SI LA RECIENTE concesión del
premio Cervantes a Eduardo Mendoza se entiende en una necesaria clave de
reivindicación del humor como parte de la literatura, otros humores ensombrecen
nuestras perspectivas literarias, nuestros deseos, quizás demasiado elevados,
para este mundo de afilados dientes, en torno a que nuestros hijos configuren
un ámbito de vida mejor que el nuestro. Y es que esos humores corpóreos se nos
agitan al ver como la interminable y extenuante reforma educativa plantea la
desaparición de la asignatura de Literatura Universal, dejando de ser una
materia optativa en segundo de bachillerato y desterrándola de la selectividad.
¡Ahí es nada!
Cuando
Eduardo Mendoza, en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares pronunciando su
discurso de aceptación, afirma que "el humor lo impregna todo y todo lo
transforma", evidentemente no incluía a los redactores de esta reforma
canalla que cada paso que realiza cercena en mayor medida todo lo que tenga que
ver con las humanidades. Aquellos legisladores (¡qué grande les queda el
término!) que durante años o décadas y desde diferentes colores políticos han
ido esquilmando las Humanidades de los planes educativos en sus más amplias
variedades, desde los estudios de Latín y Griego, pasando por la Filosofía , hasta
desembocar en la Literatura ,
no hacen más que promocionar una educación utilitarista y desenfrenada,
encaminada, primero a que los informes Pisa les den la palmadita en la espalda
a los gestores educativos, y después a colocar en el mercado autómatas de
generar economía. Poco entienden aquello que tan bien ha expresado
recientemente Carlos Mayoral en un artículo en El Español: "Olvidan que
del instituto ha de salir un individuo, no un objeto estrictamente
profesional". Cada vez más nuestros estudios se abocan a un escenario
mercantilista, a la creación de engranajes para alimentar unos sistemas de
producción en los que el pensamiento y toda capacidad de alentar el raciocinio
en función de la comprensión y asimilación de lo pensado o escrito por los
demás se entiende como un pesado y hasta peligroso lastre que portar. Nunca
entenderán, o de hacerlo y no aplicarlo simplemente merecerían el destierro, la
utilidad y las capacidades que en el ser humano despiertan todas esas materias,
todas esas asignaturas que, como pocas, conforman lo que debe ser o aquello que
se entiende como un ser humano, como un elemento que forma parte de una
colectividad a la que debe aportar mucho más que su presencia egoísta e
insolidaria en un sistema de mercado que depura todo aquello que no le puede
ser útil, cuando sí lo es para la persona.
Y es
que ni el mal humor se nos puede pasar por mucho que Eduardo Mendoza rastree su
buen humor a lo largo de las páginas de El Quijote. Un humor que también
participa de su literatura, como tantas veces, y por supuesto ante la concesión
de este premio, menospreciada por lo que tiene a veces de aparente
intrascendencia, de ejercicio literario para la infantería lectora y no para
las élites que siempre parecen ser las que con su bendición deben aclamar a los
premiados. Eduardo Mendoza ha escrito tres o cuatro libros imprescindibles en
nuestro discurso literario, ya de por sí merecedores de este galardón, y en
torno a ellos ha generado también una literatura más ligada a la comicidad y en
la que la trascendencia, ansiada por tantos, no abruma a unos lectores en
ocasiones temerosos de ciertos libros, a los que precisamente cada vez más se
les están hurtando las herramientas para medirse con ellos.
Precisamente
ante este paisaje, cada vez más yermo, que se erige ante nosotros, Eduardo
Mendoza discrepa del propio Don Quijote "cuando afirma que no hay pájaros
en los nidos de antaño. Sí que los hay, pero son otros pájaros". ¡Vaya
pájaros!, Heraldos negros que sobrevuelan sobre los despojos que esta sociedad
ha ido depositando en sus márgenes. ¡Cuídate, España, de tu propia España!,
tituló César Vallejo, y en eso seguimos. Lacerándonos constantemente,
alfombrando el territorio para los Trump, Le Pen... frutos del desencanto y la
frustración ante los que tanto tiene que ver la ausencia de referentes, de
lecturas, de bellezas contenidas en obras artísticas de cualquier tipo, en el
descubrimiento de la genialidad, en el placer y en el disfrute, que hasta eso
nos quieren negar, en definitiva, en coartar una parte esencial de nuestra
condición humana.
Eduardo
Mendoza seguirá con "sus labores", ¡bendito sea!, mientras, ministros
y ministriles continuarán enfrascados en su cruzada para deterioro, no solo de
un sistema educativo, sino de todo un país que cada vez estará de peor humor.
Publicado en Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 26/04/2017