martes, 18 de febreiro de 2020

Soñar un jardín

[Ramonismo 14]
Juan Antonio González Iglesias propone en ‘Jardín Gulbenkian' un equilibrio entre el mundo clásico y lo contemporáneo


SOÑAR UN JARDÍN”, escribe Juan Antonio González Iglesias. Soñar un jardín para hacerlo poemario, para conducir al lector por un espacio acogedor y que al tiempo se abre hacia el pasado y hacia la cultura como permanente epifanía para el ser humano. El Jardín Gulbenkian de Lisboa, en la Fundación del mismo nombre, ejerce de catalizador de unas emociones que se disgregan a lo largo de este poemario ganador del XXIX Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma y que publica la editorial Visor como transmisor de esa febril apuesta del poeta por recuperar una suerte de equilibrio entre elementos de la cultura clásica y lo contemporáneo.
Cada poema se constituye así como una evasión, un caminar por ese jardín que simboliza el amor por la cultura, el deseo de coleccionar artes y sentimientos y exhibirlos ante el público de un tiempo posterior. Un jardín convertido en palabras que, como un laberinto, nos acoge y nos resguarda de la intemperie. La caricia de la naturaleza, la felicidad de la observación, el placer de la lectura. «Leer es mejor que escribir», nos ilumina el poeta. Leer es abrirse a los demás, leer es saber aquello de lo que el día a día nos aparta, leer es conocerse a uno mismo. Lo cierto es que este poemario es uno de esos impagables viajes que sólo la lectura puede ofrecer, un recorrido por tiempos, idiomas, geografías, palabras, tiempos y percepciones que la poesía es quien de acaudillar entre sus versos.
La relación entre el mecenas Calouste Gulbenkian y el diplomático y poeta Saint-John Perse, conformada en una correspondencia que se guarda en la propia Fundación, es también alambre que tensa el poemario, ya que sus palabras se convirtieron en el alumbramiento de este espacio y la posibilidad de generar un ámbito de resistencia ante el exterior, ante una sociedad que, como sucede en nuestra actualidad, mantiene demasiadas reticencias con la cultura y sus capacidades.
La consecución del premio de Poesía Jaime Gil de Biedma que abandera este poemario viene a refrendar la trayectoria del salmantino Juan Antonio García Iglesias, ya reconocido anteriormente con algunos de los premios más destacados de nuestra poesía, como el Loewe, Generación del 27 o el Ciudad de Melilla. Catedrático de Filología Latina en la Universidad de Salamanca, ciudad en la que nació en 1964, su poesía se ancla en el mundo clásico, como él mismo escribe en la introducción de este libro: «La poética clásica está llamada a decir lo esencial, aunque casi sin decirlo, como la curva que describe el río cuando su curso está ya sereno. Rodea las cosas sin arrollarlas, pasa muy cerca, pero las deja intactas, se las lleva reflejadas en su caudal transparente. Por eso las dice sin decirlas» Y así es como este libro está repleto de esos reflejos en el caudal plácido de unas palabras sobre las que navegamos como en un lago en medio del jardín. Poemas que te evaden de una realidad que aquí sobra, en los que el regusto clásico les concede una solidez a lo escrito que se conjuga de manera eficiente, también brillante, con un ámbito actual de la poesía que nos sitúa ante la necesidad de una esperanza, de manejar el lenguaje como un bálsamo y situarnos ante la experiencia de la vida desde el impulso de la palabra. Poemas como ‘Lo sencillo’ son todo un acontecimiento, una celebración sobre el encuentro con el ser humano y la importancia de un momento determinado en nuestra vida.
Ante el discurrir del poemario el lector no sólo se rinde ante el poema en su integridad, sino que hay frases que se mueven en su interior que quedan prendidos en quien los lee: «Lo esencial no hace falta decirlo, para eso tenemos el silencio», «Para que no dudemos se nos dio lo tangible», «Ojalá sea como tú/todo lo que me espera». Auténticos latigazos que nos hacen despertar del sopor al que cada vez más nos condena un mundo fuera de ese jardín. Allí, en su interior, el mármol, el amor, la Arcadia, la Academia, la belleza o la naturaleza nos protegen, como un tesoro inagotable del que ir sacando en cada línea una gema, un deslumbramiento, como la ‘Primera noche de verano’ o el ‘Poniente’, poemas que son una mirada hacia el gozo de ese instante que nos provoca la observación, la contemplación de aquello que, desde lo bello de una naturaleza repleta de pureza, alcanza la emoción.
Jardín, y por lo tanto naturaleza, jardín y por lo tanto contacto con lo natural como trascendencia del individuo. «Una mañana es un cuerpo joven», «Meto mi mano/en el costado de la primavera», afirma el poeta, situándonos ante esa humanización de lo natural, ante ese bosque de pinos que como un ejército se erige imponente. La conquista del lenguaje como medio para cambiar nuestra impresión de la realidad, para alumbrar a su paso las cosas. Juan Antonio González Iglesias hace de ese lenguaje, del profundo conocimiento de las palabras y de su dimensión latina, todo un itinerario que seguir en el caminar por ese jardín. Transitamos, por lo tanto, por un itinerario que tiene mucho de celebración, de encuentro báquico ante la vida y el paso del tiempo. ¡Ah, el tiempo! siempre el tiempo como diapasón que todo lo gestiona. Y este poemario es puro tiempo, tiempo pasado, tiempo presente y también futuro: «Dejar para el futuro/un puñado de versos encendidos/en los que únicamente pido un poco/de sol».
A ese sol y a esos versos nos encomendamos para seguir a este poeta, para entrar o salir en los futuros jardines que nos deparará una obra con la que celebrar la palabra, tal y como Juan Antonio González Iglesias la celebra con todas esas personas a las que dedica cada uno de estos versos. Profesores, poetas, amigos, escritores, en definitiva, celebrantes de la vida que hacen de esas lecturas una emoción personal a la que poder asomarnos cada uno de nosotros. Cada lector que se adentra en un jardín a la búsqueda de una rosa, el gran tesoro que nos convoca.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 15/02/2020

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