Hasta el año 1984 en el que se recuperó el carnaval en la calle, esta
fiesta en nuestra ciudad se disfrazaba de Fiesta de la camelia, Fiesta de la Primavera o Fiesta de
febrero. Eufemismos que ocultaban el irrenunciable deseo de diversión de una
ciudad que vive esta celebración como pocas. Un carnaval urbano, comparable en
su espíritu al de otras ciudades europeas como Venecia, y en el que durante las
oscuras décadas del periodo franquista encontró en las diferentes sociedades
pontevedresas el refugio necesario desde el cual asegurar su supervivencia.
Las colosales celebraciones carnavalescas que sucedieron en esta ciudad
en los años 1876, 1888 y 1900 generaron una efervescencia en todo lo que tenía
que ver con esta celebración. Pontevedra se acostumbró al disfraz, a salir a la
calle, a vivir con intensidad una fiesta que, en su última consideración,
figuraba la de modificar la realidad y poner en cuestión nuestro sistema
cotidiano de vida. A esas tres fechas se le debe unir de manera exponencial el
entierro de Ravachol en 1913 para generar así la consolidación definitiva de la
ciudad de Pontevedra como la gran urbe carnavalesca de Galicia, con un carnaval
de componentes urbanas que lo distanciaba de la tradición rural, que también tiene
mucha importancia en nuestro Entroido.
El alzamiento militar de 1936 sepultó entre otras muchas y más
importantes cuestiones este tipo de festejos que, en los años inmediatamente
posteriores al final de la guerra fratricida debió ser completamente eliminado.
El paso de los años, la superación de los miedos y las ligeras mejoras en la
vida de los ciudadanos, junto a la vital necesidad de esparcimiento del ser
humano hicieron que lentamente estas fiestas volvieran a suponer un motivo de
diversión. Las directrices procedentes de Madrid prohibían la denominación de
carnaval (asociado siempre a la perversión y al desafío a la autoridad) así
como la celebración en las calles. Fue por ello que los ciudadanos de
Pontevedra debieron encontrar refugio en sus sociedades. Y en esto llevábamos
mucho ganado con respecto a otras ciudades, ya que Pontevedra disponía de
muchas y veteranas entidades que siempre estuvieron muy ligadas al carnaval.
A partir del destierro de esa palabra, desde los años cincuenta, y
prácticamente hasta los mismos ochenta del pasado siglo, estas fiestas eran
anunciadas como Fiestas de la
Primavera, de la camelia o de febrero, pero todo el mundo,
incluso las propias autoridades, sabían lo que se escondía bajo ese atuendo
semántico. Alejados de la capital, las directrices franquistas se iban
relajando y ese inagotable espíritu de diversión asociado a esta ciudad fue de
nuevo devolviendo el ambiente carnavalesco a Pontevedra. Sociedades como el
Liceo Casino, el Casino Mercantil e Industrial, la Sociedad Recreo de
Artesanos o La Peña
compartieron protagonismo con bailes como los celebrados en el llamado El
Cajón, Mourente, Salcedo, O Pino, Mourente, Estribela o Mollavao. También otros
espacios servían de acomodo a celebraciones como el Hotel Universo, el Cine
Coliseum o el antiguo local del Teucro.
Cuenta Hipólito de Saa como el Domingo de carnaval se formaba en los
Soportales de la Herrería
un mercadillo para la venta de caretas y artículos de carnaval. También se
cerraban los comercios la tarde del martes para el disfrute del carnaval. El
miércoles se procedía al entierro de la sardina y el domingo siguiente,
conocido como Domingo de Piñata las sociedades desarrollaban un amplio programa
de actividades.
Luis Ponce de León, fue designado Gobernador Civil de Pontevedra en 1944
y él fue quien autorizó la celebración del ‘carnaval’ en las diferentes
sociedades pontevedresas, estando prohibido su disfrute en la calle. Antes de
la llegada de los festejos se procedía a la publicación de una serie de ordenanzas
a cumplir por los participantes, como el que al atardecer estaría prohibido
llevar máscara o antifaces en la vía pública; también “la utilización de
disfraces que pudiesen resultar ofensivos a los uniformes militares y los
hábitos, vestiduras sagradas y traje talar de los sacerdotes y religiosos. Del
mismo modo las comparsas se abstendrán de cantar coplas que resultasen
ofensivas a la moral pública y a la religión”.
Pero entre las paredes de cada una de las sociedades y con la cara
cubierta las cosas eran ya muy diferentes. Cada una de las Sociedades ofrecía
un perfil determinado que los años y su origen habían ido asentando. El Liceo
Casino, la más antigua de la ciudad, era la aristocracia de la sociedad
pontevedresa; el Casino Mercantil e Industrial, acogía a toda una clase
empresarial, al igual que el más antiguo Recreo de Artesanos, donde eran muchas
las familias ligadas al comercio que en él estaban inscritas. Con todo, no eran
pocos los que pasaban de una sociedad a otro para ver que se cocía en cada uno
de los ambientes, como tampoco renunciaban a comprobar lo que sucedía en el
conocido como baile de ‘El cajón’, una especie de cajón de sastre ubicado en la
calle San Nicolás, en el local donde se encontraba el Cine Exploradores, y en
el que las clases más bajas daba rienda suelta a su espíritu festivo. Cargado
de mala fama muchos no se resistían a comprobar in situ lo que de él se decía y
así fue recordado por José Luis Fernández Sieira en el pregón del carnaval que
él realizó en 1986, así como en un artículo en Diario de Pontevedra de 1991
sobre este baile: “Nadie pudo nunca explicarse como aquel cubículo de perdición
satánica podría estar en una calle dedicada a un santo tan piadoso y recatado.
En él se juntaban la señora y la criada, el comandante y el recluta, el
catedrático y el analfabeto”.
El baile de ‘La Peña’,
nacido en los años treinta, vivió años después una especie de refundación, y
conocida como ‘La nueva Peña’, acogió a muchas personas que salían del Liceo
Casino o del Mercantil que querían liberarse de unas sociedades más
tradicionales. Ellos fueron un soplo de aire fresco en el carnaval local,
celebrando sus bailes en las instalaciones del Cine Coliseum en la calle García
Camba, muy próximo al Cine Malvar.
Tanto el Liceo Casino como el Casino Mercantil, protagonizaban las
grandes citas de la semana con amplísimas programaciones, sirva de ejemplo los
seis bailes en nueve días que registró el Casino Mercantil en su programa de
actos del año 1957: Sábado 23, Baile negro; Domingo 24, Asalto baile; Martes
26, Gran Baile de Fachas; Jueves 28, Asalto baile; Viernes 1, Gran Baile de
Urco; Domingo 3, Baile del broche de oro. Un ‘frenesí bailongo’ que el Liceo
Casino también repetía y que, junto con los de otras sociedades, abría un
extenuante abanico de festejos que puede dar una idea de la importancia de esa
semana carnavalera en la ciudad. Otro dato: el 20 de febrero de 1965 Diario de
Pontevedra anunciaba un total de 25 bailes en las sociedades pontevedresas.
Bailes que, muchos de ellos, estaban amenizados musicalmente hablando por las
grandes orquestas del momento como
Poceiro y Florida. Y es que la música ha sido una de las grandes pérdidas de
nuestro carnaval, como ha recordado recientemente el pregonero de este año,
Caki Viñas, un habitual de este tipo de bailes y brillante memoria de nuestros
carnavales. Bailes que tuvieron infinidad de nombres, algunos ya los citamos en
ese programa de actos del Casino Mercantil y otros los apuntamos ahora: baile
de capuchones, baile del ven-ven, baile de la media naranja o el baile del
sombrero.
Junto a la fecunda labor de las entidades más céntricas, alrededor de la
ciudad otros bailes también tenían su importancia por acoger a gran número de
vecinos. Las Culturales de Mourente y Salcedo registraban animadísimos bailes
en donde se procedía a elegir a la reina de las fiestas, una tradición que
arraigó en muchas de estas sociedades y de las que nos han llegado abundantes
imágenes.
Estos fueron los escenarios donde careta y antifaz se refugiaron durante
varias décadas hasta que un grupo de pontevedreses decidieron en 1984 recuperar
el carnaval en la calle, como sucediera hace más de cien años, lo que vendría a
suponer un impulso económico para la ciudad, además de prevenir posibles
desgracias en esas instalaciones cerradas, recordemos que en diciembre de 1983
fallecieron 79 personas en una aglomeración en la discoteca Alcalá 20 y
Pontevedra todavía no había olvidado el incendio que arrasó el Teatro Principal
y el Liceo Casino en 1981. Las sociedades abrieron así sus puertas y los
atuendos carnavalescos y las palabras desafiantes tomaron la calle. Su lugar
natural, el lugar del que nunca debieron salir.
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 10/02/2013
Archivo Gráfico Museo de Pontevedra