En
la semana destinada a honrar a Miguel de Cervantes, en la que sería también la
de la entrega del Premio que lleva su nombre al poeta catalán Joan Margarit, no
está de más acercarse, desde su mismo inicio, a la prodigiosa y lúcida pluma
del creador de Don Quijote, el libro que nos legitima como entidad cultural,
que nos estructura como sistema literario a partir del lenguaje y de una
narrativa que es mucho más que novela, convirtiéndose en poesía, ensayo, libro
de viajes y alma de un territorio.
Un
libro inmenso, mucho menos por su extensión en páginas que por las dimensiones
de su contenido, que todos deberíamos haber rastreado en mayor o menor medida.
Seguramente una de las infinitas ediciones de este clásico forma parte de la
decoración de sus casas y hasta es posible que en estos días de confinamiento
le hayan pasado la mano por el lomo, bien en labores de desinfección o como
parte de las locas rutinas diarias que este desasosiego ha generado en todos
nosotros. Quizás hasta hayan tenido la intención, por muy pequeña que esta
fuera, de pasear sus ojos entre sus líneas, pero lo más probable es que de
haberlo hecho se hayan arrepentido tan rápido como sentían sus cientos de
páginas sobre sus manos, pensando en que, frente a las bondades de su lectura,
ese castellano ajado y macilento se convierta en un impedimento difícil de
superar.
Pues
aquí les traemos la solución de cara a próximos días y a inesperadas locuras.
Un Quijote actualizado en su castellano, adaptado a cómo hablamos hoy, pero sin
perder un ápice de su esencia original, que por algo quien ha acometido esta
lucha contra gigantes molinos de viento es Andrés Trapiello, y con él ni medias
tintas de duda ante el respeto frente a dicha empresa.
Hay
estudios que cifran en dos de cada diez los españoles que han leído el texto
cervantino, y también los que ven ese pobre número como una exageración. Lo
cierto es que, aparte de la obligada lectura académica y los acercamientos de
los estudiosos, leer el Quijote parece convertirse en una afrenta demasiado
elevada para los lectores, cuando debería ser un texto recurrente, al que
volver de cuando en cuando entre las diferentes lecturas que nos depara la
vida. El amor y tesón puesto por Andrés Trapiello para llevar a cabo esta
abrumadora tarea tendría que convertirse en un puente de plata para que
recorramos esos caminos y gozar junto a Quijote y Sancho del gran relato de
nuestras letras.
Publicado en Diario de Pontevedra 20/04/2020
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