Ramón
María del Valle-Inclán falleció el 5 de enero de 1936. Ochenta años después, en
2016 y junto a autores tan importantes como Lorca, Muñoz Seca o Unamuno, los
derechos de sus obras pasaron a ser de dominio público lo que ha provocado que
diferentes editoriales a lo largo de 2017 hayan puesto en el mercado sus obras
reeditadas de diversas maneras. Una de las más atractivas es la que viene de
publicar Reino de Cordelia con las famosas ‘Sonatas’ del escritor gallego
acompañadas de las ilustraciones del pintor coruñés Víctor López-Rúa y con su
edición al cuidado del poeta Luis Alberto de Cuenca que también es el autor del
prólogo.
UNA
EXUBERANTE catarata de títulos lleva salpicando los estantes de las librerías
con numerosos títulos en cuyas portadas asoman las luengas barbas del escritor
de Vilanova de Arousa, así como otros diseños que se adaptan más a estos
tiempos en los que se ha renovado prácticamente por completo el monumental
legado del autor de ‘Luces de Bohemia’, tras la liberación de sus derechos. Y
empiezo premeditadamente este texto con el adjetivo exuberante porque si algo
caracteriza las ‘Sonatas’, en las que nos centraremos en las próximas líneas,
de Ramón María del Valle-Inclán, es la inmensa exuberancia del lenguaje
empleado en lo que pueden considerarse sus primeras obras de éxito y que han
sido publicadas hasta por tres editoriales en diferentes formatos. La Editorial
Gadir ha incluido las cuatro Sonatas en una edición bajo el cuidado de Antonio
Ferres, quien se refiere a ellas como «una obra excepcional y única en la
literatura española, y cuya lectura nos parece indispensable». Del mismo modo
Alianza Editorial ha editado los cuatro textos repartidos en dos libros, entre
una serie de publicaciones que incluye ‘Luces de Bohemia’, ‘Tirano Banderas’,
‘La media noche’ o ‘Jardín umbrío’. Y, finalmente, Reino de Cordelia, que nos
presenta las ‘Sonatas’ en una edición con ilustraciones del artista plástico
Víctor López-Rúa (A Coruña, 1971), presentando así un maridaje lleno de
sugerencias y de interpretaciones a partir del texto de Valle-Inclán.
«La
condición característica de todo el arte moderno y muy particularmente la
literatura, es una tendencia a refinar las sensaciones y acrecentarlas en el
número y la intensidad. Hay poetas que sueñan con dar a sus estrofas el ritmo
de la danza, la melodía de la música y la majestad de la estatua», esta frase
del autor de ‘Luces de Bohemia’ nos sitúa ante sus pretensiones cuando afronta
la escritura de sus cuatro ‘Sonatas’, cuatro historias con un mismo
protagonista, ese Marqués de Bradomín, definido de manera tan concisa al inicio
del libro como «Un don Juan admirable. ¡El más admirable tal vez!. Era feo,
católico y sentimental», y que fueron escritas en 1902, la Sonata de Otoño;
1903, la Sonata de Estío; 1904, la Sonata de Primavera y 1905, la Sonata de
invierno. Cuatro estaciones vinculadas con la edad del protagonista y sus
diferentes amoríos en cuatro escenarios diferentes: Italia, México, Galicia y
Navarra y en donde emerge como gran protagonista un léxico repujado como en una
pieza de orfebrería, en la que las palabras refulgen entre sí como espejuelos
que proyectan la realidad desde una elegancia y carga estética que nunca deja
de soprender a un lector que se siente abrumado por comprender de manera
práctica las posibilidades del lenguaje, también de fascinarlo, por la destreza
de un Valle-Inclán minusvalorado en ocasiones en esta su primera etapa
literaria, marcada por este radical Modernismo, frente a su posterior evolución
hacia lenguajes y experiencias literarias que rompieron muchos de los cánones
establecidos y que convirtieron a Valle-Inclán en la figura en que sus obras lo
han convertido.
Valle-Inclán
tenía 36 años cuando publicó la primera de sus Sonatas, la ‘Sonata de Otoño’,
la que se ubica en Galicia, y que en la edición de Reino de Cordelia se sitúa
en tercer lugar, siguiendo el orden natural de las estaciones. Valle-Inclán
solía publicar antes los textos en prensa y con el tiempo iban creciendo,
configurándose casi ese proceso como una historia paralela que hoy nos sirve
para entender la génesis de muchas de sus obras. El texto que aquí se fija es
el que Luis Alberto de Cuenca, toma de la última edición corregida y publicada
por el propio Valle-Inclán en 1933 y a la que el poeta modifica la puntuación,
aprovechando que una reciente edición a cargo de Margarita Santos Zas no cambia
esa puntuación original. Sin notas al pie de página y sustituyendo el pronombre
pospuesto (parecíame) por el antepuesto (me parecía) consigue en palabras del
propio Luis Alberto de Cuenca, «un texto limpio, nítido, claro, listo para
acoger tanto al entusiasta de las Sonatas como a quien todavía no las conozca».
Y les puedo asegurar que eso se logra plenamente. Encontrarse con estos textos,
muchos de ellos no leídos casi desde la época estudiantil, se convierte en un
feliz acontecimiento, el descubrimiento o redescubrimiento de una prosa
admirable que te lleva a ese Valle-Inclán muy cercano a su época de formación
cuando en la pontevedresa biblioteca de los Hermanos Muruais, en la Casa del
Arco, descubrió la literatura del fin de siglo, historias también cargadas de
un erotismo que desde su primer libro, publicado en la ciudad del Lérez,
‘Femeninas’ (1895), empieza a estar presente y que aquí se refina y llena de
elegancia, también de humor y de giros que provocan la sonrisa en el lector. A
todas esas lecturas Valle-Inclán le añadió el brío de un lenguaje que buscaba
enfrentarse al Realismo y que tomó impulso a partir de su admiración por Rubén
Darío, un pasadizo hacia la imaginación o a ese “ritmo” que tanto le interesaba
en estos momentos a la hora de escribir. «Los lectores de las ‘Sonatas’ han de
embriagarse con la musicalidad de las palabras», escribe Antonio Ferres en el
prólogo de la edición de la Editorial Gadir, y es cierto que el lector va
rebrincando entre esas descripciones, entre la soltura de las febriles
adjetivaciones, para lograr sumar en esa mezcla de belleza, crítica y hasta
ternura, que se va sucediendo en los amorosos capítulos del Marqués de
Bradomín.
Desde
una Italia de jardines entre luces y sombras hasta su Galicia de Pazos y
brumas, pasando por el caliente México que había conocido en primera persona y
finalizando en la Navarra carlista, Valle-Inclán despliega la inmensidad de su
escritura que posteriormente se desbordaría hacia la poesía, el teatro y la
narrativa. De hecho, un año después de finalizar su última Sonata llevará a las
tablas ‘El Marqués de Bradomín’, donde se fusionan elementos de las propias ‘Sonatas’
con las Comedias bárbaras que ya se adivinan en el inmediato futuro.
Inconformista y rebelde su lenguaje irá cambiando, implicándose más en una
sociedad a la que irá radiografiando de una manera más directa y acusatoria,
algo para lo que los ecos modernistas ya no le servían.
Nos
quedan por lo tanto las Sonatas como un elevadísimo ejercicio literario al que
uno nunca se cansa de regresar. Un generoso juego de palabras que aquí sirve
también de inspiración al talento de un pintor gallego, Víctor López Rúa, capaz
de dar forma visual a todos esos personajes, también a varios de los momentos
destacados de estos cuatro textos unidos por la vida amorosa del infatigable
Marqués de Bradomín, pero ahora también por unas pinceladas que completan la
atemporal propuesta de Valle-Inclán.
Esta
sucesión de publicaciones valleinclanianas nos permiten nuevas lecturas de la
práctica totalidad de sus obras. A las ya citadas cabe añadir la publicación en
dos tomos por la Editorial Biblioteca Castro de sus ‘Obras Completas’; también
la Editorial Hiperión ha publicado en este año su poemario ‘La pipa del Kif’ y
la Editorial Cátedra ha hecho lo propio con ‘Luces de Bohemia’, también
incluida en un libro de Punto de Lectura junto a ‘Divinas Palabras’ y en otro volumen
de la Editorial Renacimiento en la que el texto se completa con un interesante
ensayo sobre la obra a cargo de Manuel Aznar Soler, y todo ello a la espera de
futuros inéditos (sobre todo poemarios y epistolarios) incluidos dentro del
legado que la Cátedra Valle-Inclán de la Universidad de Santiago de Compostela
ha recibido de los descendientes de un autor sin parangón en el firmamento de
la historia de la Literatura. Un ser único, a ratos inclasificable, y que acunó
su trayectoria bajo la alargada sombra de ese Marqués feo, católico y
sentimental, el Marqués de Bradomín.
Publicado no suplemento cultural Táboa Redonda. Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo. 22/10/2017