[Ramonismo 180]
Lo elegíaco y amoroso confluyen en el nuevo ilusionismo poético del siempre genial Luis Alberto de Cuenca
Hay autores que cada propuesta que hacen llegar a nuestras manos se conduce bajo una serie de claves, no por esperadas, menos exitosas o emocionantes. Es el caso de Luis Alberto de Cuenca que acaba de publicar en la editorial Visor su poemario ‘El secreto del mago’, tras ser merecedor del Premio Jaime Gil de Biedma en su trigésimo segunda edición. A esa agitación, por el hecho de poder sumergirnos en nuevo contexto poético de una de las figuras claves de este género en nuestro país en las últimas décadas, debemos sumarle esa relación con otro poeta mayúsculo, como lo fue el barcelonés Jaime Gil de Biedma, del que el propio Luis Alberto de Cuenca se confiesa firme seguidor en los últimos cincuenta años, desde que comprara ‘Moralidades’, en su primera edición, y en la propia ciudad condal.
‘El secreto del mago’ vuelve a jugar con el tiempo como elemento central, diapasón desde el que gestionar toda una realidad que se despliega ante nosotros desde la firme resistencia a lo que supone vida, emoción y belleza, pero que, sabiamente, atiende también a ese lado oscuro que los años, cada vez de una manera más intensa, despliega ante nosotros con la muerte como protagonista.
Una poesía que emerge como alivio ante el dolor, como esa forma de nombrar, de señalar desde la palabra todo aquello negativo y que por el hecho de verse bajo esa acusación ya genera una suerte de domesticación de sus afiladas púas. Sobre ellas pasa la mano Luis Alberto de Cuenca amalgamando, como es marca de la casa, toda una genealogía histórica de una cultura que va de Plinio a Shakespeare, y que es capaz, como pocos, de enhebrar en esa cultura, digamos popular, que en nuestro tiempo nos ha tocado vivir desde nuevos géneros artísticos como el cine, la música o el cómic. Todo ello es lo que, junto al amor, siempre el amor, como refugio eterno, permite que en ese jardín umbrío, cada vez más tupido de vegetación a medida que pasan los años, se adentre un haz de luz, una esperanza que nos permite seguir hacia un crespúsculo desde el que Luis Alberto de Cuenca encuentra la necesaria tranquilidad de la que dotar ese equilibrio entre tiempo y espacio, parte de ese «milagro» de «pájaros durmientes y flores soñadoras» en el que encontrarse con el amor.
Una creencia, la del amor, ante la que la propia muerte no puede hacer nada. Entre ella desfilamos a través de una serie de poemas alrededor de amigos ya desaparecidos, bajas en el devenir de una existencia en la que el recuerdo de cada uno de ellos se mantendrá firme pese al golpe frío. ‘Creo en ti’ es otro de esos poemas en los que se explica prácticamente todo, la esperanza y la confianza, la mirada, el gesto y el sueño, el corazón y unos labios en los que todo se define desde la húmeda unión.
Un vistazo al pasado a través de diferentes antigüedades poéticas nos colocan ante el Luis Alberto de Cuenca capaz de reescribir fragmentos de la historia desde el presente, desde la hilazón con otras artes y otras posibilidades que no hacen más que sacarle lustre a ese pasado. Grecia, Egipto, Pompeya y Herculano son varios de esos ocasos de una belleza que se agotará bajo el paso del tiempo, lágrimas bajo la lluvia de una eternidad en la que no somos más que motas de polvo que debemos aprovechar cada uno de nuestros momentos, cada una de nuestras oportunidades, exprimiendo todo aquello que suponga goce y belleza, emoción y fascinación, como la que nos puede ofrecer un ilusionista con sus trucos, un prestidigitador que de niño nos deja boquiabiertos, pero que el paso del tiempo traviste en un Dios que juguetea también con destinos y suertes, en definitiva, con nosotros.
‘Por Soleares’ llegamos a la parte final del libro. Vibrantes poemas, mientras navegamos rumbo al silencio, que lo hacen todo más soportable, un tránsito hacia quién sabe qué, pero que si algo logra es que no dejemos de mirar hacia atrás para darle sentido a todo lo vivido. La bola de nieve de ‘Ciudadano Kane’ cae de nuestras manos y una palabra resuena al fondo de nuestra memoria: Rosebud... Rosebud... una mano acaricia otra mientras John Wayne desenfunda en la pantalla de un cine. Ya lo escribe el poeta: «Al final solo importan las cosas del principio»
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 9/12/2023