[Ramonismo 30]
'A
lo lejos’, de Hernán Díaz, es un audaz relato de un hombre cobijado en la
naturaleza frente a la sinrazón humana
HERNÁN
DÍAZ nació en Buenos Aires, creció en Estocolmo y, en la actualidad trabaja en
la norteamericana Universidad de Columbia. Un trashumante que, evidentemente,
en su primera novela debía convertir su relato en un texto en el que caminar,
recorrer geografías y entender nuevos territorios, se muestra como el punto de
ignición de este relato aclamado con numerosos reconocimientos, así como con el
respaldo de la crítica. ‘A lo lejos’ es el título de esta novela que a España
llega de la mano de la editorial Impedimenta, siempre atenta a esas otras
geografías literarias que asoman por el mundo y que de manera tan ejemplar se
editan por este sello para poner en nuestras manos libros muy especiales, tanto
por el continente como por el contenido.
Con
‘A lo lejos’ Hernán Díaz nos sitúa en uno de esos miradores privilegiados de la
literatura, la de acompañar a su protagonista en una serie de situaciones que
no dejan de revelarnos, y posicionarnos, ante infinidad de preguntas sobre el
ser humano y su relación con otros seres pero, en este caso, sobre todo con su
entorno. Pocas novelas se han detenido de manera tan intensa en la evocación
del hombre como parte de un ecosistema natural que aquí, por su propia
configuración histórica, emerge como el gran personaje de la novela. Una
naturaleza rebelde y compleja, una naturaleza que nos envuelve, como una gran
madre, y en la que poder encontrar todo lo que necesitemos, aunque no siempre
sea fácil nuestra relación con ella.
Hernán
Díaz inicia ‘A lo lejos’ en un pueblecito de Suecia del que parten dos hermanos
cara un país en construcción, unos Estados Unidos convertidos en la esperanza
global de un futuro mejor colmado de oportunidades. Un sueño que no siempre se
alcanza, en el que intervienen numerosos factores para su logro o para su
fracaso. Separados durante el trayecto el protagonista de la novela, Hakan, en
vez de dirigirse a Nueva York, como su hermano, llega a la costa oeste, a
California, no dudando en ningún momento de esta parte inicial de la novela en
recorrer todo ese inmenso país para propiciar el reencuentro. Se origina así
una road-movie veteada por elementos de un western salvaje, no tan imbuido de
los códigos clásicos del cinematográfico western hollywoodiense, sino que esa
travesía se tiñe de un verismo de caminos polvorientos, pioneros al encuentro
de su parnaso y de una civilización incapaz de situar sus cimientos de manera
firme en esa naturaleza que todavía es capaz de imponer sus condiciones al ser
humano.
Se
citan, por apuntar referentes claros a la hora de facetar el relato de Hernán
Díaz, de la literatura de Cormac McCarthy, también de ese monumento televisivo
como es la serie ‘Deadwood’, y es cierto que hay tinturas de ambos universos,
pero los anclajes de Hernán Díaz van más allá, hay mucho de la ‘Odisea’ de
Homero, de superar decenas de pruebas para el reencuentro familiar del héroe;
incluso del fordiano Ethan Edwards de ‘Centauros del Desierto’, despojado de la
capacidad de vivir en sociedad y expulsado constantemente del colectivo para
situarse como un individuo alejado del porche familiar. También germina, a lo
largo de estas venturosas páginas en las que el lector se adentra en un
conmovedor combate entre el hombre y la naturaleza, aquella semilla
trascendentalista de la relación de ese ser humano con la naturaleza que
grandes autores del siglo XIX norteamericano desplegaron para medirnos como especie:
Thoureau, Melville o Ralph Waldo Emerson, quien en su ensayo ‘Naturaleza’ explica,
como pocos, lo que se contiene en esa mirada del hombre hacia el infinito de un
paisaje. El propio Hernán Díaz escribe «Nadie regresaba de más allá del
horizonte», y así es como su protagonista se verá imposibilitado para la vida
comunitaria, condenado a vagar por el territorio como una suerte de expiación
humana.
Recupero
de mi anterior lectura, el muy recomendable ‘Salvar el fuego’ de Guillermo
Arriaga, una frase que el autor mexicano incluye, firmada por el propio Ralph
Waldo Emerson: «El fin de la raza humana será que, eventualmente, morirá de
civilización». Y así se refleja en Hakan, un ser bondadoso, científico,
humanitario, ecologista e inocente al que cualquier atisbo de civilización pone
precio para cobrarse en él su propia incapacidad para reconocer lo mejor del
ser humano, orillándolo por hacer prevalecer nuestro carácter de especie
perversa.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 27/06/2020