Yo pensaba que nunca vería multiplicarse las colas de gente con hambre en
nuestro país, ni a personas metidas hasta la mitad de su cuerpo en un
contenedor de basura buscando la solución a sus problemas.
Yo pensaba que aquello que me contaba mi madre, y que parecía una
historia surgida de un país primitivo, sobre mujeres que no eran libres para
disponer de su cuerpo como considerasen y que debían marcharse a otros países a
abortar o hacerlo a escondidas en el suyo propio, no se repetiría.
Yo pensaba que no tendría de nuevo lugar un debate sobre aulas
diferenciadas con niños y niñas separados como base para una mejor educación,
ni que se recortase dinero para becas, ni que la religión, en un país laico,
formase parte del expediente académico.
Yo pensaba que sería imposible que se gravase a diferentes productos
culturales con un IVA del 21% frente a los porcentajes aplicados en una Europa
a la que tanto se les llena la boca a muchos de pertenecer a ella.
Yo pensaba que un país nunca intentaría atajar la emigración ilegal a
base de colocar hirientes cuchillas en sus fronteras para frenar a aquellos que
huyen del infierno.
Yo pensaba que ya había oído los eslóganes turísticos más sorprendentes,
hasta que escuché aquello del «relaxing cup of café».
Yo pensaba que el Gobierno no osaría limitar la libertad de manifestación
en nuestras calles con una restrictiva Ley de Seguridad Ciudadana.
Yo pensaba que nunca íbamos a aplaudir porque se subiese la luz un 2,3%,
cuando en un principio se había hablado de un 11%, como si todo esto fuese un
paripé con el consumidor en el centro de la diana.
Yo pensaba que no habría que esperar a los últimos días del año, ni que
sería una excepción, el asistir a una rueda de prensa del presidente del
Gobierno, en carne y hueso, sin límite de tiempo y sin cortapisas a las
preguntas de los periodistas.
Yo pensaba que el dinero procedente de Europa y destinado a sanear la
banca española era un rescate.
Yo pensaba que Mandela era inmortal.
Yo pensaba que Jabois nunca se iría a Madrid.
Yo pensaba que Galicia nunca dejaría de tener una entidad bancaria
propia.
Yo pensaba que era imposible que un día del Apóstol fuera tan triste como
lo fue este año.
Yo pensaba que la sentencia del ‘Prestige’ encontraría algún culpable que
asumiese los daños causados por los efectos de aquel vergonzoso desastre y su
gestión.
Yo pensaba que en todo un año, y con las buenas palabras que siempre se
le ofrecen a los afectados, se podría encontrar alguna solución para los
clientes de Novagalicia Banco que compraron acciones preferentes.
Yo pensaba que unos padres serían incapaces de asesinar a su propia hija.
Yo pensaba que Pontevedra no estaría ni un solo día sin una sala de cine
abierta.
Yo pensaba que el Pontevedra c.f. escaparía del pozo de la Tercera División.
Yo pensaba que podríamos disfrutar de un complejo deportivo nuevo en
Campolongo.
Yo pensaba que César Mosquera no se había olvidado de que tomar
decisiones según el criterio del ordeno y mando no es la mejor de las formas de
hacer política.
Yo pensaba que este año sabríamos definitivamente qué sucedió con Sonia
Iglesias.
Yo pensaba que la Diputación Provincial anunciaría la recuperación de una cita tan
emblemática como la Bienal
de Arte.
Yo pensaba que Alejandro de la
Sota , en el año del centenario de su nacimiento, sería
homenajeado como se merecía una de las más importantes figuras de la
arquitectura en España.
Yo pensaba que alguna administración entendería que una capital de
provincia de más de 80.000 habitantes no puede tener una sola biblioteca.
Yo pensaba que los amigos nunca se morían.
Yo pensaba que el año 2013 iba a ser muy diferente.
Publicado en Diario de Pontevedra 28/12/2013
fotografía Javier Cervera-Mercadillo