‘Primeras
personas’ hace de la memoria de Juan Cruz un recorrido por su rica experiencia
profesional en el encuentro con escritores
ACOSTUMBRA
el tiempo a hacerse añicos, a fragmentarse desde nuestra memoria y desde una experiencia
vital en la que la fractura es parte irrenunciable de ella. Juan Cruz se asoma
a esos espejos rotos, a esos desgarros que la vida deja en nuestras propias
imágenes, y para ello se vale de ese universo en el que tantos somos felices
encontrando el desahogo cuando la vida aprieta: la escritura.
La
vida de Juan Cruz es una vida conectada al respiradero del periodismo y la
literatura, haciendo siempre equilibrios entre esa línea difusa que separa o
une ambos territorios que tantas veces se han mostrado como uno solo. Muchos de
los libros de Juan Cruz son itinerarios por esa vida, jalones que va sumando a
través del impresionante encuentro con infinidad de escritores de todos los
rincones del mundo y de diferentes épocas. Autores de los que hemos devorado
libros, pero a los que Juan Cruz ha tenido la fortuna de mirar a los ojos para
comprender mejor aquello que han escrito.
Quizás,
en esos mismos ojos, entrevista tras entrevista, se ha visto reflejado el autor
de ‘Primeras personas’ (Alfaguara) viendo pasar su propia vida, pero viendo
también cómo se han ido forjando anclajes irrenunciables a lo largo de ella.
Momentos, amistades, personalidades y sentimientos que han ido confluyendo en
la sutura de esos espejos rotos ante los que la vida nos coloca de cuando en
cuando. Juan Cruz nos lleva de la mano hacia todos esos autores en un listado
que deja al modesto lector con la boca abierta por todo lo conocido, pero que
rápidamente cierra para saborear las impagables anécdotas que se reúnen a lo
largo de todos esos encuentros, como aquel que le contó Carlos Fuentes cuando
éste citó a los que consideraba los tres mejores escritores argentinos en un
encuentro con Ernesto Sábato en un café de París y que para él eran Borges,
Cortázar y el propio Sábato. Palabras tras las cuales Ernesto Sábato exclamó:
«¡Gracias por citarme en último lugar», saliendo del café en el que estaban
bastante alterado, mientras Carlos Fuentes lo seguía diciéndole que «¡Era por
orden alfabético!».
Y
como esta tantas otras situaciones en las que el lector disfruta ante el gran
reportaje de la vida que es este libro. Esta expresión tan redonda no crean que
se me ha ocurrido a mí, ya que es parte de un titular que el propio Juan Cruz
dejó colgado en este periódico horas antes de la presentación de su anterior
libro, ‘Un golpe de vida’, en Bueu, de la mano del entusiasta e imprescindible
librero (como todos) Fernando Miranda. «La vida es un reportaje que no se acaba
nunca», decía aquel titular, y es que cada libro de Juan Cruz responde a esa inquietud
arrullada desde los alisios canarios de la infancia. Esos vientos todavía hoy
mueven su memoria, sacudida, una vez más, con esta escritura, aunque en esta
ocasión frente a un espejo ante el que mirarse, un espejo en el que en
ocasiones los cristales se rompen como parte de los peajes que impone la vida,
pero ante los que emerge el bálsamo de la palabra, el compromiso con una
profesión y con una manera de entender la amistad que son, al fin y al cabo,
las razones que fluyen entre toda esta constelación de escritores e instantes
que han quedado depositados, primero, en una mirada, después en un corazón y
ahora en un libro.
Publicado en Diario de Pontevedra 27/02/2019
Fotografía. Juan Cruz reflejado en un espejo (J. Guillén. Efe)
Ningún comentario:
Publicar un comentario