[Ramonismo 156]
'Anoxia’ reflexiona sobre la pérdida, el dolor y la capacidad de la fotografía para activar esa memoria de lo incorpóreo
Una de las virtudes de un buen libro es la de interrogar, la de interpelar al lector sobre cuál sería su posición en relación al contenido de un relato. Y si algo consigue ‘Anoxia’, la nueva novela de Miguel Ángel Hernández, editada por Anagrama, es llenar la historia de su protagonista, Dolores, una fotógrafa viuda, de un rosario de preguntas que enriquecen la ya de por sí valiosa escritura de quien con su anterior libro, ‘El dolor de los demás’, ya había también transitado por estos acantilados de las interrogaciones hacia una sociedad y hacia nosotros mismos como tribu.
El carácter de revelación de aquella novela, como la que nos ocupa ahora, también ubicada en su territorio murciano, se activa de nuevo con esta historia sobre una fotógrafa que inmersa en una vida desesperanzada tras la muerte de su pareja, un hijo ausente de su cotidianidad y un negocio en horas bajas, tras el encuentro con un misterioso personaje se adentra en la fotografía de muertos. Una actividad que tuvo décadas atrás una gran relevancia en diferentes contextos familiares y que ahora sólo se mantiene por algunas familias que desean conservar esa imagen del difunto antes de la despedida final.
A partir de ahí es cuando surge todo ese itinerario de preguntas. ¿Es ético tomar este tipo de imágenes? ¿Qué tipo de alivio le puede aportar a una familia ese registro? ¿Por qué límites nos movemos cuando transitamos entre la vida y la muerte? ¿Estaríamos dispuestos a encargar ese tipo de fotografía? Preguntas que vienen a rodear una disciplina artística como es la fotografía y su capacidad por ser un contenedor de memoria, con componentes plásticos y creativos y que, sin duda, es algo sobre lo que Miguel Ángel Hernández también propone una reflexión de fondo, muy sugerente, desde su condición de profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia, ámbito en el que ha escrito numerosos ensayos y que ahora hila con su poder narrativo y digo poder porque la escritura de Miguel Ángel Hernández (vuelvo a poner en el foco su extraordinaria ‘El dolor de los demás’) se arma desde una escritura vigorosa, llena de virtudes, de claridad a la vez que logra dejar toda una zonas de sombras, una permanente lucha entre el bien y el mal por la que nos hace transitar en ambas novelas. En definitiva, Miguel Ángel Hernández escribe como Dios, que en un profesor de Historia del Arte es decir que escribe como esculpe Miguel Ángel, esto es, desde la rotundidad de formas, a partir de un sólido armazón argumental y con una contenida emoción visual.
‘Anoxia’, es una palabra que en su significado académico supone la «falta casi total de oxígeno en la sangre o en tejidos corporales», y esa palabra esa la que articula todo el libro desde diferentes niveles, por un lado por la propia historia, al ser la fotografía de muertos la que como un gran Mcguffin nos va enganchando a la existencia de Dolores para ahí sí asomarnos a un personaje que lleva muchos años quedándose sin oxígeno en su propia vida. Al igual que aquellos peces del Mar Menor que vimos agonizantes hace unos meses en nuestros informativos y que también incluye en la narración Miguel Ángel Hernández, insertando de manera comprometida y meritoria varias componentes medio ambientales y relacionadas con el cambio climático, la protagonista lucha por sobrevivir y superar la situación a la que ha llegado por una argamasa de dolor y culpa que, como una pesada carga, debe portar sobre sus hombros. Un peso invisible que como todo aquello que nos rodea en función de nuestros sentimientos forma parte de nosotros. Otra pregunta es si eso, lo invisible, también se puede revelar en una imagen fotográfica, si en el momento más cercano a nuestra muerte todavía en nuestra efigie se puede encontrar un rastro de todo lo que marca nuestras vidas en base a nuestros actos y emociones.
Miguel Ángel Hernández construye, por lo tanto, una novela que nos sorprende por adentrarse en un ámbito que nos puede parecer inquietante, como es el de la fotografía mortuoria, pero cuyo manejo nos permite ver ciertas cuestiones aquí tratadas de una manera diferente a lo habitual y donde el arte, tanto el plástico como el literario, se constituyen como los mejores cómplices para propiciar nuestra reflexión mental y el gozo de la lectura.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 20/05/2023