Viento de primavera
Ni aun el cuerpo resiste
tanta resurrección y busca abrigo
ante este viento que ya templa y trae
olor y nueva intimidad. Ya cuanto
fue hambre ahora es sustento. Y se aligera
la vida, y un destello generoso
vibra por nuestras calles. Pero sigue
turbia nuestra retina y la saliva
seca, y los pies van a la desbandada,
como siempre. (...)
Claudio Rodríguez
Se escuchan tambores de guerra. Mientras escribo por la radio se oye el ruido de nuestros políticos enfrascados en una lucha sin cuartel sin saber realmente el porqué. Todo parece reducirse a una miserable lucha de poder que deja la salud pública, que debería ser principal en esta situación de crisis, como algo secundario, cuando tendría que ser lo primero a lo que atender.
Dejen
los palos para luego. Ahora tocan semanas de hacer aquello que está
funcionando, quizás de la mejor manera posible, porque nadie tiene la receta
mágica ante la hecatombe que nos ha sobrevenido. Ni ningún país, ni ningún
mandatario ha acertado con la clave correcta para llevar a buen puerto la
travesía por el horror de la muerte de sus compatriotas y las tremebundas
consecuencias económicas que nos amenazan, mucho más allá de cualquier estado
de alarma que parece ser lo único que preocupa a aquellos que ponen la sanidad,
de la que algunos han sido gestores, y ya sabemos a dónde la han llevado, en el
último lugar de la fila.
El
próximo lunes pasaremos a una nueva fase que nos aligere la vida, como lo serán
cada uno de estos pasos en una desescalada que los mejores profesionales de la
ciencia en este país califican de acertada por una lentitud, exasperante para
los que sólo piensan en cifras económicas, pero la apropiada para los que lo
hacen con cifras de contagios y de muertos. Escribía el poeta Claudio Rodríguez
que «se aligera la vida, y un destello generoso vibra por nuestras calles», y
eses destellos son los que nos tienen que alumbrar en la vida que se abrirá
paso durante las próximas semanas. Cada uno de nosotros, desde la asunción de
nuestra responsabilidad en las actitudes diarias, seremos esa lección necesaria
ante los especuladores de la vida. La otra lección que debemos llevarnos de
todo esto es entender el mundo de otra manera. Con unos servicios públicos bien
protegidos ante cualquier deficiencia del sistema y con la sanidad y la
educación como firmes soportes de la sociedad, pero también debemos proteger lo
que nos rodea, desde un punto de vista puramente físico. Años y años agrediendo
a una naturaleza que nos ha demostrado su capacidad de recuperación en tan sólo
un par de meses y la necesidad de ella como sustento de nuestra salud. Las
zonas más contaminadas del mundo son las que muestran un mayor índice de la
enfermedad y todo el mundo se ha puesto a mirar hacia sus propias ciudades en
el intento de humanizarlas de cara a futuras y, en absoluto, imposibles nuevas
pandemias. Menos contaminación, amplitud de espacios para el tránsito de las
personas, servicios para el día a día en el entorno de las viviendas
promoviendo las fortalezas de los barrios y la cohesión de lo urbano con lo
natural son los claros objetivos de esas ciudades que se encardinan hacia la
supervivencia del ser humano frente a los imperios económicos.
Sigue
el Congreso de los Diputados mostrando la peor cara de esta crisis, la del
desencuentro, la riña a garrotazos aprovechando los mandatos de un pueblo que
convocó a todos los que allí están a gestionar vidas y no para proyectar cada
uno sus egos partidistas. Negar el estado de alarma es lo mismo que negar la
salud, porque es lo único que permite lo que se ha evidenciado como gran arma
frente a la epidemia, el tránsito libre de las personas entre territorios, que
sólo se puede atajar de esa manera, pónganse los reventaditos de turno como se
pongan. Reventaditos que se han extendido como el propio virus, desde las
grandes atalayas públicas hasta ese mefistofélico espacio de debate en que se
han convertido las redes sociales, pasando por nuestras propias calles. Gente
que sabe de todo, que opinan sin ningún rubor, desde cómo se debe realizar la
administración de una pandemia mundial, hasta calibrar los comportamientos de
la economía ante una situación nunca vista antes en toda la historia, cuando su
única gestión ha radicado en llevar la raya del pelo de la mejor manera
posible. Palabras y palabras de personas que ya para siempre quedarán en
nuestra memoria como los que entorpecen, los que lejos de ayudar su única
voluntad es la de seguir enfangando el terreno mientras expertos y conocedores
de las materias que nos preocupan se devanan los sesos, al tiempo que los
profesionales sanitarios dejan todas esas palabras en chillidos intrascendentes
que finalmente sólo sirven para el guiño entre ellos y los aplausos mutuos,
celebrando que han encontrado un camino que los demás son incapaces de
encontrar.
Prudencia,
tiempo y ya nada volverá a ser como antes, es lo que acabo de escuchar en esa
radio, ahora más calmada a medida que pasan las horas, en voz de un experto de
la Organización Mundial de la Salud. Y todo eso es precisamente lo que el
estado de alarma acoge en su interior. Llegan las votaciones para esa nueva
prórroga del estado de alarma y todos se retratan de manera clara para el resto
de sus días políticos. Los discursos incendiarios de los que deberían tenerse
como una oposición responsable, la de los grupos parlamentarios con un mayor
número de diputados que, el caso de VOX es un puro vómito, mientras el PP
muestra su irrelevancia en un Congreso al que no aportan más que un enfermizo
recuento de muertos al que ahora incluso se atreven a darle la vuelta, acusando
al Gobierno (en absoluto libre de sus propios errores) de emplearlos contra ellos,
cuando desde el minuto cero ellos han sido los que han hecho de eso su único
discurso en cuanto a la posibilidad de echar una mano cuando son más
necesarios. Su abstención es un maquillaje ante su deseo de votar no, de poner
el obstáculo más grande para que el gobierno descarrile. Una irresponsabilidad
que cargará siempre sobre Pablo Casado al que sólo sus secuaces, cegados por
las siglas, podrán jalear, frente a la responsabilidad que supondría permitir
que ese estado de alarma continuase facilitando que los datos sanitarios
mejoren y que nuestra vida aligere esta insoportable espesura.
Publicado en Diario de Pontevedra 7/05/2020
Fotografía: Javier Cervera-Mercadillo
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