[Ramonismo 36]
‘Fin de
temporada’ de Ignacio Martínez de Pisón vuelve a situar a la familia y sus
secretos como activo literario
TODOS sabemos
que la familia es una especie de bomba de relojería colocada bajo nuestras
camas. Un tictac que, ante la más leve agitación, es capaz de estallar y poner
patas arriba nuestras vidas. Un sonido monótono que pende de un pasado que se
colmata lentamente a nuestro alrededor, dejando entre sus estratos los resortes
de lo que un día puede ser una explosión que cambie para siempre nuestras vidas
y las relaciones con los miembros de nuestro entorno.
Ignacio
Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) sabe bien de la posibilidad que significa la
familia para convertirse en tubo de ensayo desde el que analizar lo que somos,
aspiración máxima de cualquier escritor que se precie. La familia, como magma
burbujeante, ya ha sido utilizada por el autor maño en varias de sus novelas
para entender cómo nos comportamos como colectivo y cómo nuestra sociedad ha
ido transformándose durante las últimas décadas. Títulos como ‘La buena
reputación’, Premio Nacional de Narrativa, o ‘Derecho natural’, son ejemplos de
familias que recorren tiempos y geografías. Personas, ciudades, dictaduras y
transiciones que se vinculan bajo la escritura de uno de los mayores talentos
literarios de nuestras letras, ofreciendo así una de las más lúcidas maneras de
saber cómo este país ha ido generando un presente incapaz de desprenderse de su
pasado, a través de unos protagonistas llenos de deseos, miedos, esperanzas y
frustraciones. Protagonistas reales, pero que, inscritos en las tramas ideadas
por este escritor, se convierten en espejos de cada uno de nosotros, de nuestros
padres y abuelos, y en la radiografía de una España que, como pocos países,
gestiona su destino a través de la familia y de unos vínculos férreos e
impensables en otras latitudes.
Los
protagonistas de ‘Fin de temporada’, novela editada por Seix Barral, son una
madre y un hijo, Rosa e Iván, cuyas vidas presentes, situadas en los años
noventa, penden de un hecho del pasado que se va revelando cuando Iván siente
la necesidad de mirar por ese retrovisor en el cual la familia le coloca ante
su génesis. Ambos personajes se muestran como una huida hacia adelante manejada
por una madre que arrastra las sombras de un pasado imposible de aliviar cada
vez que mira a su hijo, pero que ese mismo hijo debe afrontar para conocerse
realmente, arrasando, con esa mirada a un tiempo anterior, todo aquello que le
rodea. Como toda huida se precisa de un viaje, no sólo interior, sino también
geográfico. Ambos gestionan su vida en Tarragona, entre un camping y una
central nuclear, una provincia a la que Rosa llega tras varias vidas en otras
ciudades y aquel punto decisivo en la frontera extremeña con Portugal a partir
del cual ya nada fue igual. Esa inteligente decisión de enhebrar
territorialmente la novela, como ya se había hecho en los títulos anteriormente
citados, es una perfecta manera para tomar la fotografía de cómo era y es este
país a pie de calle, entre personas, pueblos y ciudades que latían y laten al
ritmo de sus protagonistas y de los cambios políticos y sociales que en ella se
produjeron a lo largo de los años. El paseo de Iván por su propio pasado, por
el reconocimiento de esos lazos de sangre, que hasta hace unas horas
desconocía, generan en él un cambio trascendente que transformará un presente
que se consideraba plácido y controlado, y en el que no se contaba con que ese
tictac de la bomba bajo su cama fuese a detonar con imprevisibles
consecuencias.
Ignacio
Martínez de Pisón nos sitúa ante varios de esos personajes que tan bien retrata
con sus palabras, con sus diálogos, con lo que leemos, pero también con lo que
es capaz de lograr que imaginemos. Un prodigio a la hora de describir a unos
seres a la intemperie, envueltos en una nebulosa del pasado a la que poner luz
significa hacer que todo sea diferente. Las vidas no valen lo mismo con la
verdad en la mano que con una venda sobre los ojos. Iván, solitario, renuncia a
su presente para hacer de ese pasado verdad, para desatar esa venda y dejar sus
ojos desnudos ante lo que necesita saber, aunque esa venda caída sea un trauma
que gestionar sin apenas posibilidades de éxito. Las consecuencias del pasado
se encabritan en un presente radicalmente distinto desde ese instante, pero,
sobre todo, se convierten en la manera de modelar a una persona diferente, a
otra persona.
Pocos autores
son capaces de convertir esos lazos de sangre en un auténtico alambre en el que
sus lectores, como equilibristas armados con una larga pértiga, deben evitar
caer al vacío. Todos tenemos esa bomba bajo nuestro lecho y libros como éste
son una brillante e inesperada manera de desactivarla o, quizás, todo lo
contrario, de acortar los plazos de su explosión.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 12/09/2020
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