[Ramonismo 33]
Natalia
Lafourcade presenta, con su nuevo disco, un proyecto para apoyar la vigencia
del legado musical del Son Jarocho
LA
MEXICANA Natalia Lafourcade, además de ser una de las cantantes más reconocidas
de su país, es una de las artistas más comprometidas con la supervivencia del
riquísimo folclore musical mexicano. Cuando son muchos los que se envuelven en
banderas de defensa de su país pero de una manera demasiadas veces de cara a la
galería, Natalia Lafourcade lleva varios años testimoniando esa pasión por sus
raíces con diferentes proyectos que buscan siempre activar los sentidos de sus
paisanos, y de más allá de sus fronteras, en la necesidad de mantener vivos
esos sones.
Uno
de ellos, abierto al espectacular Caribe, es el Son Jarocho, procedente de la
ciudad de Veracruz, territorio siempre en la deuda eterna de tantos españoles
que a él llegaron huyendo del fascismo triunfante en la Guerra Civil, pero al
que también llegó, décadas antes, nuestro paisano Valle-Inclán, en su
inolvidable periplo por lo que bautizó como ‘Tierra Caliente’.
Con
numerosos discos de éxito, con triunfos clamorosos en los premios Grammy, y
todo ello pese a nacer en 1984, Natalia Lafourcade publica este disco, titulado
‘Un canto por México’, con cuyos ingresos busca ayudar en la reconstrucción del
Centro de documentación del Son Jarocho en Veracruz, afectado por el terremoto
de 2017. Un centro que trabaja en esa preservación, estudio y difusión de esos
ritmos activando a músicos indígenas y diferentes artistas para mantener vivo
un legado del que muchos artistas famosos nutren sus discos y sus giras.
Tras
varios conciertos, con uno muy especial celebrado en el Auditorio Nacional de
Ciudad de México, Natalia Lafourcade impulsó este disco entendido como un
abrazo a la vida, tanto de ella hacia la música que la rodea desde chiquita,
como hacia aquellos que escuchen y compren este trabajo que es una felicidad.
Desde su versión del famosísimo ‘Cucurrucucú paloma’, con el que se cierra el
disco, pasando por maravillosas canciones nacidas bajo la cálida brisa de ese
refulgente Caribe, como ‘Mexicana hermosa’, cantada con Carlos Rivera, ‘Para
qué sufrir’, junto a Jorge Drexler, o ‘Mi tierra veracruzana’, junto al grupo
Los Cojolites, uno de los más afectados por los efectos de aquel seísmo y con
una participación esencial a lo largo de todo este trabajo.
Desde
este lado del Atlántico y con el cariño por aquel país tan especial para
nosotros, estos sones mexicanos son una bendición, un canto alegre en momentos
que no lo son tanto y que se escuchan con la complicidad con aquellas tierras
hermanas y que los que las hemos pisado no olvidaremos nunca, recordándola por
la amabilidad de sus gentes y por todo un enorme patrimonio cultural, natural o
gastronómico que hace imposible el no enamorarse de México. Así es como cada
vez que escuchamos estas músicas sentimos su capacidad de transportarnos hasta
el país azteca, y hasta parece que vemos a las mujeres con sus trajes jarochos
danzando, moviendo sus faldas blancas, mientras los tacones golpean el
escenario.
Músicas
del mundo que necesitamos conservar, intentar preservar frente a este entorno
cada vez más globalizado y uniforme en tantas cuestiones que, sin embargo, solo
desde esta pureza, tiene sentido para disfrutar la vida o, tal y como se
despide Natalia Lafourcade en su disco: «¡Gracias vida, vámonos lejos!»
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 18/07/2020
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