[Ramonismo 182]
'Los muebles del mundo’ reúne una colección de relatos que resumen dos décadas de un maestro de este género
Hay siempre en la escritura de Ricardo Menéndez Salmón un punto de fricción con el lector, una yesca a punto de la ignición. Cada libro de este escritor gijonés pone a prueba ese momento de combustión, desde la novela o el relato breve, durante las últimas décadas su escritura es una de las más interesantes de nuestras letras, logrando no solo diferentes premios, sino un reconocimiento unánime ante esa manera de narrar tan determinada.
Esa forma de escribir adquiere en el relato breve una condensación formal y temática que en ‘Los muebles del mundo’ (Seix Barral) muestra toda su capacidad de impactar en el lector, de sujetarlo por la solapa y levantarlo unos centímetros del suelo, tal es su capacidad de penetración en quien se adentra en su palabra, en ese carácter lenitivo del lenguaje ante el que, como bien afirma en el prólogo el autor, el mundo se empeña en su obstinada dirección de autodestrucción en ajusticiar. Cada uno de estos textos nos conducen a tiempos, geografías, protagonistas diferentes, pero todos ellos se convocan ante una especie de llamarada, ese fuego que todo narrador primitivo necesita para convocar la fascinación por el hecho de narrar, materializar el dogma de contar y activar la pasión de abrazar al otro desde la palabra. Esa triple alianza es la que gestiona como pocos Ricardo Menéndez Salmón, proyectando en el lector todo un universo de sombras sobre las paredes de una caverna a la que nos convoca para romper esa oscuridad cada vez más densa en todo devenir humano.
‘Los muebles del mundo’ es un libro sobre la identidad humana, o, como él mismo escribe, sobre la «extraordinaria rareza de la vida de los hombres». Hombres y mujeres que desfilan ante nosotros en un estremecedor itinerario por lo que puede suponer el alma humana con todas sus aristas, desde su violencias hasta su caricias, desde sus tinieblas hasta su luminosidad, desde su desconfianza hasta sus certezas... términos contradictorios de los que realmente surge todo lo que suena a vida, una dialéctica de contrarios que es lo que acciona una dinámica existencial que justifica presencias al tiempo que permite al escritor, o mejor dicho al creador, acceder a ese desfiladero desde el que poder ensanchar nuestra mente y, por lo tanto, nuestra percepción de la realidad. «Nada de cuanto hay en el mundo existe por sí solo. El secreto de la vida radica en la necesidad de los contrarios», escribe Ricardo Menéndez Salmón, quien hace de esa necesidad el beatífico tintero desde el que armar su escritura. Ahí es donde encuentra el asturiano una grieta para que entre ese aire cálido preciso para gestionar una ficción que quizás no lo sea tanto, ya que por este viaje al fin de la noche, asoman numerosos protagonistas de tiempos pretéritos, escritores, pensadores, pintores... demiurgos de una capacidad de sintetizar la realidad desde su actividad creativa, quizás, entendida ya como el único interruptor posible para que emerja la luz alrededor de la que revolotear todos nosotros como polillas.
Encontrar esa luz es una de las grandes virtudes de esta escritura capacitada, en un determinado momento, para lograr el viraje preciso y que todo retumbe en nuestro interior. Un seísmo que se logra desde esa palabra que Ricardo Menéndez Salmón se empeña en honrar de una manera desaforada, a través de una variada terminología que no se avergüenza de sus posibilidades, encontrándonos con términos que, como un faro en medio de la noche, proyectan un haz de luz como un pasadizo que lo explica todo. De ahí que sus palabras actúen como detonaciones controladas en todo este territorio, conformado, texto tras texto y sobre las que él mismo reflexiona cuando en uno de los relatos habla de «palabras que luchan por estar fuera de los márgenes», y es que la constricción que provocan esos límites es contra lo que atenta, finalmente, todo el discurso de Ricardo Menéndez Salmón, tal y como lo lleva haciendo desde libros tan deslumbrantes como su ‘Trilogía del Mal’, ‘El Corrector’ o ‘La luz es más antigua que el amor’, por citar tres títulos emblemáticos en una trayectoria en la que no deja de apilar combustible para que el fuego no deje de crepitar.
Con estos relatos clausura su actividad en un género donde quizás ya todo esté explorado, pudiendo encontrar más cavernas en la novela y sus paredes desde las que escrutar nuestra identidad
Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 23/12/2023