Cuarenta años
después de su muerte el silencio del cine de Charles Chaplin
continúa siendo un poderoso grito sobre el ser humano
El día de Navidad de
1977 fallecía Charles Chaplin. Cuarenta años después de esa fecha
todavía conmueve acercarse a su cine de silencios, de miradas y
gestos, para el que la palabra era un estorbo, convirtiéndose ese
silencio, paradójicamente, en un vigoroso grito alrededor del ser
humano y sus problemas con una sociedad cada vez más deshumanizada.
Se acaba este año, fin
de una etapa más en nuestras vidas. Un año lleno de días felices e
infelices, de alegrías y de tristezas, de peripecias que se han ido
pegando a nuestra piel como parte del peaje que toda existencia debe
pagar. Como en el final de esa obra maestra del cine que es ‘Tiempos
modernos’ le damos la espalda al caduco 2017, mientras nos
dirigimos hacia el 2018. «¡Nos las arreglaremos!», le espeta el
último vagabundo de Chaplin a su compañera para, instantes después,
obligarle a esbozar una sonrisa en su rostro. Quizás eso sea lo
único que necesitemos realmente para encarar la aventura de un nuevo
año, esperanza y alegría, armas chaplinianas para enfrentarse a la
vida y vencer así la desorientación que producen tantos
acontecimientos como tienen lugar en nuestra turbulenta sociedad.
No sé sinceramente
cómo respondería Chaplin a esta loca realidad actual, me gustaría
pensar que seguiría fiel a las herramientas que empleó en sus
películas: la bondad, la ternura y una suerte de inocencia que,
lejos de ser ridículas, son un acto de rebeldía y firmeza frente a
tanta vanidad y a ese estúpido deseo del ser humano de ser lo que no
es.
El mundo de la
infancia, el trabajo, el amor, el sueño americano, los
totalitarismos, la fragilidad del hombre y su decrepitud final. Todo
esto es la vida y todo está en el cine de Charles Chaplin.
Acostumbrados como estamos a un cine lleno de efectismos y
distracciones, volver a colocarse ante la pantalla en blanco y negro
y el silencio, un silencio ya eterno, de su cine, es comprender
realmente el valor del cine como medio de expresión artística, pero
también como vínculo con la realidad de su momento como ningún
otro arte ha sido capaz de lograr a lo largo de la historia. Los ojos
de Chaplin son siempre los ojos del espectador que, ante estas
imágenes, retrocede en el tiempo y hace de las virtudes del clown el
único escudo para protegernos ante la intemperie. Es entonces cuando
comer unas botas hervidas no es algo tan grave, o cuando recoger una
flor del suelo para devolvérsela a su vendedora es un acto
trascendental. Una poesía que permite tomar distancia con la
realidad, sortear sus golpes y volcarse en el gag como parálisis de
la sociedad ante la esencia del individuo que reacciona ante ella
fragmentando su propio tiempo y convirtiendo a la risa en una
insurrección frente a las normas, a lo cotidiano y a la tiranía
planificada por unos tiempos que cada vez parecen más ajenos a
nosotros mismos.
Quizás no sea mala
idea a la hora de cambiar de año y antes de dar ese salto en el
vacío el revisar alguno de los títulos de Charles Chaplin. Desde
sus iniciales cortos a ‘Candilejas’, de su mano uno se arrima a
aquello que más conmueve del ser humano, a una esencia que poco a
poco hemos ido perdiendo y que desde hace cuarenta años dejó de
estar presente entre nosotros, pero que el actor y director ya se
había encargado de encapsular en sus películas para que, con bombín
y bastón, seamos capaces de seguir siendo felices, porque pese a
quien pese ¡Nos las arreglaremos!
Publicado en Diario de Pontevedra/El Progreso de Lugo 27/12/2018