▶ «Tal vez cuando este libro se publique
ya haya llegado, sí, es muy posible que al final gane Trump, porque la gente ha
elegido el caos, la aniquilación, la enfermedad, el rencor, la melancolía
pesada, porque los ‘basements’ le están ganando la partida a Abraham Lincoln»
[‘América’.
Manuel Vilas]
Manuel Vilas es poeta. Y eso es mucho para intentar
calibrar lo que sucede en nuestro mundo. Además Manuel Vilas es poeta de los
buenos, tanto, que su antología publicada en Visor el pasado año me lleva
deparando meses de enorme regocizo, pero también de un sudor frío ante la
incapacidad que uno siente para intentar describirles todo lo que ahí se
contiene. Quedamos entonces a la espera egoísta de que llegue el momento de ese
artículo.
Porque el momento ahora es el de
presentarles su último libro, de título América,
editado por la luminosa Círculo de Tiza
y que viene al pelo para aproximarnos a esa América, noticia permanente, pero
más, si cabe, tras el seísmo que ha supuesto la presidencia, estrenada hace
unas horas, de Donald Trump al mando
del país más poderoso del mundo. Manuel Vilas vive entre Madrid y Iowa city
(reclamado por su Universidad para impartir un taller literario), espacio que,
si van a un mapa de ese ‘vasto país’, que dirían Faemino y Cansado e incluso nuestro protagonista en alguna ocasión
en el texto, es una localidad que se encuentra cerca de los Grandes Lagos, no demasiado lejos de Chicago, y que cuenta con una
población, según Wikipedia y el
censo de 2010 de 67.862 habitantes, menos ciudadanos que Pontevedra. Pues desde ese territorio, donde la naturaleza y el
horizonte ancho se imponen a la presencia humana, Manuel Vilas aborda la tarea
de desentrañar la realidad de esa América que finalmente ha decidido que un ser
como Donald Trump se haya convertido en su líder. Y para ello no hace falta
encerrarse en un despacho, ni manejar sesudas investigaciones sociológicas
sobre la conducta humana, sino, simplemente, lo que hay es que vivir,
mimetizarse con el entorno y mirarle directamente a los ojos desde un
restaurante, una biblioteca, un campus universitario, una interminable
carretera o la tumba de Walt Whitman.
Para intentar entender el triunfo de
Trump no hay que establecerse en Nueva
York o en Los Ángeles sino que
hay que poner los pies en algún punto de esa geografía interior y profunda
que juega a ser indómita en el siglo XXI, en la América de ese Medio Oeste
arquitecturizada a partir de grupos de casas entre árboles, más que de
ciudades; de hogares en los que todo americano tiene su reino y a su familia
como entidad orgánica de su propio desarrollo, que deriva en unos seres ajenos
a cualquier realidad que no sea la suya. Esta suerte de diario, escrito en los
meses en que se palpaba el advenimiento, hace del apunte y de la frase corta su
gran mérito, el hilo directo con la vida que no necesita de circunloquios ni
derivas literarias contaminantes de aquello que se quiere expresar desde esa
capacidad de transmisión que, como pocos canales de expresión, puede ofrecer la
poesía. ¡Dejen que los poetas nos expliquen el mundo! Cada uno de los capítulos
se cierra con un travestismo poético, con una prosa ungida de verso que declama
su contenido como un fragmento analítico de la vida americana en la que no
falta ni la vigorizante ironía ni la deformación de la solemnidad cultural
acaudillada por tantos.
La primera consecuencia para Manuel
Vilas de estar allí es no estar aquí, y lo que puede parecer una perogrullada
no lo es, ya que la ausencia es lo que permite balizar la situación de nuestro
país en permanente comparación con la nueva realidad vivida. Es entonces cuando
sufre el corazón del poeta y cuando las dudas sobre nuestros deficitarios
comportamientos y actitudes, al fin y al cabo, contra nosotros mismos, aturden
a quien se ve maravillado por la eficiencia norteamericana en diferentes cuestiones
que van desde el manejo de la cotidianeidad (precios, coches, habitaciones de
hotel...) al interés por la cultura española desde sus universidades, por
aglutinar en sus bibliotecas un depósito literario por el que tantas veces en
nuestro país no mostramos más que desprecio y desprecios hacia nuestros
escritores. Allí no, y ese respeto por la cultura se alterna con la vida de
millones de ciudadanos pertenecientes a una clase media drogada con Coca-Cola, patatas fritas y comida
basura XXL. Zombis con unos temibles sótanos (basements) que son el recóndito
lugar de su casa que tanta inquietud generan al verlos en el cine,
metaforizando así el poeta su putrefacción moral. Seres dotados de una mirada
con gesto retador, cuando no odio, hacia los rostros de aquellos que proceden
de otras latitudes. Entes con derecho a voto ávidos de la posibilidad de
‘recuperar’ su país, con absoluta indiferencia sobre lo que eso pueda suponer
en cuanto a limitación de derechos.
Angustia, simbolismo, consumismo,
objetos, obesidad, Walmart, Homer Simpson, Dylan, Lou Reed, Ford... todo ello se agita con Lorca y con Neruda, con Juan Ramón
Jiménez y con Cernuda, poetas
que llegaron a lomos del castellano y se incrustaron en los Estados Unidos como meteoritos
procedentes de incomprendidas latitudes. Tiempos pasados que reverdecen autores
como Manuel Vilas deseosos de entender, pero sobre todo de traducir lo que sus
ojos ven, lo que su poesía dimensiona. Simplemente: “Democracia, poesía y
misericordia”.
Publicado en Diario de Pontevedra 21/01/2017
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