarizas con él y mantienes un diálogo con la
propia persona. Es un recorrido que va desde la traducción de un
genio a la traducción de un hombre con todo su bagaje de solitario
en Lisboa. Un hombre con muchísimas manías, el alcohol, su visión
de los sueños. Él no es que cree personajes, sino mundos interiores
en los que descansa de la realidad que le agobia y que no le gusta»,
afirma Manuel Moya haciendo un veloz balance de estos años de
trabajo.
Esos mundos de la
evasión nacen y mueren, todos menos uno, Ricardo Reis, hilo suelto
del que tiró José Saramago en su novela ‘El año de la muerte de
Ricardo Reis’. Así es como se les dota de una vida propia,
de un cuerpo en el que sostenerse y una mirada hacia el entorno
diferente en cada uno de ellos, como diferentes son, pese a partir de
un mismo tronco. «Alberto Caeiro es la lucidez extrema. Álvaro de
Campos es el genio, la capacidad de construir y destruir cualquier
cosa. Ricardo Reis es el método, el escritor que sigue un riel, como
un tren, es el más esotérico y Bernardo Soares es Pessoa, se parece
mucho a él», así los define su traductor, quien ha establecido una
relación muy próxima con cada uno de ellos tras tantas horas de
contacto, y lo que le hace dudar en el momento de decantarse cuando
se le pide que elija una voz: «Con ellos tengo una relación casi de
ternura, me lo he montado así, son como personajes hermanos, casi
humanos. Me siento bien con Álvaro de Campos, por que es genial,
pero seguramente el que más me interese sea Bernardo Soares. Y nos
quedaría otro heterónimo, o por lo menos yo lo veo así, que es el
propio Pessoa, que a mí me interesa menos por la visibilidad que le
da a todos los demás y él se queda en una parte menor, más ligada
a ese esoterismo que tanto le atraía».
Todas estas voces se
arraciman para formar un todo y en ese todo nunca dejan de surgir
sorpresas como a través de una que es poco conocida, El barón de
Teive del que se publica en este mes el por ahora único manuscrito
de su ‘autoría’, ‘La educación del estoico’. Y es que ese
planeta Pessoa no deja de mostrar nuevos territorios, como cuando se
encuentra una nueva especie sobre la Tierra, un desvelo de lo oculto
que no ceja en engrandecer al personaje y de fijar al hombre. Lectura
tras lectura, siempre provechosas, siempre sorprendentes, y tras las
que se encuentra la persona que nació en Lisboa pero que vivió su
infancia en Durban, hasta donde le llevó el segundo matrimonio de su
madre, con el cónsul portugués en la ciudad sudafricana. Allí
forjó su inglés que, ya de regreso en Lisboa, le serviría para
ganarse la vida como traductor de cartas comerciales. Era la aburrida
y monótona vida de oficina, la que estallaba en mil pedazos cuando
la noche lo invadía todo y en aquel desván alejado de la calle se
producía el alumbramiento milagroso de la literatura. Pero las
lecturas de Keats, Milton, Poe o Shakespeare ya estaban en el petate.
También los primeros poemas en inglés. La necesidad de escribir y
de hacerlo ya en portugués («mi patria es la lengua portuguesa»),
pero sobre todo, de traducir el mundo que le rodeaba en esa Lisboa de
la que se convirtió en su mejor embajador de cara al futuro. Mucho
de lo que es recorrer Lisboa hoy es transitar sus lugares de paso,
sus cafés, rincones y escenarios, en una composición que cada vez
más amenaza con aplastar al escritor bajo la especulación del
reclamo turístico.
Son los ambientes por
los que dispersó a sus heterónimos como espías de la realidad, esa
que entre dos siglos se movía de manera fugaz y acelerada, tanto,
que se era incapaz de lograr la imagen precisa. Lo difuso se imponía,
las diferentes caras de lo real. El cubismo en la pintura, el
dodecafonismo musical, pero también las personalidades de Pessoa,
son buena medida de ese tiempo nuevo en el que el ser humano se
disolvía en las ciudades, en unas urbes donde la gente dejaba de ser
persona para ser masa. «Con una falta tal de gente con la que
coexistir, como hay hoy. ¿qué puede un hombre de sensibilidad
hacer, sino inventar a sus amigos, o cuando menos a sus compañeros
de espíritu», esto dice el Pessoa que veía el devenir de ese
tiempo que le tocó vivir. Poco, porque falleció a los 47 años,
víctima de la tuberculosis. Nada más que decir de una vida de la
que ese baúl sigue expeliendo a borbotones miles de fragmentos,
hasta 30.000 se dice, y de la que el propio Pessoa solo entendía dos
fechas: «Si después de morirme quisieran escribir mi biografía/no
hay nada más sencillo. Tiene solo dos fechas/la de mi nacimiento y
la de mi muerte/Entre una y otra todos los días son míos».
Pessoa revisited
EN UNO DE los poemas
más conocidos del heterónimo Álvaro de Campos, ‘London
Revisited’, el poeta clama a partir de su derecho a la soledad en
el mundo, a su locura, y al abismo y al silencio que necesita para
ese acto enfermizo de la creación, colocado éste siempre muy por
encima de la vida. «¡No me cojáis del brazo!», exclama. Pero
nosotros necesitamos de ese brazo, evitamos su desamparo y desoímos
sus deseos para continuar caminando, y así lo han entendido
diferentes editoriales que han puesto en circulación, desde mediados
del año pasado, todo un muestrario de lo más importante de la obra
de Fernando Pessoa con la que poder asomarnos a su legado de una
manera actualizada y en muchos casos con interesantes aportaciones en
forma de prólogos o comentarios a la obra en cuestión.
Así es como la
editorial Visor recoge en dos monumentales volúmenes los poemarios
completos de Álvaro de Campos y las ‘Odas de Ricardo Reis’, en
unas ediciones en las que conviven el texto portugués con su
traducción al castellano. El otro gran heterónimo, Alberto Caeiro,
también tiene su poemario completo a cargo de la editorial Baile del
sol, mientras editoriales como Nórdica con ‘Un disfraz equivocado’
o Renacimiento, con una ‘Antología de Fernando Pessoa’, componen
una miscelánea de esas diferentes voces que permiten la comparación
de sus singularidades.
Alianza Editorial, que
celebra los 50 años de su colección de bolsillo, arranca este año
con tres publicaciones sobre Fernando Pessoa. ‘Poesía completa’,
‘Ficciones del interludio’ y el ‘Libro del desasosiego’.
Destacamos esas ficciones por que en ellas se contienen la obra
poética, poquísima en comparación a lo escrito, publicada,
mayoritariamente en publicaciones periódicas, a lo largo de su vida,
con lo cual podemos apreciar el producto final del poeta, los textos
que firman sus tres heterónimos más famosos así como el propio
Pessoa. Una antología diseñada por el propio autor con un título
también creado por él, y que pertenecería a un proyecto que no
llegó a materializarse. El último en llegar es ese heterónimo,
Barón de Teive, del que solo se conoce un texto, ‘La educación
del estoico’ y que ahora edita la sevillana La isla de Siltolá.
La gran estudiosa de su
obra, Teresa Rita Lopes, viene de publicar una nueva edición de
‘Libro del desasosiego’, titulada ‘Livro (s) do Desassossego’,
ella accedió a ese baúl y afirma que solo se ha aprovechado la
mitad de los casi treinta mil folios que en él se contenían, ahora
ya depositados en la Biblioteca Nacional de Portugal y en una
reciente entrevista habla de dos nuevos poemas encontrados en el
interior de otros materiales. No duden que Pessoa y su obra seguirán
creciendo, y que durante los próximos tiempos seguiremos conociendo
nuevas publicaciones sobre lo ya conocido, pero también sobre esos
horizontes infinitos e ignotos.
Publicado en el suplemento cultural Táboa Redonda. Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo 6/03/2016