xoves, 21 de xullo de 2022

El óxido de la violencia

 

[Ramonismo 120]

Jorge Volpi nos enfrenta a la violencia en nuestra sociedad, con especial atención a su país, México, que la sufre a diario



ACOSTUMBRAMOS a estremecernos desde los medios de comunicación por las noticias que nos llegan de muertes violentas en un país tan maravilloso como México. Una situación de permanente violencia que hace de aquella sociedad un tenso espacio para la convivencia del ser humano. Jorge Volpi (México, 1968), desde su reconocida capacidad literaria, lleva colocando ante nuestros ojos varios de esos escenarios vinculados a la violencia en su país, aunque algunas conductas son similares a las que pueden darse en diferentes partes del mundo, lo que aparte de algunas cuestiones concretas universaliza su mirada.

Y esto es, precisamente, lo que nos encontramos en su última novela, ‘Partes de guerra’ (Alfaguara) en la que se cuenta la muerte de una joven de catorce años a manos de otros menores que formaban parte de su círculo de amistades, todo ello en un territorio fronterizo entre México y Guatemala, con una identidad muy marcada. Un violencia juvenil que asola a no pocas sociedades del planeta, vinculada a los vertiginosos cambios sociales, a la irrupción de nuevas tecnologías y a las nuevas formas de relacionarse de nuestras generaciones más jóvenes.

Jorge Volpi entremezcla el relato de ese suceso con el que surge de las relaciones de un grupo de profesionales que investigarán, desde el ámbito científico, qué es lo que se activa en nuestro interior para que unos chavales lleguen a ese extremo y cualquiera, como dice el director del colegio en el que estudian, «se convierta en un monstruo». Un texto que, como es habitual en este autor ganador en 2018 del Premio Alfaguara con el libro ‘Una novela criminal’ en la que también se trataba ese problemática de su país en ese caso vinculada a los secuestros exprés, está dotado de una gran calidad literaria bordeando en este caso también lo periodístico, al exponer posibles causas y condiciones para que emerja esa violencia, cuestionando su origen como un elemento natural o como una cuestión que la sociedad poco a poco ha ido insertando en nuestro interior, llegando a conformar un escenario bélico, dado el número de víctimas mortales que se producen cada año. Una guerra a la que no se le llama guerra y en la que Jorge Volpi intenta ayudar a entender esos actos violentos que atentan de manera brutal contra la existencia de los que allí habitan. «En este pinche país la violencia nos carcome como un óxido, violencia contra mujeres y niños, violencia del narco, violencia política, violencia contra los migrantes, violencia policial», escribe Jorge Volpi como una reflexión más de las muchas que pueblan el texto, del mismo modo que no son pocas las críticas que afloran sobre esta sociedad que entre todos hemos configurado como una sociedad del espectáculo, en la que no acertamos a solucionar nuestras derivas, naufragios y fracasos como colectivo.

Esas relaciones entre los jóvenes protagonistas del luctuoso relato se paralelizan con las de los otros actores del libro, los adultos que, llevados de la mano de un brillante y admirado neurocientífico, llegan hasta ese territorio para entender esos otros cerebros. Pero resulta que esas líneas paralelas no lo son tanto y cuando se produce un fatal accidente se revelan toda una serie de situaciones personales que dinamitan lo establecido, arrojando una serie de dudas sobre las apariencias y la identidad. Esa reflexión sobre lo identitario es la que también permitirá conocer las diferentes situaciones que se dieron entre aquellos chicos para que la violencia segase la vida de una de ellos y dejase al resto marcados para el resto de sus vidas.

Si Jorge Volpi con ‘Una novela criminal’ ya nos había impactado no solo por lo que se cuenta, sino por el inteligente planteamiento que presenta todo lo que sucede en su interior, con ‘Partes de guerra’, una novela más ligera, se adentra de manera contundente en esos ámbitos marginales de su país, espacios físicos condicionados por la naturaleza, por las condiciones de vida y de educación que también forman parte de ese caldo de cultivo en el que la violencia brota de la manera más insospechada, incluso en quién unos minutos antes era incapaz de pensar que se vería en una situación así. De igual modo un acto tan impactante como este genera una serie de seísmos en quienes se acercan a conocer lo sucedido, a relacionarse con sus protagonistas y a activar una serie de fantasmas que muchas veces entendemos dominados a lo largo del tiempo pero que, simplemente, aguardan a que en un instante esa carcoma los libere para enfrentarnos a lo que somos

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 9/07/2022 

martes, 19 de xullo de 2022

Motas de polvo

 

[Ramonismo 119]

El segundo libro de poemas de Rosa Berbel se configura como una expedición a la oscuridad haciendo del lenguaje luz



SOBRECOGE enfrentarse a estos poemas escritos por Rosa Berbel (Estepa, Sevilla, 1997), por cómo alguien tan joven es capaz de adentrarse de manera tan decidida por ámbitos tan complejos como los aquí expuestos, conformando una expedición hacia el interior de la oscuridad, una observación allí donde semeja que el abismo nos somete.

Un espacio donde descubrir nuevos planetas, nuevos territorios que expliquen más que lo que somos, el lugar que ocupamos en función de los acontecimientos que nos rodean. Y ahí la poeta escruta esos «planetas fantasma» que son los que titulan el libro aludiendo a esos hipotéticos planetas cuya existencia está probada desde el ámbito científico, pero que todavía no han podido ser observados.

«Hablamos de la luz,/de esas motas de polvo que el sol hace visibles,/como nuevos planetas». Este es el arranque del poema ‘Posibilidad de la luz’ que nos encontramos dentro de ‘Los planetas fantasma’ (Tusquets), y esa luz de la que hablamos no deja de ser la poesía de Rosa Berbel. Luz y lenguaje confluyen en esa exploración desde el poema hacia una realidad observada por esta mujer en la identificación de identidades e incertezas. Ámbitos de la duda que Rosa Berbel rastrea desde una manera de mirar que es la que define una «educación de la mirada», como ella misma la denomina, en la señalización de esos paisajes por los que atravesamos a lo largo de nuestras vidas.

«El paisaje ha cambiado/y lo llevo por dentro», escribe en el inicio de otro poema que plantea esa radical conexión entre el interior y el exterior. Entre la persona y todo aquello que la rodea y cómo ambos territorios confluyen entre sí. Experiencias, relaciones personales, ambientes... generan esa especie de sistemas solares en los que seguir en ese rastreo de lo que no vemos, de lo que intuimos y que de una u otra manera estamos seguros que existe. Cada poema de Rosa Berbel nos sitúa ante esas experiencias que surgen de un viaje, un recuerdo de la infancia, una sensación propiciada por el clima, la estancia en una vivienda, en definitiva, una serie de mecanismos que accionan en la poeta esa posibilidad de cerciorarse que tanto el tiempo como el espacio tienen sus dobleces, ángulos imperceptibles que la poesía es quién de iluminar, estableciendo la posibilidad de que pongamos nuestro foco sobre ellos como la revelación de los denominados «fantasmas del realismo».

Y así, llegando al final del libro, nos encontramos con uno de esos poemas valle en los que te refugias ante los poemas finales. ‘La conquista del paisaje’ es parte esencial en esta travesía, un territorio para tomar aire tras lo vivido, al tiempo que para coger fuerzas ante esa cúspide que nos espera en las páginas siguientes. Cruzamos toda esta naturaleza poética a la búsqueda de una belleza necesaria en todo momento, reclamada a lo largo de todo el libro como una guía permanente, como la luz inmarcesible que señala más que un camino, una esperanza.

Para todo ello, para lo visto y para lo que veremos, la otra necesidad inexcusable que se nos plantea a lo largo del poemario es la de nombrar, la de motivar el lenguaje como la otra forma de activar la luz. «Estaba el mundo a oscuras y nosotras/tuvimos que nombrarlo», nos advierte Rosa Berbel en el comienzo de otro importante poema: ‘Vuelo de brujas’. La mujer, su cuerpo, el amor, el sacrificio, aquí se exaltan como fundamento concreto de este poema, desde el cual sus huellas también se pueden seguir a lo largo de un libro lleno de compromisos con la identidad femenina, definiendo esa mirada como un firme anclaje con lo real, con lo táctil y lo sentido, aquello que endurece la piel en cualquier proceso de crecimiento que, al fin y al cabo, también envuelve los poemas de Rosa Berbel, convertidos en una manera de escrutar esas motas de polvo que la luz revela en la oscuridad, como sucede con muchos de nosotros, estableciendo una posibilidad que surge de lo imprevisto.

La poeta sevillana reafirma así aquel primer libro ‘Las niñas siempre dicen la verdad’ (Hiperión, 2018), acaparador de diferentes premios poéticos, pero sobre todo la presentación en sociedad de una poeta que sigue creciendo en sus ambiciones y posibilidades, y también en las emociones que suscita en el lector.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 2/07/2022

mércores, 6 de xullo de 2022

Tu patria es el tiempo

 

[Ramonismo 118]

El periodista Juan Cruz afronta una valiente mirada a la sombra de la infancia para reconocer el niño que fue



POSIBLEMENTE enfrentarse con quien uno es sea la tarea más compleja para cualquier escritor. Poner negro sobre blanco alrededor del proceso vital registrado en un interior que vislumbra la llegada a la meta tiene mucho de ajuste de cuentas con la propia persona, en ese asomarse a un acantilado ora luminoso ora brumoso, que significa el pasado. El tiempo convertido en patria que definió el poeta Luis Feria.

Juan Cruz (Puerto de la Cruz, 1948), como él escribe, afronta esta tarea desde «la piel que habito que ya es vejez», pero una vejez enérgica y sabia, capaz de proyectar esa sinceridad necesaria en el momento de recuperar lo que significó la infancia, ese lugar recóndito de nuestro interior que nos negamos a abandonar pero que siempre deja en nosotros una huella inmarchitable y, no pocas veces, definitoria de aquello en que nos hemos convertido.

Mil doscientos pasos’, editado por Alfaguara, es más que una distancia, es un salto al vacío de la memoria que nos conduce, envueltos en una atmósfera precisa, la que surge de la lúgubre represión de la posguerra bajo la particular climatología canaria, a ese momento de tránsito de la infancia al mundo adulto, a una pubertad en la que cada mirada, cada decisión, forman parte de un proceso determinado que, según las circunstancias individuales, puede prolongarse más o menos en el tiempo.

Desde ese territorio fronterizo que es toda adolescencia Juan Cruz articula este libro junto al muro en el que descubrió la violencia, entendiendo el dolor casi como un peaje, y al que nombrar desde una palabra que es el eterno tesoro del ser humano y de la que Juan Cruz hace en todo este relato una declaración de amor y necesidad, la que todo escritor posee sobre ella al ser su arma más precisa para explicar el mundo. La palabra, aquello que sirve para nombrar, puede convertirse en una masacre, en una carga de profundidad de la violencia que, en el ámbito de la infancia, se acomete sin control, sin evaluar daños, calificando y sometiendo al otro, normalmente al más débil, a un permanente castigo. El insulto, la maledicencia, el rumor... son una manera de horadar la convivencia, de estirar las costuras de cualquier sociedad y, si nos situamos en la actualidad, en nuestro contexto social, observamos, de manera escalofriante, como todos esos elementos son una de las grandes taras de nuestra sociedad. Un momento que vivimos que intuyo está también en el sustrato original de esta novela, planteada como un punto de ignición de las sucesivas derivas de una España angustiada por su propio destino y por una complicada convivencia entre clases, facciones, siglas políticas y hasta equipos de fútbol. Una sociedad acostumbrada al encanallamiento, la fricción y el permanente desasosiego que imposibilita un mayor progreso.

Mil doscientos pasos’, es una mirada a los amigos, a los padres, a la escuela, a los secretos que la vida va desvelando, a los miedos que las personas generan a nuestro alrededor, en definitiva, una mirada a la vida. «Recordar es la materia de la poesía», escribe Juan Cruz, diciéndonos así que también lo es de quien observa su vida de manera literaria. Y quien observa construye su relato, en este caso el de un niño apocado y castigado por las actitudes de otros niños que obligan a apurar esa mirada hacia lo que le rodea. Fijándose en conversaciones y en silencios, en actitudes que suelen esconder siempre más de lo que parece, en entender que las presencias, las vestimentas, los rasgos físicos son parte de un todo que, en ocasiones se convierte en una amenaza permanente. Un proceso en el que se descubre la violencia y el odio, y cómo las palabras se convierten en los pasos que damos para evidenciar ese señalamiento de la comunidad hacia aquellos que consideramos distintos y que deben ser apartados de ella.

Un libro valiente en el que Juan Cruz reconoce, bajo el sol de la infancia, la sombra del niño que fue y que, posiblemente, aún siga siendo. La última pieza del puzle por encajar.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra. 25/06/2022


domingo, 3 de xullo de 2022

Soltar la mano

[Ramonismo 117]

Isaac Rosa nos ofrece un libro comprometido no solo con lo literario sino con el artefacto social que hemos construido



TIENE mucho ‘Lugar seguro’ de libro refugio, de amparo ante la construcción de una sociedad en peligro de derrumbe y con nosotros a punto de ser víctimas bajo los escombros.

El libro que llevó a Isaac Rosa a lograr el Premio Biblioteca Breve 2022 (tras su lectura de manera más que merecida) otorgado por la editorial Seix Barral, nos adentra en una historia singular, la de un vendedor de refugios ante el miedo y el caos de una sociedad que desde diversos ángulos tiende a su autodestrucción. Ese vendedor forma parte de una estirpe de pillos, de pícaros que han hecho de su vida un deambular por el engaño de los demás como forma de vida, como sustento económico siempre zarandeado por los acontecimientos y por necesidades más o menos perentorias.

Segismundo García, el comercial en el que se centra la acción, con el antecedente de su padre y la también presencia de su hijo. Forma parte de esos ‘librepensadores’ del momento cuya mirada permite analizar la sociedad de una manera completamente descreída, ausente de esperanza por la evolución humana y que, quizás por los golpes llevados, ya solo entiende como algo seguro el colapso de lo que entendemos por una forma de vida.

Isaac Rosa, de manera inteligente, emplea las andanzas de este vendedor aprovechado de los miedos de la gente, para colocar toda una serie de cargas de profundidad sobre el ecosistema que hemos ido armando a lo largo de los años. Capitalismo, urbanismo, economía, convivencia... son claves de un entramado social entre cuyas grietas (algunas de un considerable tamaño) se ubica Segismundo García para colocar su producto, unos delirantes búnkeres capaces de adaptarse a cualquier bolsillo y lugar: garajes, trasteros, piscinas o los más variopintos espacios, por mínimos que sean, y que, como avispado vendedor, sabe reinterpretar según sus intereses y siempre para satisfacer al posible comprador. Para lograr esas ventas nuestro pícaro se adentra en diferentes realidades, interiores de casas, personalidades de la gente que rápidamente disecciona realizando un perfecto scanner de la actualidad, al tiempo que se toma más que de broma a los diferentes movimientos salvadores de este momento. Un descreimiento sobre las nuevas maneras de revertir esa situación a través de cuestiones que no van mucho más allá en su practicidad del buenrollismo.

Pero dándole la vuelta a esa cara A de la novela, la cara B nos va a explicar muchas de las acciones de Segismundo. Ese abrir las puertas a lo que debería ser en realidad un lugar seguro para cualquier persona, como es el ámbito familiar, aquí nos muestra una situación enquistada a lo largo de los años que, ciertamente, no podía acabar más que en lo que acaba Segismundo García, al tiempo que adelanta lo que a buen seguro sucederá con su propio hijo. La dramática situación de su padre, en un proceso degenerativo, permite, además de crear una trama que funciona muy bien en la novela, con tesoro incluido, abrir otra serie de grietas, estas más íntimas, propias de lo familiar, justificantes del hoy pero que siguen poniendo el foco en nuestra sociedad con los cuidados a las personas mayores y las mujeres que suelen encargarse de esos trabajos.

Lugar seguro’ es capaz, desde esos dos ámbitos, lo público y lo privado, de mezclar las incertezas de nuestro momento con una mirada entrañable y divertida desde lo familiar, como si ambos elementos fuesen, al fin y al cabo, los que desde su justo equilibrio puedan todavía ofrecer una salida a una situación cada vez más angustiosa, cada vez más insegura y donde soltar una mano se convierte en un salto al vacío.

 


 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 18/06/2022