Alguien se imagina tomarse un café o un
tentempié en la cafetería del Museo del
Prado con ‘Las Meninas’ a su lado? Seguramente ésta sea una experiencia
inolvidable, el mejor café que uno se pueda tomar. Eso hablaría muy bien del
café pero no tanto de un centro museístico que coloca uno de sus tesoros a la
intemperie, al albur de lo que pueda suceder y sin cumplir los parámetros de
conservación e incluso legales a los que obliga la Ley de Patrimonio Histórico
Español. Pues aquí, en Pontevedra,
en nuestro Museo, tantas veces ensalzado, las más de las veces con razón, y
otras con no tantas razones, pero allá cada uno con lo que sus tragaderas le
permiten escribir, se produce un caso de los que sonrojarían a cualquier
responsable de un centro artístico o a quien tome determinadas decisiones.
No es un Velázquez, pero para Pontevedra sí que puede ser considerada como
una obra de incalculable valor. Les hablo del miliario de Adriano, situado en el nuevo Restaurante La Ultramar, en ese impresionante espacio pétreo del Edificio Sarmiento, seguramente no el
sitio más apropiado para instalar un restaurante, pero cada uno cocina allí
donde le ponen la lumbre. ¡Dios me libre de dudar del quehacer de los hermanos Cannas! todo un orgullo, y solo hay que
tomarse un café con ese delicioso pastel de zanahoria para despertar los
sentidos, así que imagínense uno de sus platos. Pues el miliario se encuentra
así como ven, entre mesas y altavoces, indefenso ante cualquier golpe en una
zona de permanente tránsito, en lugar de estar como debería hacerlo una obra de
arte o un elemento trascendental de nuestro pasado que logró superar siglos de
olvido bajo el lodo para convertirse, desde su recuperación en 1988, en la
prueba de la existencia de la Vía XIX,
que resituaba de manera definitiva la historia de Pontevedra, y ahora condenado
a ser un mero objeto decorativo.
Y es que lo decorativo está acaparando
muchos ámbitos de la cultura, valorándose elementos más mediáticos que reales,
visiones livianas que se imponen a contenidos tratados con la importancia que
merecen. Pocas entidades en Galicia
nos ofrecen más de estos contenidos que el Museo
de Pontevedra, gracias a las décadas de dedicación de sus diferentes
rectores y trabajadores que ven precisamente al súmmum sacerdote de este
templo, Filgueira Valverde,
reconocido públicamente durante estos días, al tiempo que su obra más querida
se resquebraja si la vemos más allá de las fotos inaugurales. Y si no no tienen
más que detenerse en la exposición abierta ayer para fijarse en una deliciosa
fotografía del Tímpano de Palmou al
que ya Filgueira Valverde había puesto el ojo y que hace unos pocos años se
pudo incorporar, con no poco esfuerzo económico y laboral, a las colecciones
del Museo, para ahora estar oculto y fuera de la vista pública. Lo mismo sucede
con los ricos fondos medievales, entre ellos esas dos imponentes figuras del Maestro Mateo pertenecientes al Pórtico de la Gloria que se unen a
otras piezas ausentes de un discurso lógico pero interrumpido tras salir de
esas nuevas salas arqueológicas y hasta desembocar en el Gótico. Las salas, bonitas sí, la
delicia de los niños, pero que, planteadas a espaldas de los profesionales que
integran el propio Museo y que conocen cada una de esas piezas como parte de su
propio cuerpo, no dejan de ser una especie de ligero entretenimiento en el que
se cometen errores tan graves como piezas colocadas fuera de su época e incluso
otras expuestas al revés.
La muestra dedicada a Filgueira nos
permite comprobar cómo todavía se pueden hacer bien las cosas en ese Museo
nuestro, repito. Una exposición que, junto con alguna otra, no hace más que
dejar en evidencia a un buen número de las que han pasado por allí de manera
inmerecida en los últimos meses. Exposiciones muy alejadas en lo que mostraban
de los criterios artísticos que deben formar parte de la programación de un
Museo que realmente quiera vender sus bondades cara al público. Un público que
ha ido bajando año tras año su visita al Museo. Lejos quedan ya aquellos picos
de más de 200.000 visitantes del año 2010, último año de la añorada Bienal de Arte y que en progresivo
decrecimiento se han quedado en las poco más de 94.000 mil visitas del 2014 y
con un edificio más en funcionamiento. Esta exposición sorprende por los pocos
días de apertura, desperdiciando la estela generada por los actos del Día das Letras Galegas al
cerrarse unas jornadas después de que toda Galicia mire hacia Pontevedra en ese
17 de mayo centrado en Filgueira Valverde, centrado en el Museo de Pontevedra,
parte indivisible de ese sabio que, a buen seguro, si se encontrase con ese
miliario así plantado en su propia casa le preguntaría aquello de ¿Quo vadis,
Adriano? ¿Quo vadis, Museo?
Publicado en Diario de Pontevedra 25/04/2015
Gran artículo, poniendo el dedo en la llaga. La anécdota del miliario es grave, pero lo que está en el fondo, como bien señala el texto, es lo peligroso y lo, me temo, duradero: la concepción del Patrimonio Histórico como una mercancía de fácil consumo, dirigida al turismo (que es a la cultura lo que la pornografía al erotismo, según decía sabiamente Bermejo Barrera) por un lado y al adormecimiento del pensamiento crítico con una historia concebida como una película de Disney.
ResponderEliminarLa Diputación de Pontevedra está siendo, bajo la batuta del llamado INCIPYT, pionera en esa degradación del pensamiento que toma a los ciudadanos como imbéciles incapaces de comprender algo complejo.
Lo que se ha hecho con las salas de arqueología del Museo de Pontevedra no es más que el anticipo de lo que vendrá en el Centro de Propaganda de Lalín, en la villa de Rodeiro (¿alguien se enteró de que allí al lado tienen un dolmen con un antropomorfo pintado impresionante, único en el noroeste?) o en las neoexcavaciones arqueológicas con resultado previamente establecido, como las de la provincia de Pontevedra y las del Castro de Elviña en A Coruña.
Salvo si le ponemos remedio. Muy pronto será ya demasiado tarde.
Volviendo al artículo, ¡enhorabuena, maestro! :-)