xoves, 21 de abril de 2022

Un poeta vencido

 

[Ramonismo 108]

Manuel Moya recrea en ‘Lluvia oblicua’ las últimas horas de Fernando Pessoa fundido con Lisboa y sus otras vidas



Era uno, pero en él se citaban muchos otros. Nadie ejemplifica de manera más concreta aquello que, otro gigante de la poesía, Walt Whitman, afirmaba en su «contengo multitudes». Las multitudes de Fernando Pessoa fueron sus heterónimos y entre todos ellos generaron algunas de las páginas más hermosas de la literatura, al tiempo que convertían Lisboa en un mirador sobre la existencia humana.

El onubense Manuel Moya, auténtico experto en las multitudes pessoanas, coordinador de numerosas antologías poéticas de cada uno de sus heterónimos y que próximamente nos presentará una minuciosa biografía de Fernando Pessoa, es quien afronta, en esta pequeña novela, el devenir vital de uno de los primeros héroes trágicos de la literatura urbana del siglo XX. ‘Lluvia oblicua’, editada con mimo por Baile del Sol, es, a su modo, también una biografía, si bien alejada de la correlación de datos que se le presupone al género, pero convirtiendo todos esos movimientos vitales en un permanente latido de humanidad que hace de este texto uno de los mejores tranvías a los que subirse para conocer y reconocer al autor de ‘Mensagem’.

Entre el tabaco, el bagaço y los sueños convertidos en derrota, Fernando Pessoa se aproxima al precipicio en que se convertirán sus últimas horas, por supuesto, trashumantes por calles, plazas, cafés, oficinas y cais de la capital lusa. El paisaje de Lisboa tiembla de manera cada vez más intensa por las puñaladas en el costado que sufre el poeta, por las toses insistentes y por un hígado que renunciaba a seguir aliviando los excesos etílicos de un Pessoa que asume todas esas miserias como el poeta vencido que se siente, como el niño fracasado ante la figura ausente de una madre que, desde el cementerio de Os Prazeres, reclama su presencia para recuperar aquella felicidad compartida, el único instante, el de la infancia, en el que Fernando Pessoa pudo mirarle a los ojos a la alegría.

«Si escribo lo que siento es porque así atempero la fiebre de sentir», escribe el Bernardo Soares del ‘Libro del desasosiego’, y esa fiebre permanente es la que en el propio texto de Manuel Moya va en progresión hasta su final, cuando la lluvia lisboeta que el propio Pessoa decía que caía de manera oblicua, había ya ahogado al vate. En todo este proceso de deterioro Fernando Pessoa nunca estuvo solo y a partir del centro imantado que él simbolizaba, los Álvaro Campos, Bernardo Soares, Ricardo Reis o Alberto Caeiro, y otros menos conocidos, como el Barón de Teive, le acompañaban en ese reflejar al ser humano, sumando papeles a ese baúl inmarcesible, maná inagotable de una personalidad que era muchas, también de amores, como el de Ofelia, de interés por el esoterismo, la política y, en definitiva, por un mundo que nunca le gustó, de ahí que se empeñara en inventar nuevos mundos.

A esos nuevos mundos, a los mundos de Pessoa, es a los que nos acompaña Manuel Moya desde una espléndida escritura, diáfana y emocionante en la explicación de la progresiva derrota de quien se consideró un poeta vencido por la propia vida.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 9/04/2022


domingo, 10 de abril de 2022

Cuando la leyenda supera la realidad

 

FOGUETES VERDES

El fallecimiento de Cholo, capitán y mito del glorioso Pontevedra de los años sesenta, le abre las puertas de la eternidad a una de esas figuras irrepetibles en cualquier comunidad


Todo colectivo precisa, a lo largo de los años, aunar una serie de ingredientes míticos que le otorguen su identidad, su singular configuración frente a otras ciudades para hacer de ella un espacio de identificación de todos sus integrantes. Pontevedra es rica en mitos, en  historias sedimentadas desde su conformación más primitiva hasta nuestros días. Así rebosaba felicidad, durante su estancia pontevedresa, Gonzalo Torrente Ballester, quien más y mejor escribió desde el mito, surtiendo su imaginario de todo un rosario de historias y personajes que se convirtieron en texto. Pero pocos de un calado tan grande como los que puede generar un territorio de pasiones compartidas como es el fútbol.

Pontevedra ha hecho de la historia del equipo del ‘Hai que roelo’, una Ítaca colectiva a la que regresar cada cierto tiempo. Un anclaje con la memoria de los que vivieron aquel tiempo y que llega a los que no lo vimos a través de un relato cada vez más legendario que es, tal y como filmó John Ford en su película ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, como se escribe la vida de las personas, por encima de la realidad de los acontecimientos. 

Aquel equipo granate, líder de Primera División, que se codeaba con las grandes referencias del fútbol en España, era mucho más que un simple equipo. Era el alivio semanal de una ciudad que en esa década tomaba aire tras los años posteriores a la Guerra Civil y sus miserias. Al desarrollismo social y económico se le unía un conjunto que, de manera inesperada, desde el tesón y la vitalidad, se había hecho un hueco en la élite del fútbol, convirtiendo Pasarón en ese vergel de sueños e ilusiones desde el que domesticar el día a día.

Todavía hoy esa alineación de jugadores es un mantra que acompaña a esta ciudad, no solo al hablar con algún vecino que lo vivió, sino que, como estés fuera de ella y digas que eres de Pontevedra, y si tu interlocutor tiene una cierta edad, antes de darte las buenas tardes te descerraja aquella alineación, no solo como un gesto cómplice, sino como la recuperación de un compromiso de resistencia colectivo que iba más allá de las orillas del Lérez.

He tenido pocas sensaciones más intensas en esta ciudad que las que surgían al cruzarme con Cholo por sus calles. Aquellas piernas, que como dos torres pétreas se hundían en el barro de Pasarón impidiendo el paso de cualquier rival, semejaban levitar al caminar sobre nuestras aceras. Era el poso de ese imaginario colectivo que te hacía reconocer al héroe, admirar al hombre que, como todos sus compañeros admiten, encarnaba a una generación irrepetible, no solo para el fútbol sino para la propia ciudad. Cuando pasaba a su lado siempre giraba la cabeza hacia todos los lados buscando la complicidad de los viandantes. «¡Pero no sabéis quien es!, ¡No sentís lo mismo que yo!». Muchas veces sentía lástima por todos los que no reaccionaban ante su presencia, la del conductor de trolebuses que, con su capa granate, había ajusticiado a sus oponentes en los terrenos de juego.

El escalofrío al pasar junto a quien fue el dorsal número tres poco tenía que ver con el que originaba en sus rivales, desmadejados ante quien seguramente no era el más alto, ni el más fuerte, ni el más rápido, pero sí el mejor. Verse entre aquella defensa, con sus medallas de lodo, debía ser como sentirse en medio de una manada de rinocerontes en plena estampida.

Todo tiempo es finito y esta semana se inició con la muerte de Cholo, el final de una época en esta ciudad que, quizás, se despierte así de aquel sueño granate que tantas veces ha atenazado, por su reflejo de Narciso, al propio equipo en su deseo de repetir aquellos éxitos. Nosotros seguiremos recordándolo desde la leyenda, porque como nos enseñó el director de cine irlandés: «En el Oeste, cuando la leyenda se convierte en realidad, publicamos la leyenda».

 

 


Publicado en Diario de Pontevedra 1/04/2022

Fotografía. Cholo y Vallejo dejan a Ufarte tendido en el suelo en un lance del encuentro disputado en el Estadio Manzanares. FOTO CIFRA.


Museo Torres. 30 anos despois

 

FOGUETES VERDES

Cando se cumpren trinta anos da inauguración do Museo que leva o nome do pintor Manuel Torres, e tras unha recente reforma do mesmo, aínda se está lonxe de amosar o seu potencial




O 25 de marzo de 1992 Diario de Pontevedra levaba a súa portada a noticia da inauguración do Museo Manuel Torres de Marín, no que se depositaba o legado cedido polo propio pintor ao seu pobo natal para o disfrute dos seus veciños. Cúmprense, polo tanto, trinta anos daquel acto que deixou nese Concello un tesouro artístico e cultural de indudable importancia a través da obra dun dos pintores máis sobranceiros de Galicia, integrante da mellor xeración da nosa pintura, como foron Os Renovadores que, nos anos trinta, fixeron da súa obra unha reclamación da identidade galega dende as novas formulacións pictóricas das vangardas que viñan a rachar coa pintura máis académica e rexionalista. Maside, Laxeiro, Colmeiro, Souto e Torres forman esa xeración mítica da nosa arte, dentro da que a figura de Manuel Torres sempre é a que pecha ese listado, como se fose o último da fila, cando a súa pintura está ao mesmo nivel da de calquera dos anteriores. O certo é que a dimensión da súa figura non acaba de poñerse en valor, tendo a nosa sociedade aínda pendente un maior coñecemento e aplauso da súa obra.

É indudable que, tendo un Museo co seu nome, e con boa parte da súa obra alí, ese centro tería que ser o verdadeiro motor para impulsar o maior coñecemento de Manuel Torres, a través da difusión da súa obra e do impulso de diferentes actividades que melloren esa percepción pública do pintor marinense. A recente reforma destas instalacións, sempre pendentes para un mellor aproveitamento en exclusiva do legado Torres da creación doutro centro cultural na vila que permitise focalizar no seu Museo todas as actividades na obras e na figura de Manuel Torres, están moi lonxe de reivindicar todo o potencial do pintor, que tería que ser un dos grandes reclamos da vila, cando o realmente difícil é poder contar cunha figura da que gabarse.

O primeiro que sorprende é que no exterior, ao pasar pola Avenida de Ourense, non exista unha indicación axeitada da presenza dese Museo e do seu contido que permita á xente que emprega esa rúa, con moito paso de turistas en vindeiras datas, plantexarse a visita ao Museo. Cando accedemos a el, na nova decoración da entrada, atopamos unha boa idea, impactante, pero mal resolta, ao non confiar esas grandes imaxes de benvida ao que en verdade singulariza a obra de Manuel Torres, como poden ser as escenas coa xente de Marín, as súas peixeiras, as famosas regateiras, ou calquera outra actividade dos traballadores vencellados ao mar; ou mesmo as vistas de espazos tan senlleiros da súa obra e vida como a tantas veces pintada Banda do río. Tamén botamos en falta nesa benvida, acompañada de datos sobre a vida e pensamentos do pintor, algunha mención ao feito realmente importante da súa carreira, como é o formar parte desa xeración de renovadores da arte galega, da nosa vangarda, que é o que vai a definir o seu rol dentro da nosa arte xunto aos xa citados.

Pasamos a percorrer a exposición permanente e atopamos outra eiva relevante xa que, ao ter salas adicadas a exposicións temporais doutros pintores, encontrámonos cun complicado atranco para poder ver o maior número posible de obras, laiándonos de novo de que non todo o espazo acolla unha completa exposición permanente adicada a súa figura, que sexa realmente didáctica para o seu coñecemento, e que se podería completar de xeito puntual con mostras dos seus contemporáneos ou de pezas do propio Manuel Torres expostas noutros centros, con especial relevancia do Museo de Pontevedra co cal sería interesante establecer un fío directo para que ambas institucións traballasen en común no fortalecemento da súa figura. Os cadros que se mostran agora están ausentes de calquera criterio expositivo, sexa de carácter cronolóxico, temático ou técnico, semellando unha acumulación de obras incapaces de dimensionar a quen se tería que tratar co maior dos respectos.

 

 


Publicado no Diario de Pontevedra. 25/03/2022

Fotografía. Mesa presidencial no día da inauguración do Museo Manuel Torres de Marín, coa presenza do propio pintor (segundo pola esquerda sentado a carón de Filgueira Valverde). RAFA.

luns, 4 de abril de 2022

Yo soy Timandra

 

[Ramonismo 107]

La nueva novela del griego Theodor Kallifatides nos conduce a la Atenas en la que creció el mito y el logos



EL pasado año el escritor y buen amigo pontevedrés Diego Moldes recomendaba en las redes un pequeño libro titulado ‘Otra vida por vivir’ de un autor con uno de esos nombres griegos que parecen contener todo el Egeo en su interior, tan fascinantes como lo es el de Theodor Kallifatides. Tras su lectura descubrí a un escritor que me impactó como hacía tiempo que no me ocurría. A partir de ahí, y tras rematar aquellas páginas, he leído todo lo que puede de Theodor Kallifatides quien, desde una límpida mirada hacia la vida, plantea en cada uno de sus libros un sencillo y humilde recorrido para entender su identidad y para explicar quién es este hombre nacido en 1938.

Emigrante en Suecia desde los años sesenta, títulos como ‘Madres e hijos’ o ‘Lo pasado no es un sueño’, todos ellos bajo la traducción de Selma Alcira y editados, como su última novela, ‘Timandra’ (traducida por Carmen Vilela), en Galaxia Gutenberg, son una mirada hacia un pasado que necesita el presente para entender qué es lo que sucede alrededor de quién atisba el final de su vida y en la que ese territorio griego, del que geográficamente ha estado tan distante, supone la resolución de los enigmas y dudas que en estos momentos se le plantean. Su infancia, la relación con su madre, la II Guerra Mundial o la tradición cultural griega trufan unos relatos emocionantes por el pálpito vital que se guarda en cada uno de ellos, por una sinceridad que impacta en el lector de una manera tan inesperada como cautivadora y donde ese consejo de su padre que se cita en ‘Otra vida por vivir’: «No te olvides de quién eres», es la llave maestra para entender lo que significa la escritura de un autor con más de cuarenta libros de ficción, que ha publicado ensayos, poesía y ha sido traductor de numerosas obras del griego al sueco y viceversa.

En ese «no te olvides de quién eres» recae el poder del origen como el lugar al que mirar, el ámbito de las respuestas y quizás, en ese sentido ‘Timandra’ sea la aproximación literaria de Theodor Kallifatides al sustrato mitológico de la Atenas más clásica, de la que luchó con Esparta, de la que llenaba sus calles de filósofos, en este caso Sócrates y los Sofistas, y donde se acuñaban toda una serie de mitos para crear uno de los vectores culturales e históricos fundamentales de una Europa que parece estar, de una manera cada vez más intensa, pagando las consecuencias de despegarse de aquella herencia helena de cultura, mitos y pensamiento.

Una mujer, Timandra, es la protagonista y quién, a través de su mirada deseosa de libertad, y con el epicentro en el amor y sus numerosas derivadas, nos conduce a una serie de episodios vitales que nos narra ella misma para confirmar aquello de que «una historia es lo que queda de nuestra existencia». Esas historias contendrán a diferentes personas con variados nexos con la protagonista. Personas, como ella misma afirma, «como ríos caudalosos de aguas limpias que nos obsequian con vegetación y frescor, y otras son como torrentes, secos en verano, cuando más los necesitas», y es que a lo largo de todo el libro se colmatan una serie de frases que, bajo el manto de la historia, son también una deliciosa manera de pensar nuestro presente y de calibrar nuestros días desde una mirada antigua que, aunque distante, no parece tan lejana para entender al ser humano.

Un libro que rezuma humanidad y que hace de la bella Timandra, mujer criada para el placer, enamorada del héroe Alcibíades, una manera de ver el mundo, de percibir una realidad en la que luz y sombras se confrontaban de manera permanente. «Siempre me fascinaba más la sombra de un hombre que el hombre mismo». Y es desde esa alternancia de la luz y la sombra en la que en el libro se habla también de política, de fama, de deseo, de la relación entre amantes, también entre una madre y una hija, entre rivales de guerra, entre filósofos... en definitiva, risas y lágrimas que, como en una representación teatral, ocupan nuestras vidas en cualquier tiempo y lugar.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 4/04/2022