luns, 24 de abril de 2023

Glamour cotidiano

 

[Ramonismo 150]

Aloma Rodríguez hace de su vida diaria un territorio literario lleno de virtudes y de afinidades con el lector



A POCO que nos detengamos a pensar en nuestro día a día nosotros mismos podemos darnos cuenta de que en esas aventuras diarias, familiares, profesionales, en definitiva, vitales, hay materia más que suficiente para armar un relato literario. Aloma Rodríguez no se ha cortado y ha escrito este delicioso e inteligente ‘Puro glamour’, editado por la siempre atenta ‘La navaja suiza’, desde ese itinerario vital marcado por dos ciudades, su oriunda Zaragoza, a la que regresa tras unos años de estancia en Madrid; y su contexto familiar, con tres hijos que activan todo un conjunto de sinergias entre los miembros del clan.

El éxito de esta narración es el afrontarla desde la naturalidad de todo lo que sucede, sin intentar maquillar toda esa cotidianidad para hacerla más atractiva para el lector que, precisamente, en ese carácter de lo ordinario, encuentra su reflejo en muchas de las situaciones que tienen lugar en el libro. Se genera así un glamour de lo cotidiano que no esconde nada, que nos muestra cómo la vida de una mujer hoy, en una sociedad como la nuestra, sufre numerosos vaivenes en los que cada día tiene mucho de lucha y de empeño por avanzar.

Una naturalidad de lo diario que se va relacionando con el afán profesional de esa madre que intenta consolidar su interés por ser escritora, por escribir un libro que al final acaba siendo precisamente este que se coloca en nuestras manos y que leemos con esa complicidad que se establece siempre entre un lector y un escritor cuando de lo que se escribe es de la vida, de una vida compartida en muchos de sus extremos, en este caso, las preocupaciones para que esa convivencia entre lo familiar y lo social se mantenga en un lógico equilibrio y que ninguna de las piezas se venga abajo.

Para ello Aloma Rodríguez hace un espléndido manejo del humor, finísimo en muchas ocasiones que llena de ternura esos momentos tantas veces complicados en los que ese equilibrio está a punto de romperse. En otros se torna ironía y hasta sarcasmo, quizás como la única manera de entender ciertas cuestiones. Pero siempre el humor es capaz de cambiarlo todo, de barnizar nuestra realidad con una capa de comprensión ante esa incertidumbre que genera siempre todo ámbito familiar. Y en esos cambios de domicilio, de visitas de fin de semana, de periodos vacacionales asoma una mujer que piensa en su escritura, que pone ante nuestros ojos no sólo todo aquello que protagoniza su día a día, sino también todo ese magma cultural y creativo que es tan importante en una persona que se dedica, no sólo a escribir, sino a ilustrar a los demás sobre numerosas propuestas literarias desde diferentes plataformas. Eso, como a todos los que andamos en estas lides, nos lleva muchas veces a no ser capaces de disociar una cosa de la otra, a estar permanentemente estableciendo puentes entre lo que leemos y lo que sucede a nuestro alrededor.

Así es como Aloma Rodríguez, al tiempo que vive, nos propone una buena serie de magníficas lecturas que tienen mucho que ver con lo que le sucede en cada uno de esos momentos relatados y en los diferentes espacios de cambio que propicia la vida. Mudanzas, niños que crecen, estanterías imposibles de contener, seres que desaparecen, como su querido, por formar parte de su círculo personal, e inolvidable escritor para todos, Félix Romeo. Experiencias que se colmatan página tras página y que forman parte de todo proceso personal de crecimiento.

La suerte para todos nosotros es que una escritora como Aloma Rodríguez se haya detenido en ellos para considerarlos tan relevantes como para armar desde ahí una novela y para integrarnos en ese universo biográfico, tan anómalo por aquello que acostumbran otros a hacer, camuflando ciertas cuestiones que no consideran importantes o merecedoras de ser puestas negro sobre blanco, cuando, precisamente el gran mérito de Aloma Rodríguez es que eso sea motivo de escritura y la mejor vara de medir el desafío de vivir hoy en nuestras locas ciudades, en un amplio contexto familiar y con tres hijos reclamando sus diferentes protagonismos a cada hora del día.

Menos mal que tenemos la literatura como válvula de escape, como aliviadero para frenar tensiones. Aloma Rodríguez nació entre los libros de su padre, el gallego Antón Castro, periodista cultural de tronío, y también literato, asentado a las orillas del Ebro, y que puede ser quien haya puesto a Aloma Rodríguez en la pista de aquella frase que Philip Roth citaba de Czeslaw Milosz: «Cuando en una familia nace un escritor, esa familia está acabada».



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 1/04/2023


luns, 17 de abril de 2023

Trincheras íntimas

 

[Ramonismo 149]

El nuevo disco de Iván Ferreiro ejerce de acto de resistencia ante un mundo cada vez más incómodo para el ser humano



IVÁN Ferreiro llevaba siete años sin presentarnos un nuevo disco de música propia y eso, como todo en la vida, tiene una parte buena y otra mala. La mala es que nos dejó sin nuevos temas durante demasiado tiempo, aunque siempre tenemos sus trincheras de otros tiempos para guarecernos en ellas y resistir; y la buena es que el tiempo le sienta muy bien a toda disciplina artística, porque ese tiempo permite pensar, reflexionar, tener tiempos muertos, despejar la mente, distraerse de ciertas cuestiones y convertir ese Atlántico que observa desde su casa de Nigrán en un bálsamo capaz de engrasar, como pocas cuestiones, la capacidad creativa de un músico poco dado a acomodarse en conquistas por las que otros muchos transitan.

En esa buena noticia estamos porque esta ‘Trinchera pop’ que ayer mismo se presentó en Compostela en un concierto tras varios días de promoción en los medios, es una de esas bendiciones con que la cultura nos regala cada cierto tiempo. ¡Alabados siete años! Y es que estamos ante un disco que, en primer lugar, y como gran firmeza, parte de una revisión íntima del artista frente a su entorno y frente a sí mismo. Uno de esos ejercicios de sinceridad que tan bien le sientan a todo autor, pero que no son fáciles de llevar a cabo por lo que supone de enfrentarse a uno mismo.

No han debido ser pocas las horas que Iván Ferreiro ha pasado ante ese horizonte preguntándose dónde estamos y donde estoy yo, dándose cuenta de que este mundo es cada vez un lugar más extraño y más incómodo para las personas, más aún, para aquellas que intentan comprender, analizar y posteriormente hacer de ese entorno germen para sus creaciones. Así es como nos encontramos este puñado de canciones, diez muestras de rebeldía de quien quiere sacudir ese océano para que nos despierte del sopor en que parece que cada vez nos instalamos de manera más cómoda. Diez canciones para ser fuertes, diez canciones para no rendirnos, para resistir y, sobre todo, diez de esas ‘Canciones para no escapar’, como se titula la soberbia canción de arranque del disco en la que uno se refugiaría no siete, sino veinte o treinta años, en ese reclamo cómplice del artista que nos presenta su lugar de creación como una trinchera desde la que hacerse fuerte, desde la que establecer la distancia necesaria con la sociedad para no caer en lo traumático y donde generar un espacio de libertad en el que, a su propio acto creativo, le suma un sinfín de productos culturales que son los que generan esa simbiosis entre belleza, elemento siempre irrenunciable, y la capacidad para activar el pensamiento y el compromiso.

Ese compromiso es el que emerge en la siguiente canción, ‘La humanidad y la tierra’, puro estremecimiento para la generación que acabamos de superar los cincuenta años de vida por esa atmósfera inicial que te adentra en las propuestas ecologistas de Félix Rodríguez de la Fuente quien, como un demiurgo, nos hablaba hace décadas del medio ambiente y de la necesidad de su preservación. Y aquí estamos ahora, con un mundo contra las cuerdas, con una naturaleza extenuada, con el interior de esos peces atlánticos atestado de plásticos y enarbolando la bandera de la suciedad como la que unifica a todo este planeta. Continúa el arranque del disco con otras dos canciones alucinantes, ‘Dejar Madrid’ y ‘En el alambre’, dos de esos conmovedores recorridos íntimos por geografías, heridas y equilibrios que cuando se rompen pueden hacer de ti mil pedazos. Y es que de nuevo Ivan Ferreiro, junto a su hermano Amaro, convierte esas letras en auténticos relatos existenciales, en un cúmulo de vivencias que te llevan a aproximarse a todo lo que sucede en sus canciones de una manera muy especial, y todo ello sin dejar de experimentar, de probar nuevos sonidos electrónicos que surgen de esos teclados con los que habitualmente se rodea Iván Ferreiro, convertidos en la última trinchera: «Puede que mi casa sea una trinchera pop», nos dice en su disco, y desde esa trinchera es desde la que nos habla un Iván Ferreiro que observa este mundo cada vez más extraño para el ser humano, insoportable en su faceta política, económica y muchas veces hasta social, encontrando un aliviadero a esas tensiones en diferentes ámbitos de la cultura a la espera, como no, de esa belleza terapéutica. ‘Gran columpio’, ‘Pinball’, ‘Los puntos de Lagrange’, ‘Miss Saigon’, La gran belleza y la juventud’ y un remate épico, ‘En las trincheras de la cultura pop’, completan este disco resistente, ignífugo ante la masiva combustión de lo que somos, y que, finalmente, sólo confía en la necesidad.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 25/03/2023

martes, 11 de abril de 2023

Aprender la pérdida

 

[Ramonismo 148]

'Los daños’ emerge de lo vivido como una gran ballena blanca sobre cuyo lomo observar los rasponazos del tiempo


ESTREMECE adentrarse en el libro de poemas de Lorenzo Oliván, ‘Los daños’, editado por Tusquets, por aquello de reconocer a un hombre que no duda en buscar, en diferentes horizontes, la explicación a un presente que necesita revisar un pasado en el que las heridas son la dimensión que permite calibrar cuál es su estado actual.

Recorre todo el libro un sentimiento de desconsuelo y de desconcierto que precisa encontrar esa brújula que adquiere un carácter terapéutico a la hora de establecer un nuevo horizonte vital. De nuevo asoma la palabra horizonte y es que este poemario si algo es es un libro de horizontes. Y no es extraño en un poeta que, nacido en Castro Urdiales, tiene ante sí un inabordable horizonte desde esa costa cántabra convertida en permanente atalaya hacia lo inesperado. En esa sensibilidad permanente ante la sorpresa emerge una ballena, digamos blanca, en forma de pasado, en forma de una superficie que volver a rastrear para encontrarse a uno mismo.

Pocas dudas tenemos ya sobre la poesía como ese lugar en el que encontrar las palabras para aquello que muchas, demasiadas veces, no sabemos nombrar o explicar. Un permanente ajuste de cuentas con la realidad donde su autor exorciza demonios y conjura sombras para poder liberar su mirada de todo aquello que le puede perturbar ante lo que se reconoce sobre aquel níveo lomo.
A pocas horas de festejar su día Lorenzo Oliván la celebra como lo viene haciendo desde aquellos primeros libros publicados en los años noventa, con los que se sucedieron diferentes premios, como el Nacional de la Crítica en 2015, por su ‘Nocturno casi’. Traductor de referentes como John Keats o la inmensa Emily Dickinson, de la que aguardamos con impaciencia la publicación el próximo mes de su antología ‘Una ardiente bruma’, dirigida por Lorenzo Oliván, en Edelvives. Ha realizado una valiosa labor ensayística alrededor de nombres como el de José Hierro, tan ligado a Santander, siendo también promotor de revistas y ciclos de poesía. Por lo tanto, pocos nombres nos vienen mejor para rendir cuentas ante la poesía en estos días, vínculo que Lorenzo Oliván corona ahora con este espléndido libro, sin duda, uno de los más sólidos publicados en nuestro país en los últimos tiempos.

De nuevo en él, Lorenzo Oliván trabaja de manera estudiada su estructura, con ese primer poema que abre una especie de espacio tiempo, una distancia con ese horizonte que se mantendrá en permanente tensión a lo largo de las páginas sucesivas. El segundo de los capítulos, ‘Raíces’, comienza con varias prosas aludiendo a nuestro origen, al sentido y la necesidad de expresión del hombre primitivo. Cavernas, manos impresas en sus paredes o el barro como materia permiten abrir todo un itinerario temporal que hace de los sentidos y la creación los dos extremos de un paréntesis con el que puntear esa línea del horizonte, sobre él la naturaleza y las propuestas artísticas de nombres como Bach, Tapies, Chillida o Balthus, convierten arte y naturaleza, con la inmensa figura del árbol, en yesca que alumbre en la oscuridad y firme compañía ante la incerteza.

Continúa el libro con ‘Los daños’ para hacer de este hatillo de poemas una sima en la que entender que «vivir consiste en aprender la pérdida» y que «la piel-hoy más que nunca-es lo más profundo», dos frases en las que uno se acogería eternamente y en las que se entiende ese don de la poesía para visibilizar aquello de lo que normalmente rehuimos de manera cobarde, porque sabemos que nombrar es nombrarnos también a nosotros.
Tras reconocer una serie de huellas, de caminos, silencios, oscuridades e intemperies, llegamos al desenlace, a un ‘Final en desbandada’ que no deja de ser el último horizonte: la «persona en ruinas», el «yo saldado», el «absurdo atlante de mí mismo» , escribe el poeta, en una emocionante afirmación de la sombra con la que luchamos y que precisa ser alumbrada. Para ello la poesía hace su milagro, el de ver donde los demás no vemos, el gestionar una realidad desde una perspectiva no planteada y que estos días celebramos como cada 21 de marzo.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 18/03/2023

martes, 4 de abril de 2023

Leer en las ventanas

 

[Ramonismo 147]

Menchu Gutiérrez hace de ‘La ventana inolvidable’ un recorrido por las ventanas que nos acompañan en la vida



SON parte esencial de nuestro día a día y es posible que nunca hayamos reparado en ello. Las ventanas de nuestras viviendas, las ventanas de las oficinas en las que trabajamos, las ventanas de los trenes o de los vehículos en que nos movemos, ventanas, ventanas y más ventanas que nos vamos encontrando a lo largo de nuestras vidas en los más diversos contextos y situaciones.

En ellas sí que se ha fijado la escritora madrileña Menchu Gutiérrez, como principal activo de su novela ‘La ventana inolvidable’, editada por Galaxia Gutenberg, y que ha sido reconocida con el Premio de Novela Ciudad de Barbastro con un jurado compuesto, entre otros, por Marta Sanz, Edurne Portela, Manuel Vilas o Ignacio Martínez de Pisón, lo que ya, a priori, te pone en alerta ante lo que te puedes encontrar en su interior con un sanedrín de esta entidad y, ciertamente, una vez que abres la propia ventana con que se presenta el libro, nos adentramos en una narración realmente original por esa metáfora que supone el ver y entender la vida a través de una ventana, agitar esa sensación de observador permanente o hacernos pensar en tantas secuencias de la vida que quedan impresas en ellas, tanto por un lado como por otro.

A través de esas ventanas, de esa dialéctica interior-exterior se genera un relato que, con la piel de novela, acoge en su interior diferentes géneros, ya que hay también mucho de ensayo y no poco de un tono lírico que le concede un carácter íntimo y sensorial, engrasándose perfectamente todos ellos y haciendo del libro todo un itinerario vital plagado de emociones a partir de esas oquedades que se abren en nuestros muros y que desde la infancia se convierten en el umbral que superar frente a todo aquello que acontece fuera. Son las ventanas espacios del descubrimiento, atalayas del interés humano por conocer, por relacionarse con un exterior que progresivamente va formando parte de nosotros mismos.

También las ventanas son protección, decisiones que nos llevan a ampararnos tras ellas frente a nuestra dudas y temores. Menchu Gutiérrez abre ante nosotros un impresionante catálogo de posibilidades de estas ventanas y cómo ellas nos han acompañado en nuestras vidas. Ese tamiz de luz y de oxígeno desempeña un papel realmente relevante en todos nosotros y la novela si algo provoca en el lector es, precisamente, el valorar esa condición de un elemento mucho más importante de lo que acostumbramos a considerar. Ese velo con el exterior se va definiendo a través del tiempo y su protagonismo en determinadas situaciones, en su utilización en diferentes tipos de construcciones o en los medios de transporte, pero, quizás, por encima de todas ellas sean en nuestros sucesivos cambios de viviendas en los que las ventanas se presentan como los grandes testigos de nuestras propias vidas.

Es en ese contexto en el que el libro alcanza su tono más poderoso, el que vincula una ventana a un reconocimiento exterior, también a la búsqueda del amparo ante una nueva etapa vital o al confort que supone una vez que te has hecho con ese nuevo espacio. Desde la niñez hasta los últimos días de nuestra existencia miramos a través de las ventanas para convertir nuestras miradas en un desfiladero por el que conectarnos con ese exterior. A través de ella vemos, sentimos, respiramos, analizamos... en definitiva, nos relacionamos con nuestro entorno desde el amparo que ella genera en nosotros.

Menchu Gutiérrez hace de esa idea motriz todo un relato lleno de virtudes, de riesgos que fructifican en una narración que rápidamente te envuelve desde el deseo de entender cómo se resuelve ese reto de hacer de la ventana un leitmotiv que se intuye no tendrá demasiado recorrido, pero del que la autora sabe extraer numerosas y sorprendentes posibilidades, anulando ese presentimiento.

Lo cierto es que, tras su lectura, aproximarse a una ventana nunca ya será lo mismo, al cumplir la literatura su misión de observar la realidad de distinta manera a cómo lo hacemos a diario. Las palabras son las que nos sitúan ante el misterio que las rodea, ante la revelación de una posibilidad que ahora es novela.

«Piensa en una ventana, ¿la ves cerrada o abierta?»



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 11/03/2023