luns, 27 de marzo de 2023

Umbrales literarios

 

[Ramonismo 146]

Montevideo’ vuelve a mostrar el magisterio de Vila-Matas para crear una asombrosa ficción desde lo literario



Hay libros en los que tras unas pocas líneas de su lectura ya se entiende que estamos ante algo especial. Libros que, a partir de la propuesta de su autor, son capaces de sorprenderte con sus planteamientos y propósitos, siendo esa sorpresa todavía mayor cuando llegas a su final y te das cuenta de que ese escritor ha conseguido superar una prueba que para él ha debido ser complejísima. Es cierto que en esta ocasión hablamos de Enrique Vila-Matas, y que varios de sus libros ya habían conseguido ese mérito que, sin embargo, aquí, por el tema que trata y por lo próximo que está a la realidad del autor, y lo que supone lo literario para él, a uno se le antoja que esa empresa ha tenido que ser todavía mayor en cuanto a riesgo y dificultad.

Montevideo’, editada por Seix Barral, es ese libro en el que la boca del lector no para de abrirse ante lo que se va encontrando, ante cómo su autor hila toda una serie de lecturas, de espacios y de geografías que magistralmente une Enrique Vila-Matas para generar un maravilloso artificio literario sobre diferentes experiencias del mundo de la escritura, y de la lectura, como no, ya que si algo destacaría de este libro es el enorme agradecimiento a lo que supone el hecho de leer y cómo eso condiciona nuestras vidas, seas o no seas escritor.

Así es como nos encontramos a un escritor en un momento de incertezas, de dudas sobre los diferentes caminos que siempre se le plantean a un autor. Para intentar neutralizarlas o, cuando menos domesticarlas, Enrique Vila-Matas se deja llevar por esa ambigüedad que surge de lo real, diferentes vivencias y experiencias; y de la ficción, esto es, de lo que supone la lectura de ciertos relatos, muy determinados, pero en cuyo interior también se detecta esa dualidad que tan bien le sienta a la escritura.
Y tan bien le sienta que será lo que active a Enrique Vila-Matas para crear este ‘Montevideo’ que nos lleva a la capital uruguaya a la búsqueda de captar las sensaciones que surgen de un cuarto de hotel en el que Julio Cortázar estuvo instalado y en el que el autor barcelonés intenta catalizar aquello que motivó el relato de Cortázar ‘La puerta condenada’, y todo ello, quizás, para encontrar un lugar propio. Ese cuarto particular desde el que encontrar un estilo o una identidad. La habitación propia de Virginia Woolf que aquí es una más de las numerosas menciones literarias que hace Vila-Matas de inteligentísima manera para vincularlas a su propio camino literario. De esta manera es como emergen Melville, Kafka, Pavese, Auden, Tabucchi, Gracq o Elizabeth Hardwick, por citar tan solo algunos, y dejando un rastro compartido de amor por los libros al tiempo que logra en el lector (por lo menos en el que esto suscribe) echarse a cada uno de ellos para seguir descubriendo sus innegables valores y emociones.

Pero así como autores, y determinados espacios en hoteles en los que se instalaron escritores, se van sucediendo, también lo hacen diferentes ciudades: París, Cascais, Reikiavik o St. Gallen, enlazándose todos estos diferentes umbrales literarios hilados de una manera casi mágica, fruto de una destreza en la escritura que muy pocos poseen y que, tras lo visto, mejor dicho, lo leído, nos deja muy tranquilos a sus devotos por certificar que si en algún instante esas dudas pudieron crear alguna zona de sombra, ‘Montevideo’ las espanta de un plumazo ante la magnitud de lo logrado.

Este híbrido novelístico-ensayístico, no deja en ningún momento de motivar al lector para que siga avanzando, para desentrañar, no solo el argumentario de la novela, sino alimentando sus conocimientos sobre todos esos mundos literarios que de manera vertiginosa atraviesa Enrique Vila-Matas en el alumbramiento del suyo propio. No falta el humor, como novela inteligente, y los encuentros con los pobladores de ese Hotel Cervantes de Montevideo llenan esas páginas de sonrisas al tiempo que descubrimientos por los que supuso esa habitación en la literatura, como tantas otras habitaciones en las que todo escritor, indefectiblemente si con alguien se encuentra es consigo mismo, con sus traumas e ilusiones, con sus deseos y peligros, una habitación que semeja engullir a quien  desea desde ella escribir una historia, ordenar su mundo, que al fin y al cabo es ordenar el mundo, y en el que el mayor misterio para lograrlo es del escoger la llave adecuada que permita abrir la puerta correcta, tal y como hace Enrique Vila-Matas.



Publicado en Revista de Diario de Pontevedra 4/03/2023

luns, 20 de marzo de 2023

Elegir el tiempo

 

[Ramonismo 145]

Claudia Piñeiro construye una excelente novela engarzando dos líneas, la del suspende con la del compromiso feminista


Cómo serían nuestras vidas si pudiésemos elegir la velocidad del tiempo en que se desarrollan nuestras acciones, teniendo así la posibilidad de calibrar de mejor manera esos actos que dependen de un momento tan determinado como crítico en cuanto a sus posibles consecuencias en nuestro futuro.

La escritora argentina Claudia Piñeiro nos enseña en esta magnífica novela, que te mantiene pegado a sus páginas de principio a fin, una gran cantidad de cuestiones. Por un lado, desde su temática policial, de suspense o como parte de ese género negro del que es una consumada representante, y que aquí lleva, si cabe, a un estado superior, por cómo pasado, presente, personajes y acciones se van enhebrando para mantener esa permanente emoción y el deseo de conocer hacia donde desembocará el relato. Y más allá de ese género literario ‘El tiempo de las moscas’ (Alfaguara) se expande hacia otros territorios, ampliando el interés del lector que, además de la historia principal, ve cómo a partir de ese relato se pueden poner en discusión muchos de los ingredientes de esta sociedad que nos toca vivir. Ese engarce permite que Claudia Piñeiro nos presente diferentes cuestiones que nuestro tiempo actual, demasiadas veces con una velocidad que no permite analizar, de la manera reflexiva que esas cuestiones requieren, nuevas realidades que se dan en ella. Y así es como la escritora pone el foco en diferentes capítulos que emergen como un gran coro griego del fondo de la historia de su protagonista Inés. ¿Les suena, verdad?, sí, la Inés de aquella inolvidable novela, ‘Tuya’, que en 2005 abrió las puertas del género de manera definitiva a Claudia Piñeiro, y que ahora convierte a aquella mujer que asesinó a la amante de su marido en una exconvicta que, tras quince años en prisión, explora la vida en libertad de una manera muy diferente, planteándose cuestiones como la maternidad, el placer, el lenguaje inclusivo, la presencia femenina en nuevos ámbitos y el complejo debate de los cuerpos trans y el feminismo. En definitiva, Claudia Piñeiro propone un texto muy rico en matices y posibilidades que ensancha ese universo del thriller, atendiendo a diferentes problemáticas sociales que además tienen mucho que ver con el hilo argumental de la novela, y esa es su gran virtud, saber enganchar esos elementos actuales con un texto literario.

Y además aprendemos mucho de moscas, de esos insectos tan infravalorados por nuestra sociedad y que Claudia Piñeiro trae a cuento de manera inteligente por todo lo que aporta al conjunto del libro, por ese oficio de Inés como fumigadora profesional (pero que no extermina moscas) y a partir del cual se desencadena la acción de misterio de la novela, a la que le debemos sumar el otro gran personaje del relato, Manca, amistad hecha dentro de la cárcel y que ahora compone un férreo vínculo, quizás el único que todavía la mantiene en pie tras ese tiempo de encierro, sin relación con su hija y nietos, y en permanente tensión con su propio cuerpo. Ella será la que le haga ilusionarse y luchar, incluso contra el sistema nacional de salud argentino, al que no deja en muy buen lugar por los tiempos de espera ante graves diagnósticos y la derivación de enfermos de la sanidad pública a la privada (¿esto también les suena, verdad? Pues aquí lo dejo).

Como vemos Claudia Piñeiro es quien de armar en ‘El tiempo de las moscas’ mucho más que una novela de suspense, capaz incluso de jugar con ese tiempo más lento en el se mueven las moscas y que les permite reaccionar antes a ciertos peligros. Inés, junto a Manca, también procura sortear esas dinámicas con que la sociedad muchas, demasiadas veces, intenta aplastarnos de un manotazo y lo hacen a través de su carácter, de su rebeldía y coraje, y de una suerte de instinto que, en base a lo mucho vivido en esa cárcel a la que llegaron tras lo acontecido en otra novela, permite no solo subsistir sino, incluso, solucionar algunas cuestiones del pasado que nunca se sabe del todo cuando se pueden solucionar o cómo encontrar esa solución. Más aún cuándo es la relación entre madres e hijos la que se pone en cuestión, la que certifica como debe ser ese vínculo y si es el que la sociedad nos ha impuesto como una obligación permanente. Si ese amor debe ser inalterable y cómo esa decisión de asumir la maternidad condiciona un sinfín de situaciones en la vida de la mujer, no solo laboral, sino de relaciones, de ocio y aficiones y ello con la política como gran encubridora, disponiendo la mujer de su voto para mudar ciertas cuestiones asumidas de una manera incondicional.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra, 25/02/2023

domingo, 19 de marzo de 2023

Lorca Sonoro

 

[Ramonismo 144]

La voz de Pasión Vega nos trae a un emocionante Lorca a través de diez de su poemas más reconocidos y vibrantes


EMPIEZA el ‘Lorca sonoro’ de Pasión Vega con ‘La leyenda del tiempo’, así, a corazón abierto, sin caminos intermedios, sin vericuetos por los que perderse. Pura emoción, una voz perfectamente medida ante la palabra del poeta, ante una de las más hermosas canciones que es ya parte de lo más esencial que somos como país. Camarón la hizo cumbre y de ahí que cada vez que alguien se asoma a esta obra de arte lo tiene que hacer desde una enorme humildad que, de ser así, se reflejará en el resultado final. Pasión Vega logra transmitir esa humildad que se convierte en escalofrío para el que escucha, no sólo con esta primera canción, sino con el resto de un disco lleno de bondades alrededor del poeta granadino a cargo de esta mujer valiente por afrontar este desafío y por sumar su disco al de otros cantantes que, inteligentemente, buscaron en la palabra de García Lorca caricia y sosiego, también compromiso y rebeldía. Sumarse a los Camarón, Enrique Morente, Paco Ibáñez, Silvia Pérez Cruz o Miguel Poveda, por citar algunos nombres de una extensa lista, supone seguir acercándose al mito, pero también al hombre que hizo de su poesía un caudal simbólico desde el que descifrar un país y un tiempo, que, en muchos casos, fue incapaz de descifrarlo a él mismo.

Por tu amor me duele el aire’, ‘Baladilla de los tres ríos’, ‘Canción de jinete’ nos van adentrando en esa atmósfera lorquiana de naranjos y olivos, de fuentes y ríos, de azahares y amores y, como no, de lunas que hacen de la noche grito. Las palabras de Juan José Téllez, como antes las de Rozalén, y posteriormente las de Elvira Sastre y Carmelo Gómez se reúnen como preámbulos de nuevos retos, como antesala vocal de quien hizo de su poesía un destello de oralidad que emanaba de lo popular y fue transitando a una fiera modernidad que hizo de los rascacielos de Nueva York agujas que rasgaban esa permanente luz de una luna que iluminó su vida y su muerte, su gozo y su martirio.

Ojos verdes/Romance sonámbulo’ y ‘Romance de la Pena negra’ nos llevan con el alma encogida hacia ese ‘Pequeño vals vienés’, que Morente hizo eterno en su ‘Omega’ desde una nueva modernidad todavía no superada, y con la que no duda en medirse nuestra valerosa protagonista con una bellísima versión de una contenida emoción en una voz que es pura delicadeza y que recorre de principio a fin este «vals de cintura quebrada». Solo este ‘Vals vienés’ en boca de Pasión Vega justificaría comprar este disco que además está preciosamente editado a partir de una hermosura de portada. Pero es que todavía nos quedan tres enormidades, tres diminutas ferocidades si nos echamos libremente al otro gran poeta del momento y protagonista de otro doloroso final, Miguel Hernández. ‘La tarara’, ‘Gacela de la muerte herida’ y ‘Nana de Sevilla’ nos convocan en un remate delicioso en el que la voz de Pasión Vega se acomoda a esa musicalidad tan propia de la poesía lorquiana que aquí demuestra todo ese potencial y posibilidades, siendo ésta, quizás, la diferencia con todos esos trabajos anteriores, el cómo Pasión Vega sabe trabajar esa música interna de la palabra y la finura de su canto junto a la pasión que brota de esas adaptaciones llenan de nuevos matices unos poemas que son auténticas barbaridades por sus posibilidades expresivas y metafóricas.

Un disco que va más allá de lo que aquí se encierra y que ha iniciado desde hace unas semanas una gira por diferentes escenarios de España en la que Pasión Vega se acompaña de alguien que lleva mucho tiempo sorprendiéndonos en las redes por su increíble manera de recitar, de interpretar la palabra escrita, como es el actor Víctor Clavijo, que en estos conciertos intercala recitados entre las canciones de la cantante, aportando una teatralidad que en todo lo que hacía el poeta granadino estaba bien presente y, a buen seguro, haciendo de cada una de esas noches unas noches especiales.

Entre todo el caudal simbólico que se registra en su poesía también hay una buena parte de misterio, un ingrediente que parte de ese ocultamiento de muchas cuestiones vinculadas a su propia vida pero que están siempre latentes entre sus versos, como su homosexualidad, la defensa de los más desfavorecidos, el reivindicar la cultura y la libertad como imprescindibles para el ser humano. Cada nueva aproximación a su obra, desde lo literario, lo visual o lo musical tiene también entre sus misiones la de desvelar ese misterio que todo lo engrandece y que debe seguir vigente en nuestra sociedad para que nuevas generaciones se aproximen a ese misterio genial que aquí, gracias a Pasión Vega, se ve exponencialmente multiplicado.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 18/02/2023

domingo, 12 de marzo de 2023

Preguntas de escritor

 

[Ramonismo 143]

 'La flor del rayo’ refleja el proceso de creación de una novela con imprevisibles consecuencias para su autor



QUÉ ocurre cuando tras un éxito literario un autor debe enfrentarse a la publicación de un segundo texto? Juan Manuel Gil (Almería, 1979) ganó en el año 2021 el Premio Biblioteca Breve con ‘Trigo limpio’ y ahora, tras ese salto al vacío, nos presenta una nueva novela, ‘La flor del rayo’, también editada por Seix Barral y en la que tras ese salto aterriza con sus piernas sobre el suelo de la realidad, lográndolo sin registrar ninguna fractura.

Esa pregunta es la que activa todo un relato lleno de ingenio, con diálogos y reflexiones brillantes y que al construir esta historia configuran uno de esos jardines literarios en los que Juan Manuel Gil gusta adentrar al lector. Si en aquella novela premiada era la poderosa figura del pasadizo la que nos cautivaba y servía de tránsito entre diferentes personajes y espacios, ahora es una vivienda con su jardín la que centra la atención del escritor que debe crear un nuevo artificio literario y responder así a las expectativas generadas. Todo ese proceso de creación de una novela es la montaña rusa a la que nos sube el autor que ve como ese itinerario, de una desaforada intensidad, desde el que no deja de burlarse tanto de él como de sí mismo, arrastra, como la crecida de un río, gran parte del ecosistema que le rodea, su relación de pareja, el ámbito familiar, todo queda supeditado a las elucubraciones del novelista que debe atar cabos ante una escena inicial en la que puede estar el arranque, no solo de una novela, sino de un periplo vital al que asistimos como espectadores de una doble trama, la de construcción de una novela y la de cómo se genera el armazón de ese relato.

Si a algo nos está acostumbrando Juan Manuel Gil es a su capacidad para hacer de la mezcla de ficción y realidad un territorio muy feliz para el lector, y eso es porque quien lo abona seguro que también lo es con su creación, y se nota. Esa manera de escrutarse a sí mismo, de reírse de todo lo que nutre a ese proceso, siempre vinculado a un componente mítico e idealizado alrededor de cómo el escritor se enfrenta a la escritura de un libro, es una riquísima munición para generar ese texto de la felicidad, por así decirlo, donde autor y lector se reúnen en el gozo de lo literario.

La flor del rayo’ sigue, como en la novela anterior, convirtiendo al hecho literario en gran leitmotiv del trabajo de Juan Manuel Gil tanto en los diálogos con los personajes de su vida, que finalmente también lo serán de su novela, como en las sesiones de terapia psicológica se plantean toda una serie de cuestiones sobre la creatividad literaria, tan inteligentes como irónicas (valga la redundancia) y que a medida que pasan las páginas va enajenando cada vez más al protagonista. Es, en ese proceso, en el que el autor nos muestra también otra de sus destrezas que ya nos había entre sorprendido y abrumado en su anterior novela, como es la construcción de todo un puzle de historias, personajes y momentos que encajan entre sí con una precisión que al llegar al final del libro te preguntas ¿cómo lo ha podido hacer? Es, quizás, esa pregunta la que da sentido a todo lo anterior. Y que como respuestas nos ofrece el deseo de hacer literatura, la pasión por contar historias, la manera de engarzar personajes entre sí y todo para situarnos en ese jardín literario desde el que descubrir cómo puede nacer una historia llena de inesperados giros que, entre lo real y lo ficticio, crean las claves precisas para dejar en nosotros una marca, la señal de una lectura, como cuando un rayo alcanza a una persona y se dice que deja en ella un rastro denominado ‘la flor del rayo’.

Caminos de los que nadie sale indemne, como se aprecia en la lectura de un libro con unos personajes que en su contribución al relato muestran también todas sus debilidades e incertezas, también en un autor que reflexiona sobre su propia actividad y que no duda en mostrarse de manera abierta y sin pudores, y hasta un lector que asiste a cómo la vida puede guardar en su interior un infinito número de posibilidades para crear sus historias, narrativas en las que incluso nosotros mismos podemos llegar a ser protagonistas.

Puede desterrar Juan Manuel Gil todos esos temores que acosan al escritor tras una novela de aplausos, como fue su libro anterior, ya que, si cabe, esta debería ampliarlos y seguir proyectando su escritura.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 11/02/2023

mércores, 8 de marzo de 2023

Cando mañá é nunca

[Ramonismo 142]

'Vémonos mañá’ novela a biografía de Osorio-Tafall e Josefina Arruti nunha historia tan arriscada coma necesaria



NON é sinxelo a maior parte das veces descorrer o pano da historia para mergullarse en feitos do pasado que tiveron unha especial importancia no seu momento, pero aínda é máis arriscado, e mesmo valente, cando un escritor pousa a súa mirada en feitos pretéritos que suceden nun eido familiar, íntimo, e moi determinado, como son os acontecementos que, arredor da vida de Bibiano Fernández Osorio-Tafall e a súa muller, Josefina Arruti, protagonizan a novela de Xosé Monteagudo, ‘Vémonos mañá’, en edición de Xerais.

Falo de valor e risco porque nunca é sinxelo fisgar na vida dos demais, aínda que á esas persoas a historia colocounas nun lugar de relevancia. Así aconteceu con Bibiano Fernández Osorio-Tafall, científico, alcalde de Pontevedra na República, Comisario Xeral dos Exércitos desa República no ano 1939 e, despois do exilio, o funcionario español de maior rango da ONU. Pero tras ese currículo hai tamén unha historia familiar chea de escuridades, de silencios e dúbidas, de tristuras e desacougos, de medos e inquedanzas que foron as que rodearon á familia de Osorio-Tafall naquela Pontevedra de sons de motocicletas que ocultaban as torturas da Garda Cívica, de murmurios e miradas da veciñanza que sinalaban á xente, de escasezas económicas e de esforzos por levar adiante a unha familia composta por dúas mulleres e tres fillos: José Ángel, Carmen e Manuel. Afortunadamente o tempo coloca, aínda que as veces o faga de xeito moi lento, todo no seu lugar, de aí que a historia de Josefina Arruti imponse nos últimos anos á de Osorio-Tafall, moito máis coñecida pola súa faciana pública, e por ser a historia dun home, fronte a dunha muller que foi exemplo de sacrificio, loita e resistencia por facer dos seus sentimientos o acubillo fronte aos acontecementos nos que a vida nos sitúa en determinadas ocasións, pero ante os que se algo sempre fixo foi o de mirar polos fillos para que o seu futuro fose o mellor bálsamo fronte á amargura.

Xosé Monteagudo, grazas aos traballos arredor da memoria das mulleres de Montse Fajardo, caeu na historia de Josefina Arruti, e, certo é, que para calquera escritor iso é deixarse caer por un pozo cheo de inspiracións para artellar unha novela que xorde, como acontece en todo relato, dun feixe de preguntas e, arredor desta historia, se algo nos atopamos son preguntas e moitas delas sen respostas, ou, cando menos, estas respostas estaban afastadas do ámbito público. E esas respostas son ás que pouco a pouco, coa mestría a que nos ten xa acostumados o escritor de Moraña, chegamos en cada un deses capítulos que mesturan esas dúas vidas separadas por unha guerra, pero tamén polas actitudes das persoas, deles mesmos, e das que os rodearon, ao longo dun tempo cheo de axitacións e esquinas que unha vez que as dobras non sabes moi ben das súas consecuencias.

Esas vidas, que nun momento de felicidade, de comezo dunha vida en común que só entendía dunha eternidade compartida, transformáronse dende a distancia en dous contextos moi diferentes entre si e que respostaban a dúas situacións marcadas por un pasado que estivo presente en ambas ata o final. Aquela separación de xullo de 1936 converteuse nunha separación que nunca se superou, nun mañá que se converteu nun nunca. As diferentes viradas dos seus destinos impediron ese achegamento, tamén a falla de valor por asumir responsabilidades por parte de quen tantas responsabilidades tivo ao longo da súa vida, e unha decisión acubillada baixo o segredo familiar que no libro, como na vida, fixo que todo mudase, e a nós sérvenos para entender moito do que a historia non foi quen amosar, pero que supuxo a auténtica deriva desa relación que os fillos tentaron reconducir nun posible encontro pero que, certamente converteuse en imposible e que nun punto límite volveu a amosar a enorme dignidade que sempre mantivo Josefina Arruti, a quen o Concello de Pontevedra lle adicou unha rúa no ano 2015, dentro dun vizoso programa de recuperación da memoria das mulleres no espazo público.

Esa posibilidade da ficción para amosar recunchos ocultos da historia é moi interesante nesta nova achega literaria de Xosé Monteagudo, na que el mesmo reflexiona sobre esa relación entre ficción e historia e as súas posibilidades para clarexar certas cuestións que, ao fin e ao cabo, son necesarias dende o privado para explicar o público. ‘Vémonos mañá’ atopa así un espazo necesario para contar unha historia sinalada na nosa cidade e á que Xosé Monteagudo de novo agasalla cunha excelente novela, como xa fixera con ‘Todo canto somos’, poñendo luz nas escuridades da historia.



Publicado na Revista. Diario de Pontevedra. 4/02/2023


martes, 7 de marzo de 2023

Geografía humana

 

[Ramonismo 141]

Víctimas de un territorio, ‘La tercera clase’ pone voz a varios protagonistas en un proceso vital de formación personal



FRENTE a Doñana, en el estuario del Guadalquivir, Sanlúcar de Barrameda tiene, en esa confluencia de aguas dulces y saladas, un lugar que su vecino Caballero Bonald constituyó casi en un espacio mítico llamado Argónida.

Ahora, otro autor imbricado en ese mismo paisaje, Pablo Gutiérrez (Huelva, 1978), nos trae otro relato ‘La tercera clase’, editado por La Navaja Suiza, en el que la configuración también de una geografía, que en este caso se decanta más por el paisaje humano que por el físico, aún cuando éste define y marca muchas de las acciones y actividades que marcan la vida de los protagonistas de este libro en el que varias voces ponen el foco en un momento coincidente de sus vidas. Un periodo de una enorme intensidad, como es la adolescencia, siempre marcada por lo que sucede en unas vidas en las que casa, calle e instituto configuran un triángulo en el que las experiencias, los descubrimientos, en definitiva, las tensiones, se suceden de manera vertiginosa.

Pablo Gutiérrez nos propone adentrarnos en esa marisma de personas, de alumnos y profesores, de padres y vecinos que en un entorno tan determinado, con una fuerte componente social y de desarraigo económico que marca la existencia de todos ellos y define buena parte de lo que sucederá en sus vidas, las vidas de esa tercera clase. A ese futuro no llegamos porque Pablo Gutiérrez hace una novela de presente, en la que todo se sucede desde las miradas y las voces de los personajes principales a los que concede el autor la palabra para poder ver ese presente desde su propia percepción. Todo un desafío que no es nada sencillo y del que el autor sale más que airoso en esta novela en la que rápidamente el lector se siente casi como uno más en toda esa colmena, como si asomados a la ventana de nuestro hogar observásemos en la plaza a todos ellos dirimiendo sus cuitas de amores, de heridas e ilusiones, sus aventuras en el instituto, y como todo eso se proyecta en su proceso de crecimiento personal. Pero desde esa ventana también vemos los movimientos sospechosos alrededor del hachís, economía sumergida de ese territorio que, una vez más, reclama su atención como protagonista de la novela. Y lo hace no solo desde el sabor de sus pescados, sino también desde esas situaciones delictivas que generan demasiadas tentaciones, precisamente en quienes la tentación es una de sus motivaciones vitales. Y ahí no solo lo puramente narrativo tiene su interés sino que el propio autor nos transmite una serie de reflexiones sobre esas situaciones que marcan tanto a un conglomerado humano y sobre cómo se podría gestionar.

Con todo, lo más interesante de ‘La tercera clase’ es todo el universo de relaciones que se genera entre sus protagonistas, cómo las acciones, incluso las más inocentes y aparentemente inofensivas, constituyen todo un terremoto en cada uno de ellos, cuánto más cuando los acontecimientos incrementan su gravedad hasta el extremo. Es entonces cuando el propio autor aumenta ese abanico de sentimientos y entra el estupor, la reflexión e incluso entendemos como ese proceso de crecimiento entra en un tiempo de progresión.

Hablaba antes de tentaciones y entre esas tentaciones si hay una que como un reactivo en un experimento todo lo muda es el amor, capaz de joderlo todo, como escribe el propio autor. Ese sí que es un auténtico terremoto cuando llega en esas edades, cuando son varios los actores que forman parte de una misma tensión y cuando las miradas se convierten en un auténtico combate de los afectos que, muchas veces, es el sustituto único de la ausencia de esos mismos afectos en el ámbito familiar. Con todo esto nos seduce Pablo Gutiérrez, en gran parte por su destreza para narrar, para hacer del lenguaje otro de los activos del texto. Desenfadado, fresco, pero que también se engarza con otros elementos que, propios de nuestro sustrato cultural, sirven como anclaje de la memoria, como red que sujeta nuestro tiempo con unos referentes que muchas veces solemos tensionar desde nuestra incapacidad para respetar ese pasado y aprovechar sus lecciones.

Está claro que este profesor de Literatura en un instituto de Sanlúcar de Barrameda ha hecho buen acopio de materiales en sus jornadas laborales, y es que pocos ecosistemas tan inspiradores e intensos como las aulas y pasillos de un instituto, con alumnos y profesores en permanente estado de agitación y donde lo humano y sus infinitos factores no dejan de generar el sustrato necesario para que la mitología de Argónida siga creciendo, no solo año a año, sino también, curso a curso, persona a persona.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 28/01/2023

luns, 6 de marzo de 2023

Un mar poético

 

[Ramonismo 140]

La sensibilidad de Aurora Luque vuelve a conducirnos por un verso que navega entre la antigüedad y nuestro presente



SIEMPRE es un gozo vital subirse a la embarcación a la que en forma de libro nos invita Aurora Luque. Esta gaviera de la poesía sube a la gavia de su nao para llevarnos a diferentes puntos de la costa de ese mar que acostumbra a generar con sus versos como seducción al lector. Una situación que se desborda en este libro, ‘Un número finito de veranos’ que, editado por Milenio, logró el pasado año el Premio Nacional de Poesía con toda la justicia que provoca la emoción de su lectura, y donde ese carácter náutico de su propuesta se lleva a un exuberante extremo.

Si ese mar siempre ha estado presente en quien, por su formación como filóloga clásica con un férreo anclaje con la cultura griega, no puede distanciarse mucho de ese mar o mares que rodean ese Ática colmatado de leyendas, héroes, mitos, aventuras o feminidades con Safo al fondo como sustrato de su poesía, aquí es un inteligente contexto para, desde ese germen, tanto íntimo como comunitario, de nuestro ecosistema social, desarrollar toda una mirada a nuestro mundo actual. Esa comunicación, ese nexo establecido desde el verso entre dos espacios vitales, uno del pasado, tan rico en sugerencias e inspiraciones, como el mundo heleno, y otro, el de nuestro presente, donde todo aquel pasado homérico semeja oscurecerse cada vez con una mayor intensidad por nuestros actos y conductas.

El verano siempre se presenta ante nosotros con ese carácter ilusionante, con esa pátina de sensualidad, de calores y aguas saladas que provoca su disfrute como un intervalo anual en nuestras rutinarias vidas. Es ese «mar de agosto» con su «opulencia de horizontes», por el que se mueve la nave de Aurora Luque para salpicarnos con las palabras, para provocar fascinantes imágenes de universos naturales que se enhebran, con su reconocida destreza, con un enorme listado de hitos culturales, tanto del pasado como del presente, por el que desfilan poetas, escritores, mitos o libros que generan ese armazón que mantiene todo a flote, incluso cuando las cosas vienen mal dadas, cuando se intuye la tormenta por los hechos de esos humanos incapaces de medir las repercusiones y los efectos de sus propios actos.

Buscando esa luz del pasado se ilumina nuestro presente, y es que todo el poemario está atravesado por una especie de luz a la que se aferra Aurora Luque, quizás como la única o la última forma de redención de nuestro tiempo. Una luz de cultura y belleza, generadora de emociones, y que la poeta almeriense ha ido sumando a lo largo de su vida. También este libro tiene mucho de navegación por sí misma, de genealogía íntima, que necesita no solo del verso sino también de pequeñas prosas que sitúen ciertos hitos vitales importantes para el hoy. En uno de ellos escribe: «La luz busca traductores que la entiendan». Y a eso es, precisamente, en lo que se enfrasca nuestra gaviera, en otear el horizonte para entender esa luz que asoma tras esa línea que delimita lo conocido de lo ignoto, haciendo de esa luminiscencia una tea imprescindible para conducirnos por el mundo.

A todo esto debemos sumarle otro componente más que siempre está presente en la obra de Aurora Luque. La conquista de ese carácter nectáreo de la palabra, esa sensualidad que desprende siempre una poesía que es gozo y felicidad para el lector, de ahí que muchos de sus poemas giren en torno a esa búsqueda, a esa Ítaca a la que es necesario retornar para encontrar todo el sentido a lo que hacemos. Pero también esa búsqueda se dirige hacia quienes, antes que ella, han hecho esa misma travesía, atravesando mares encrespados, desafiando los más fieros peligros y buscando en su interior el acceso a esa belleza. Emociona, en este sentido, poemas como ‘Un periscopio con el horizonte’, en el que se destaca al libro como uno de esos elementos que nos permiten divisar esos horizontes futuros capaces de contener «fabulosos veranos envasados», «bálsamos para el mal de la rutina», «formas apasionadas de amistad»..., y es que pocas maneras mejores nos podemos encontrar de definir lo que puede suponer un libro para cada uno de nosotros.

Junto a todos esos libros reposará ‘Un número finito de veranos’, libro galardonado con la gloria del reconocimiento oficial, pero que junto sus compañeros de estantería no duden que comandará nuevas expediciones por un mar que es más que un mar físico. Es mar de emociones, mar de sensaciones y de estremecimientos ante lo que Aurora Luque es capaz de convocar en un puñado de páginas, ni más ni menos que aquello que fuimos, aquello que somos.



Publicado no Diario de Pontevedra 21/01/2023