[Ramonismo 118]
El periodista Juan Cruz afronta una valiente mirada a la sombra de la infancia para reconocer el niño que fue
POSIBLEMENTE enfrentarse con quien uno es sea la tarea más compleja para cualquier escritor. Poner negro sobre blanco alrededor del proceso vital registrado en un interior que vislumbra la llegada a la meta tiene mucho de ajuste de cuentas con la propia persona, en ese asomarse a un acantilado ora luminoso ora brumoso, que significa el pasado. El tiempo convertido en patria que definió el poeta Luis Feria.
Juan Cruz (Puerto de la Cruz, 1948), como él escribe, afronta esta tarea desde «la piel que habito que ya es vejez», pero una vejez enérgica y sabia, capaz de proyectar esa sinceridad necesaria en el momento de recuperar lo que significó la infancia, ese lugar recóndito de nuestro interior que nos negamos a abandonar pero que siempre deja en nosotros una huella inmarchitable y, no pocas veces, definitoria de aquello en que nos hemos convertido.
‘Mil doscientos pasos’, editado por Alfaguara, es más que una distancia, es un salto al vacío de la memoria que nos conduce, envueltos en una atmósfera precisa, la que surge de la lúgubre represión de la posguerra bajo la particular climatología canaria, a ese momento de tránsito de la infancia al mundo adulto, a una pubertad en la que cada mirada, cada decisión, forman parte de un proceso determinado que, según las circunstancias individuales, puede prolongarse más o menos en el tiempo.
Desde ese territorio fronterizo que es toda adolescencia Juan Cruz articula este libro junto al muro en el que descubrió la violencia, entendiendo el dolor casi como un peaje, y al que nombrar desde una palabra que es el eterno tesoro del ser humano y de la que Juan Cruz hace en todo este relato una declaración de amor y necesidad, la que todo escritor posee sobre ella al ser su arma más precisa para explicar el mundo. La palabra, aquello que sirve para nombrar, puede convertirse en una masacre, en una carga de profundidad de la violencia que, en el ámbito de la infancia, se acomete sin control, sin evaluar daños, calificando y sometiendo al otro, normalmente al más débil, a un permanente castigo. El insulto, la maledicencia, el rumor... son una manera de horadar la convivencia, de estirar las costuras de cualquier sociedad y, si nos situamos en la actualidad, en nuestro contexto social, observamos, de manera escalofriante, como todos esos elementos son una de las grandes taras de nuestra sociedad. Un momento que vivimos que intuyo está también en el sustrato original de esta novela, planteada como un punto de ignición de las sucesivas derivas de una España angustiada por su propio destino y por una complicada convivencia entre clases, facciones, siglas políticas y hasta equipos de fútbol. Una sociedad acostumbrada al encanallamiento, la fricción y el permanente desasosiego que imposibilita un mayor progreso.
‘Mil doscientos pasos’, es una mirada a los amigos, a los padres, a la escuela, a los secretos que la vida va desvelando, a los miedos que las personas generan a nuestro alrededor, en definitiva, una mirada a la vida. «Recordar es la materia de la poesía», escribe Juan Cruz, diciéndonos así que también lo es de quien observa su vida de manera literaria. Y quien observa construye su relato, en este caso el de un niño apocado y castigado por las actitudes de otros niños que obligan a apurar esa mirada hacia lo que le rodea. Fijándose en conversaciones y en silencios, en actitudes que suelen esconder siempre más de lo que parece, en entender que las presencias, las vestimentas, los rasgos físicos son parte de un todo que, en ocasiones se convierte en una amenaza permanente. Un proceso en el que se descubre la violencia y el odio, y cómo las palabras se convierten en los pasos que damos para evidenciar ese señalamiento de la comunidad hacia aquellos que consideramos distintos y que deben ser apartados de ella.
Un libro valiente en el que Juan Cruz reconoce, bajo el sol de la infancia, la sombra del niño que fue y que, posiblemente, aún siga siendo. La última pieza del puzle por encajar.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra. 25/06/2022
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