[Ramonismo 95]
El primer libro de un tríptico sobre nuestra realidad hace de González Sainz un explorador del tiempo en que vivimos
HAY LIBROS que son una brújula. Textos que, pegados a la realidad, a nuestra realidad más inmediata, se convierten en una luz en esa búsqueda entre las tinieblas en que cada vez más se está convirtiendo nuestra sociedad.
‘La vida pequeña. El arte de la fuga’ que, bajo la edición de Anagrama, firma J. Á. González Sainz, se convierte en esa tea que porta el guía en la noche, y con esa proyección nos ilumina a nosotros mismos, a unos seres tantas veces desconcertados por este caos que hemos ido generando a lo largo del tiempo, y para ello el autor nos propone un relato que nos arrastra con suavidad entre aguas embravecidas. Una suerte de diario de abordo el que se van deslizando una serie de textos reflexivos que incitan a nuestra propia reflexión, a pensar nuestra posición en todo este manicomio que nos ha hecho renunciar a muchas de las cuestiones que deberíamos defender para aliviar nuestra salud física y mental.
Pasar cada una de estas páginas es un frenazo al vértigo cotidiano, un despeje de esas multitudes que nos rodean hasta el agobio, un descubrimiento de la mentira que cada vez más parece ondear desde diferentes estamentos de una sociedad a la deriva. J. Á. González Sainz destila así una narrativa que, bajo el guante de seda de su estilo fluido y dinámico, guarda un guante de hierro que aprieta muchos postulados filosóficos y de pensamiento ante los que perversamente hemos ido claudicando arrastrados por el frenesí del tantas veces presuntuosamente calificado como progreso. Para armar esa posición de faro el escritor no duda en reclamar la presencia de nombres como los de Antonio Machado, Montaigne o Handke. Pero también Hölderling o Claudio Rodríguez, poetas que también señalaron el camino y por el que este autor soriano reclama la conquista de un nuevo tiempo desde nuestra actitud de recuperación del yo.
Cuántas veces hemos pensado en plantarlo todo, en decir hasta aquí hemos llegado y en huir a la búsqueda de un oasis en el que refugiarnos para cumplir ese deseo de escapar. Pero seguimos encadenados, atornillados a los mensajes, las órdenes, las miradas, el gentío, el ruido, la furia, la música alta, los alaridos, las pantallas de ordenador, los móviles, las redes sociales, los horarios laborales y, lo que todavía es más asfixiante, la nadería y la mentira, que cada vez más nos acerca su afilado filo al gaznate.
Debemos conquistar esa vida pequeña que, en palabras de J. Á. González Sainz, tiene que ver con «la necesidad de volver a discernir lo que es bueno; de pararnos, de detenernos un momento o el tiempo que hiciera falta, y ponernos a considerar, con la mayor franqueza a nuestro alcance, si de verdad creemos o no saber lo que es bueno». Menudo párrafo, ¿verdad?, pues como este se suceden uno tras otro en este libro escrito en un estado de lucidez que ojalá se prolongue en los dos restantes textos proyectados para continuar este análisis de lo que somos y de esa posibilidad a la que deberíamos agarrarnos de repensar la vida.
Pocos libros se me antojan más necesarios en estos tiempos, pocas palabras mejor empleadas que las que pretenden horadar el ruido y acogerse bajo un silencio que nos permita situarnos en unas nuevas coordenadas. Esta vida pequeña es una gran vida y el libro de J. Á. González Sainz es un gran libro que nos pone en alerta, que nos enfrenta a esa torrentera que semeja irrefrenable de tantas derivas de nuestro tiempo y, sobre todo, a «los efluvios de la estupidez y la maldad, que nunca se sabe qué es peor o qué precede a qué» pero que están tiñéndolo todo desde esos altavoces mediáticos y políticos tan exasperantes.
Cuando J. Á. González Sainz agita todas estas palabras nos ubica en una posición de rebeldía en un acto que cada vez se vuelve más radical, como es el de leer un libro, aquí potenciado por su contenido, por la intención del autor de frenarnos, de alumbrar el deseo de escapar, de procurar una belleza que debería ser indiscutible
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 8/01/2022
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