xoves, 7 de maio de 2020

Desasosiego/ 50. Aligerar la vida

Viento de primavera 
Ni aun el cuerpo resiste
tanta resurrección y busca abrigo
ante este viento que ya templa y trae
olor y nueva intimidad. Ya cuanto
fue hambre ahora es sustento. Y se aligera
la vida, y un destello generoso
vibra por nuestras calles. Pero sigue
turbia nuestra retina y la saliva
seca, y los pies van a la desbandada,
como siempre. (...)                             
                                    
Claudio Rodríguez



Se escuchan tambores de guerra. Mientras escribo por la radio se oye el ruido de nuestros políticos enfrascados en una lucha sin cuartel sin saber realmente el porqué. Todo parece reducirse a una miserable lucha de poder que deja la salud pública, que debería ser principal en esta situación de crisis, como algo secundario, cuando tendría que ser lo primero a lo que atender.
Dejen los palos para luego. Ahora tocan semanas de hacer aquello que está funcionando, quizás de la mejor manera posible, porque nadie tiene la receta mágica ante la hecatombe que nos ha sobrevenido. Ni ningún país, ni ningún mandatario ha acertado con la clave correcta para llevar a buen puerto la travesía por el horror de la muerte de sus compatriotas y las tremebundas consecuencias económicas que nos amenazan, mucho más allá de cualquier estado de alarma que parece ser lo único que preocupa a aquellos que ponen la sanidad, de la que algunos han sido gestores, y ya sabemos a dónde la han llevado, en el último lugar de la fila.
El próximo lunes pasaremos a una nueva fase que nos aligere la vida, como lo serán cada uno de estos pasos en una desescalada que los mejores profesionales de la ciencia en este país califican de acertada por una lentitud, exasperante para los que sólo piensan en cifras económicas, pero la apropiada para los que lo hacen con cifras de contagios y de muertos. Escribía el poeta Claudio Rodríguez que «se aligera la vida, y un destello generoso vibra por nuestras calles», y eses destellos son los que nos tienen que alumbrar en la vida que se abrirá paso durante las próximas semanas. Cada uno de nosotros, desde la asunción de nuestra responsabilidad en las actitudes diarias, seremos esa lección necesaria ante los especuladores de la vida. La otra lección que debemos llevarnos de todo esto es entender el mundo de otra manera. Con unos servicios públicos bien protegidos ante cualquier deficiencia del sistema y con la sanidad y la educación como firmes soportes de la sociedad, pero también debemos proteger lo que nos rodea, desde un punto de vista puramente físico. Años y años agrediendo a una naturaleza que nos ha demostrado su capacidad de recuperación en tan sólo un par de meses y la necesidad de ella como sustento de nuestra salud. Las zonas más contaminadas del mundo son las que muestran un mayor índice de la enfermedad y todo el mundo se ha puesto a mirar hacia sus propias ciudades en el intento de humanizarlas de cara a futuras y, en absoluto, imposibles nuevas pandemias. Menos contaminación, amplitud de espacios para el tránsito de las personas, servicios para el día a día en el entorno de las viviendas promoviendo las fortalezas de los barrios y la cohesión de lo urbano con lo natural son los claros objetivos de esas ciudades que se encardinan hacia la supervivencia del ser humano frente a los imperios económicos.
Sigue el Congreso de los Diputados mostrando la peor cara de esta crisis, la del desencuentro, la riña a garrotazos aprovechando los mandatos de un pueblo que convocó a todos los que allí están a gestionar vidas y no para proyectar cada uno sus egos partidistas. Negar el estado de alarma es lo mismo que negar la salud, porque es lo único que permite lo que se ha evidenciado como gran arma frente a la epidemia, el tránsito libre de las personas entre territorios, que sólo se puede atajar de esa manera, pónganse los reventaditos de turno como se pongan. Reventaditos que se han extendido como el propio virus, desde las grandes atalayas públicas hasta ese mefistofélico espacio de debate en que se han convertido las redes sociales, pasando por nuestras propias calles. Gente que sabe de todo, que opinan sin ningún rubor, desde cómo se debe realizar la administración de una pandemia mundial, hasta calibrar los comportamientos de la economía ante una situación nunca vista antes en toda la historia, cuando su única gestión ha radicado en llevar la raya del pelo de la mejor manera posible. Palabras y palabras de personas que ya para siempre quedarán en nuestra memoria como los que entorpecen, los que lejos de ayudar su única voluntad es la de seguir enfangando el terreno mientras expertos y conocedores de las materias que nos preocupan se devanan los sesos, al tiempo que los profesionales sanitarios dejan todas esas palabras en chillidos intrascendentes que finalmente sólo sirven para el guiño entre ellos y los aplausos mutuos, celebrando que han encontrado un camino que los demás son incapaces de encontrar.
Prudencia, tiempo y ya nada volverá a ser como antes, es lo que acabo de escuchar en esa radio, ahora más calmada a medida que pasan las horas, en voz de un experto de la Organización Mundial de la Salud. Y todo eso es precisamente lo que el estado de alarma acoge en su interior. Llegan las votaciones para esa nueva prórroga del estado de alarma y todos se retratan de manera clara para el resto de sus días políticos. Los discursos incendiarios de los que deberían tenerse como una oposición responsable, la de los grupos parlamentarios con un mayor número de diputados que, el caso de VOX es un puro vómito, mientras el PP muestra su irrelevancia en un Congreso al que no aportan más que un enfermizo recuento de muertos al que ahora incluso se atreven a darle la vuelta, acusando al Gobierno (en absoluto libre de sus propios errores) de emplearlos contra ellos, cuando desde el minuto cero ellos han sido los que han hecho de eso su único discurso en cuanto a la posibilidad de echar una mano cuando son más necesarios. Su abstención es un maquillaje ante su deseo de votar no, de poner el obstáculo más grande para que el gobierno descarrile. Una irresponsabilidad que cargará siempre sobre Pablo Casado al que sólo sus secuaces, cegados por las siglas, podrán jalear, frente a la responsabilidad que supondría permitir que ese estado de alarma continuase facilitando que los datos sanitarios mejoren y que nuestra vida aligere esta insoportable espesura.



Publicado en Diario de Pontevedra 7/05/2020
Fotografía: Javier Cervera-Mercadillo  

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