Tras
cien días en el cargo sus intervenciones muestran a un político que
busca más recuperar el pasado que conquistar el futuro
Entró como un vendaval
por las puertas abiertas de par en par que había dejado Mariano
Rajoy sin ningún tipo de cerrojo tras su marcha del partido. Se
erigió entre Soraya Sáenz de Santamaría y Mª Dolores de Cospedal
(vaya papelón el suyo tras las escuchas de Villarejo) como la
esperanza de un nuevo rumbo dentro del Partido Popular que todos
advertíamos y hasta deseábamos como parte de una necesaria
renovación, que parecía casi obligada para alguien al que su
Documento Nacional de Identidad asegura que tiene 37 años, y
valorando siempre la complejidad que eso conlleva dentro de un
partido al que le cuesta siempre dar saltos hacia delante. Pablo
Casado, después de cien días en el cargo, si algo ha dejado claro
es que le preocupa mucho más recuperar el pasado que lograr alcanzar
un esperanzador futuro, tanto para su organización como para la
sociedad a la que se debe, desde su llegada a la presidencia de un
partido con vocación de gobierno.
Colgado permanentemente
del brazo y del ideario de José María Aznar, todo en él es un
mirar hacia atrás buscando el camino que lo impulse hacia La Moncloa
en base a antiguas esencias que aromatizaron el partido en tiempos
pasados. Como si recuperar las acciones de décadas atrás fuera el
seguro para afianzar su liderato entre sus afines y entre votantes
indecisos. La última de sus vertiginosas iniciativas ha sido la
propuesta realizada ante la periodista Ana Pastor el pasado domingo
en La Sexta, cuando en los momentos en que la entrevistadora le
permitía hablar y en relación al tema del aborto manifestó la
intención de recuperar la ley del aborto de 1985, esto es, una ley
de cuando Pablo Casado tenía cuatro años y un pijama de Naranjito
que comenzaba a tener bollos. Por muy poco que haya cambiado esta
sociedad en esos temas, como en otros que afectan a las libertades
individuales del ser humano, algo hemos evolucionado, con lo que
intentar plantear a estas alturas del siglo XXI un regreso atrás en
el tiempo, cuanto más hasta 1985, supondría un brutal retroceso en
los derechos de las mujeres.
Quizás tanto mirar
hacia atrás impide a Pablo Casado comprender a la sociedad española
actual, quizás circunscribir la mirada a los intereses de su partido
le impide percibir qué sucede en una realidad que semeja no tener
nada que ver con aquella en la que el político se maneja. Cierto es
que estos primeros días son los de intentar hacerse fuerte dentro de
su grupo, reafirmando valores que se consideran seguros para el
respaldo de los suyos, como la unidad territorial, el aborto, el pim
pam pum grosero al gobierno socialista, el cobijo bajo el bigote de
Aznar... en definitiva, una derechización de esa, por otro lado,
dudosa centralidad de la que algunos habían hablado sobre el Partido
Popular en tiempos de Mariano Rajoy. Pablo Casado parece tener claro
que agrupar la manada es lo primero para luego lanzarse contra el
enemigo, porque así plantea el asalto al poder, como una
confrontación bélica con sus rivales en la que todo vale, y en la
que la competencia de Ciudadanos y la irrupción de VOX no ha hecho
más que tensar todavía más al partido y a su líder ante la
posible pérdida de votos por esas confluencias ideológicas.
Y con estas decisiones
y actitudes se aproximan tiempos en los que los miembros del Partido
Popular tendrán que mostrarse ante la sociedad, con unas elecciones
municipales en las que los candidatos se verán atrapados entre sus
propias intenciones y las consignas que lleguen desde la sede de
Génova. Cien días después Pablo Casado avanza velozmente hacia
atrás.
Publicado en Diario de Pontevedra 31/10/2018
Foto: Kai Fosterling (Efe)