[Ramonismo 8]
La reciente
concesión de la Medalla de Oro de las Bellas Artes al fotógrafo
Chema Madoz premia una obra lúcida
JUNTO A OTRAS
personalidades del mundo de la creación, entre ellas otro colega
fotógrafo de gigante talento, Alberto García-Alix, Chema Madoz
(Madrid, 1958) viene de ser galardonado con la Medalla de Oro de las
Bellas Artes, una distinción que sorprende no haya conseguido antes,
en consecuencia a una de las obras artísticas más impactantes,
inteligentes y brillantes de nuestro panorama creativo.
La fotografía de Chema
Madoz se conduce por un territorio de asociaciones entre objetos que
se acomodan en la metáfora para poetizar la imagen seleccionada.
Inclasificable en cualquier tipo de adjetivación que sistematice su
trabajo, el poderío visual de su obra se expande por perspectivas
casi siempre inesperadas, es ahí cuando sus objetos, normalmente de
uso cotidiano, presentan una nueva dimensión del todo punto
sorpresiva desde la función para la que han sido concebidos. Objetos
pero también la naturaleza se ha ido configurando dentro de su obra
como otro espacio para la lucidez del artista, para la construcción
de una visión nueva a partir de la sugerencia, pero también de una
manera de integrar diferentes elementos que nunca nos dejan
indiferentes, ya no sólo desde la perspectiva visual, sino también
mental.
Esa naturaleza es la
que centra su última exposición, recién inaugurada en el Jardín
Botánico de Madrid, que estará abierta hasta principios del mes de
marzo. Allí, bajo el título de ‘La naturaleza de las cosas’,
sesenta y dos fotografías realizadas entre 1982 y 2018 muestran esa
capacidad de la naturaleza para reinventarse, para generar desde su
propio gérmen nuevas significaciones frente al espectador. La
combinación de elementos propios de la naturaleza crean una
naturaleza nueva. Ramas, agua, nubes, maderas, plantas y flores son
los ingredientes para una nueva visualización de la realidad desde
la que se desafía al visitante a sus exposiciones. Y es que ante las
obras de Chema Madoz el espectador no es un mero acompañante
circunstancial de cada una de las imágenes, sino que su percepción
de lo presentado es parte esencial del discurso del artista. La
contemplación de su fotografía en blanco y negro nos aisla de
nuestro entorno y nos ubica en esa nueva realidad, en la construcción
de un espacio irreal, pero con firmes anclajes en la realidad. En
ellas, además, se consigue materializar un silencio que nos integra
sin distracciones en su interior, y es en ese momento, y desde ese
silencio, cuando la pieza nos genera la emoción que surge de
entender su significado y el ser capaces de accionar el clic que hay
siempre en su interior. Ante cada imagen de Chema Madoz hay un
instante de incertidumbre, unos segundos en los que la mente coquetea
con la imagen para su correcta asimilación, siendo conscientes, en
un momento determinado, de que todo encaja, de que esos objetos, o
esos elementos de la naturaleza, unidos, nos han abierto una puerta
de imaginación y fantasía que nos evade de lo físico y nos integra
en lo inventado.
Comisariada la
exposición por Oliva María Rubio, Chema Madoz deja abiertas en las
instalaciones del Jardín Botánico esas ventanas de la sugerencia y
lo onírico, un determinismo surreal que siempre se desliza por sus
obras como parte de la necesaria, para sus fines artísticos,
desintegración de lo cotidiano.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 28/12/2019