luns, 31 de outubro de 2022

Una luz negociada

 

[Ramonismo 128]

'Un año y tres meses’ nos coloca ante el desgarro, pero también ante la complicidad de una existencia compartida



ELLOS tenían el amor, y también las palabras. Un refugio eterno para balizar una historia en común y, tras la «miserable muerte», un bálsamo para aplacar el dolor. Luis García Montero convierte su último libro de poemas, ‘Un año y tres meses’, en el cuaderno de bitácora de la desolación, en un horizonte roto que, sin embargo, le concede el más firme de los sentidos a todo lo vivido. Una vida que se traduce en la conquista de un amor que muchos nunca alcanzarán jamás, pero que Luis García Montero y Almudena Grandes convirtieron en ese completamente viernes que supuso una relación que, a partir de la irrupción del amor, fue conquistando numerosos puertos: los de la familia, los de las amistades, los de la escritura, los del compromiso cívico, los de la ejemplaridad en la defensa del ser humano ante las injusticias y el de la lucha por esa quimera irrenunciable que es la de alentar en la ciudadanía el espíritu crítico que da sentido a esa palabra: ciudadanía.

Ese horizonte que hacía enfermar a nuestro poeta Manuel Antonio es el que asoma en el primer poema de este itinerario de versos acodados en el desamparo, en el camino compartido que no ofrecía más que una salida a la que era imposible mirar a los ojos a riesgo de convertirse en estatuas. Ambos iniciaron una travesía allá donde nadie quiere ir, hacia un mar de tinieblas lleno de embestidas y miedos. Un naufragio que cabía en una mirada, en dos manos que se unen o en un diálogo que hace de lo pasado una existencia compartida que frena cualquier tempestad. Es esa «luz negociada» que en la intimidad del dormitorio permite la lectura, porque el amor también es eso, la cesión de lo que ilumina al compañero, el despejar la oscuridad para lo propio, el no sentirse cegado por el deseo del otro. La pena, el crujir de dientes y el puño cerrado es que esa luz se haya apagado.

Un año y tres meses’, se convierte en un diario de lo que un diagnóstico de un cáncer jodido puso sobre la mesa como un terremoto que hizo saltar todas las piezas de la partida, estableciendo una pelea que duró, justamente esa acotación temporal, tan finita como eterna. Así fue como las habitaciones de hospital, los vómitos y las pelucas mudaban todo un paisaje físico impulsando en el poeta la necesidad de contar lo vivido, de hacer de ese tintero del dolor un alivio para el alma en forma de escritura, en forma de palabras, siempre las palabras, y la confirmación de aquello que tantas veces le hemos oído a Luis García Montero sobre la poesía, que no es más que un ajuste de cuentas con la realidad. En esta ocasión el enemigo era demasiado poderoso emponzoñándolo todo con su veneno de crueldad y envolviendo cualquier esperanza bajo sus alas negras, lo que hizo de ese periodo de tiempo un tortuoso descenso a los infiernos en el que, sin embargo, Luis García Montero, nos deja el alumbramiento de una felicidad inesperada, como lo era aquella de la que le había hablado su gran amigo y poeta Joan Margarit que, ante un abismo similar, entendió esos últimos meses como los más felices de su vida, ya despojado de pesadas, y tantas veces estúpidas cargas, haciendo de su entorno el mejor amparo. En el caso del director del Instituto Cervantes esa percepción surge del cuidado de quien se ama, del volcarse con el otro, de las conversaciones donde descifrar lo amado, en definitiva, en recuperar lo compartido como un resumen que aplaca cualquier oleaje y hace de cada mirada entre la pareja un firme ejercicio de amor a la vida.

Las tres partes del poemario nos llevan por la enfermedad, la pérdida y un poema que, como epílogo, asume lo que se ha vivido a lo largo de ese año y tres meses a partir del cual ya todo ha sido diferente, y no siempre malo, ya que si algo puede mitigar el desgarro de la pérdida, aunque sea de manera mínima, es la respuesta del anonimato, de miles de lectores que, desde el primer momento del trance, han hecho de sus actos un devocionario hacia quien tanto les había regalado a todos ellos través de sus libros, de esos textos tantas veces anclados en la resistencia o, como escribe el poeta, «la razón del viento» de sus novelas.

La resistencia’ es el título de uno de esos poemas que son puro estremecimiento, como cada uno de los que lo acompañan desde la enorme dignidad de quien los escribe, en un difícil ejercicio para no caer en eso que le sienta siempre tan mal a la poesía como la sensiblería o el exceso. Aquí todo se vuelve real, esa cercanía a situaciones, relaciones con otras personas u objetos de la vida cotidiana le conceden esa pátina experiencial que humaniza todo lo que se guarda en este libro tan bellamente editado por Tusquets en su colección de poesía, en ese mismo sello que acogió a Almudena Grandes y a ese viento suyo que tan bien nos hacía a todos.

Ahora el viento es brisa. Una caricia que nos llega a los lectores para comprobar la bondad de la poesía para transitar por territorios tan complicados como los del dolor, para hacer de su palabra y hasta de sus silencios el escenario más dotado para reconocer la perplejidad del ser humano ante la ausencia. «Nunca tuvimos fe/pero teníamos palabras», escribe Luis García Montero, y son esas palabras las que ahora nos hacen compañía, las que intentan convertir la poesía es un deambular entre el desconcierto pero también entre la sobriedad de quien asume la realidad como parte de esa partida en la que poco a poco las piezas irán recuperando posiciones, aunque todos sepamos que «uno de los dos muertos debe seguir en pie».

Un año y tres meses’ es emoción, pero sobre todo es un canto al amor compartido, al tiempo que, como un tesoro incólume, hace de su brillo la revelación de que «la muerte es miserable, miserable, la muerte es miserable».



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 8/10/2022


xoves, 20 de outubro de 2022

Fascinación por lo real

[Ramonismo 127]

José Ovejero crea una serie de relatos para trazar su senda vital desde la infancia y bajo el firme empeño de ser escritor


TODO libro que husmea en el interior de un escritor tiene algo de pellizco, de adentrarse en espacios complejos. Asomarse a ellos muchas veces supone afrontar sombras que, junto con las siempre presentes luces, conforman lo que un autor es, y, observando con atención, sirven para explicar su visión alrededor del mundo y su posterior traslación a lo literario. José Ovejero hila una serie de relatos que bajo el título de ‘Mientras estamos muertos’, editado por Páginas de Espuma, hacen de ese pellizco un estremecimiento, el que cada vez más logra llegar un escritor en estado de gracia. José Ovejero ha convertido sus últimos libros en una corriente narrativa de alta tensión que arrastra al lector a ese universo construido línea a línea, párrafo a párrafo y, en este caso, aliento tras aliento.

Algo similar nos ocurrió con su anterior libro, ‘Humo’, en el que la aspereza y las relaciones humanas estaban muy presentes, y ahora, gracias a ese asomarse a lo íntimo, a lo vivido en primera persona, se incrementa esa capacidad de José Ovejero por mostrarnos eso que él mismo define como la «fascinación por la realidad», y que entiende es su germen o el impulso para convertirse en escritor.

Este retrato familiar nos envuelve desde el primer momento, pasando a ser cómplices de ese relato como unos habitantes más de un tiempo, el del tardofranquismo español, en el que las familias de una determinada clase social no eran muy diferentes en Madrid o en Galicia. Todo ese microcosmos que emerge del contexto de una familia en el que vecinos, parientes o compañeros de colegio tejen toda una serie de vínculos fundamentales en la infancia y adolescencia y que, vistos con la distancia del tiempo transcurrido, se convierten en estampas de una vida que José Ovejero no recrea con condescendencia o desde una mitología familiar nostálgica o almibarada, sino que desde esa vivienda de Vallecas la existencia se veía y, por supuesto, se sentía de una manera muy determinada, por alguien que se empeñó en ser escritor y no defraudar con esa decisión a su familia.

Ese «esfuerzo por llegar», como él mismo escribe, va calibrando la mirada del niño que en su proceso de crecimiento observa la realidad de una manera muy diferente en cada periodo vital, toda una lección sobre lo que significa aprender a mirar y, al tiempo, aprender a vivir, con lo que ello supone de cambio en nosotros mismos y de cómo nos relacionamos con ese pasado que entendemos como un tiempo pretérito y superado pero que anida en nuestro interior rebelándose en determinados momentos.

Esa aspereza que apuntaba anteriormente crea una atmósfera turbia que se disuelve en cuanto José Ovejero habla de su amor por E. y de los numerosos motivos que le llevan a acordarse de ella, a generar, desde este presente, un altavoz de una felicidad inesperada, pero que aquí permite despejar todas esas voces del pasado que en demasiadas ocasiones han sometido al autor a una oscuridad que solo el amor parece poder horadar. Un capítulo hermoso que resplandece como una llama entre ese recorrido vital lleno de recovecos, de lo que, al fin y al cabo, supone aprender a vivir, y donde también hay tiempo para el humor, como el brillante texto sobre la compra y la necesidad o no de unas caras botas, o también una versión B sobre el entierro de su padre, así como para la emocionante delicadeza de hacer una fotografía a ese padre en su tiempo final.

Mientras estamos muertos’ nos permite, por lo tanto, olisquear el hábitat humano de José Ovejero, encontrando no pocas claves de lo que significa su manera de ser escritor. Él mismo argumenta muchas de ellas a lo largo de los diferentes capítulos en los que nos ofrece sus opiniones sobre el mundo literario, ese al que ha llegado esta voz surgida de Vallecas para, a partir de ese contexto, sacudirse muchas incertezas hasta el momento en el que se alcanza la fuerza suficiente para colocarse ante el espejo o los espejos que nos van poniendo delante a medida que nos hacemos mayores. El escritor, bendito él, posee el don de poder convertir en palabras el resultado de esa visión, y solo algunos tienen la valentía de convertirla en lectura para que el lector no solo disfrute de esa posibilidad, sino que se entienda mejor aquello que construye el interior de un autor.

José Ovejero nos sitúa en el centro de esa galería de espejos en los que él mismo se ha visto reflejado para, desde lo autobiográfico, lo real y quien sabe si también lo imaginado, proponernos una historia individual, pero que se expande por un contexto social y físico del que todos somos parte. 

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 1/10/2022 

 

domingo, 16 de outubro de 2022

Tres mujeres

 

[Ramonismo 126]

Lara Moreno concibe un excelente texto desde el que mostrar tres perspectivas de la vida de la mujer en la sociedad



OLIVA, Damaris y Horía, son los nombres de tres mujeres. Las tres protagonistas de la novela de Lara Moreno, ‘La ciudad’, que, bajo la edición de Lumen, nos ofrece un extraordinario relato sobre tres vidas que coinciden en un edificio de viviendas en el madrileño barrio de La Latina. Un ecosistema urbano que se condensa en esos pisos y escaleras desde donde se puede observar cómo nuestra sociedad todavía deja mucho que desear en cuanto al tratamiento que ofrece a determinadas realidades de la mujer, cuando se encuentra en diferentes situaciones límite.

Abismos frente a los que te coloca la vida de la manera más inesperada en ocasiones, aunque en otras, esa situación surge en base a una especie de cocción lenta de diferentes ingredientes personales y colectivos que llegan a un punto en el que, como en una olla a presión, todo salta por los aires. Una situación de malos tratos en la pareja, y la vida de dos inmigrantes con diferentes procedencias, colombiana y marroquí, respectivamente, generan una suerte de líneas paralelas que, por la vida en la ciudad, se entrecruzan ante la mirada inconsciente de sus protagonistas y de un lector que rápidamente se suma a querer conocer el destino de estas tres mujeres y cómo se enfrentan a esas situaciones, condicionadas por un entorno rara vez comprensivo con ellas, y que hace del anonimato de la masa una suerte de dique de contención que no entiende de solidaridades o afectos, mientras la vida de la ciudad no se detiene.

Hablaba anteriormente de miradas que se cruzan y si algo llama la atención en este libro son las miradas que brotan de cada una de sus protagonistas. Miradas hacia su situación, pero también las miradas que ellas mismas dirigen a esa sociedad ausente en su sentido cooperativo y, finalmente, las miradas que todas ellas sienten de ese colectivo hacia su situación. Una mirada de indefensión, de vergüenza, cuando no de miedo ante el desvelo de su intimidad. Capítulo a capítulo el círculo se va estrechando en torno a cada una de ellas, la sensación de asfixia se hará mayor hasta el desenlace final. A todo ello ayuda la escritura de esta autora sevillana de frases cortas que sintetizan lo esencial y eliminan lo que sobra, dejándonos ante una literatura esencial, que retrata de manera abrupta pero necesaria esa hibridación de lo íntimo y personal con lo colectivo, y que nos muestra un amplio abanico de realidades vinculadas con la violencia que esta sociedad de manera más o menos descarada ejerce sobre la mujer y que va desde la violencia de género, hasta la laboral con un trabajo de corte esclavista en territorios agrícolas del sur, la separación de los hijos, la dificultad para encontrar vivienda de las extranjeras, la economía sumergida o el acceso a la sanidad. En definitiva, la evidencia de que todavía hay muchas fisuras en nuestra sociedad que, como un bloque de viviendas, acoge diferentes realidades, muchas de ellas próximas entre sí, aunque separadas por una simple puerta cerrada o una ventana entreabierta. Tras ellas no pocas veces se esconden frágiles vidas a punto de ser derrotadas por quienes ejercen diferentes tipos de violencias ancladas en lo más profundo de una sociedad en la que todavía queda mucho por hacer, por orear esos espacios llenos de una herrumbre que no solo destroza lo particular sino que evidencia la falla del grupo.

Lara Moreno logra articular un relato admirable en su fondo, pero también en una forma que muestra su potencial literario al integrar en un mismo pasillo tres realidades alejadas entre ellas, pero que unidas generan un poderoso retrato de tres mujeres que no paran de luchar para hacer de cada una de sus vidas no solo un acto de amor y sacrificio hacia los demás, olvidándose de su propia libertad, sino un acto de resistencia ante el olvido colectivo, ante la tensa relación con una sociedad en la que nunca, y estando tan intensamente conectados, nos sentimos dolorosamente aislados.

Esa dialéctica entre el exterior y el interior se acrecienta gracias a la conquista que la escritura de Lara Moreno realiza de lo físico, desde la recreación de acciones cotidianas en nuestras viviendas, de los objetos que manejamos cada día, de nuestros movimientos, en apariencia irrelevantes, pero que, como en su poesía, son el rastro de una vida, en este caso el rastro de tres mujeres.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 24/09/2022


martes, 11 de outubro de 2022

Aguanta, corazón

[Ramonismo 125]

La nueva novela de Susana Fortes se llena de misterio para llevarnos hasta la infancia y la memoria que somos



La infancia queda en cada uno de nosotros como uno de esos firmes anclajes que nos amparan ante los temporales de la vida. Un territorio mítico que muchas veces no es tan luminoso como todo ser humano se merece y en el que las sombras, cuando se producen, son tan alargadas que marcarán, durante el resto de nuestra existencia, esa travesía homérica en que se convierte toda existencia.

Es en el canto XX de la Odisea cuando la diosa Atenea susurra al oído de su protagonista, Odiseo, aquello de ‘Aguanta, corazón’, ante el estupor frente a la pérdida de los suyos y como manera de resistir ante lo queda de recorrido. Un gesto de humanidad que llena de fuerza al héroe ante las muchas oscuridades que le comienzan a rodear de manera amenazadora. A ese susurro también se aferra Susana Fortes a la hora de impulsar a la protagonista de su nueva novela, ‘Nada que perder’ (Editorial Planeta), en la que Blanca regresa, no solo a una geografía muy determinada, la del Baixo Miño, sino a un pasado, el de su infancia, en el que se vio envuelta en un suceso trágico, como fue la desaparición de dos de sus amigos de aventuras mientras ella aparecía en un canasto, sana y salva, unas horas después. El descubrimiento de los restos óseos de dichos niños veinticinco años después en el castro de Santa Tecla, así como la labor de un periodista que busca encontrar respuestas a aquel caso, provocan el regreso de Blanca, todavía con mucho de niña, todavía con muchas deudas que saldar con un pasado que marca su personalidad y cada una de las singladuras tanto profesionales como personales por las que le ha llevado la existencia.

Cuando aquel verano se rompió un telón de silencio cubrió esos hechos y la comunidad de vecinos y familiares en los que se produjeron maquinaron, casi de manera refleja, todo un caparazón inaccesible para que la luz de la verdad ilumine los acontecimientos, señale a los culpables y, sobre todo, le conceda sosiego y calma a los que de manera íntima se vieron afectados por aquellas dos precoces muertes. Con este trasfondo y las capacidades ya más que demostradas de Susana Fortes para armar este tipo de historias desarrolladas en títulos anteriores como ‘Quattrocento’ o ‘La huella del hereje’, la autora rápidamente nos envuelve en una trama perfectamente construida en base a su destreza para configurar personajes y, sobre todo, para convertir diferentes escenarios en reales, aproximándolos al lector de una manera cómplice. Uno duda poco de que aquella niña, con sus juegos infantiles, con los objetos que manejaba en su infancia, con sus pinturas y cuadernos, con sus juguetes y lecturas adolescentes, no esté muy alejada de la Susana Fortes niña, del mismo modo que las andanzas del periodista cómplice con Blanca, bebe del clan familiar, maná inagotable que también nutre esas historias rurales de Galicia que, como en este caso, se acodan en las márgenes de un río con lo que eso tiene de especificidad, de territorio fronterizo, de recovecos físicos que, como en la vida, deparan sorpresas.

Pero bajo ese mcguffin de la resolución de un misterio, Susana Fortes apuesta por algo mucho más intenso, por la fortaleza de la novela que transcurre más allá de episodios vinculados a la Guerra Civil o al narcotráfico, sino que convierte esa abrupta infancia en un espacio dialéctico con el universo de los adultos. Como aquellos niños de películas como ‘La noche del cazador’ o ‘Matar a un ruiseñor’ el aprendizaje del mundo de los mayores no siempre es sencillo y, en ocasiones, el miedo, el dolor o simplemente el terror, inundan para siempre lo que debería ser un ámbito de felicidad permanente, de gozo continuo y de exploración de la vida.

Nada que perder’ se convierte así en una excelente novela sobre cómo el tiempo encapsula ciertas verdades, cómo los ojos de un niño o una niña ven de manera muy diferente con doce años que cuando la mirada se va endureciendo y las almas se van agrietando, en definitiva, Susana Fortes establece otra de esas geografías vitales a las que nos acostumbra desde su literatura. Textos llenos de destellos que la vida ha ido dejando en ella misma y que flanquean un argumento que huye, como hacen tantos de manera simplona, de estereotipos gallegos para rodear un argumento asentado en Galicia pero de raíz universal.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 17/09/2022 

domingo, 9 de outubro de 2022

¿Qué es la cultura?

 

[Ramonismo 124]

'En el vientre de la ballena' es una atalaya desde la que observar el inabarcable paisaje que supone la cultura



¡POR allí resopla! gritaba la tripulación del Pequod cada vez que asomaba por el horizonte marino el lomo de aquella ballena blanca, al tiempo que le hervía la sangre al capitán Ahab preparado para cumplir su venganza de atrapar aquel animal que lo había marcado para el resto de su vida. De manera parecida, y partiendo de una imagen tan poderosa como la de una ballena surgida del inconsciente de Diego Moldes mientras leía un texto del gran e inolvidable George Steiner, el autor pontevedrés se afana por capturar a ese gigantesco cachalote que forma parte de nuestra sociedad, como es el de la cultura, intentando responder a una pregunta: ¿Qué es la cultura?, que detona en el interior del libro proyectándose en infinitas direcciones a la búsqueda de poder arponear toda una serie de respuestas que no hacen más que poner en valor lo que significa el hecho cultural en la configuración y evolución del ser humano.

Profundo conocedor de esas inmensas ramificaciones que desde la noche de los tiempos significan a la cultura como un elemento imprescindible en el devenir humano, Diego Moldes nos presenta un vastísimo y documentado trabajo en el que, como él mismo admite de manera lúcida: «Lo más valioso de mi libro es lo que yo no he escrito», y es que junto a sus aportaciones personales, que las hay y bien interesantes, ‘En el vientre de la ballena’ (Galaxia Gutenberg), se convierte en una venturosa travesía alrededor de las opiniones de numerosos nombres que son referentes culturales de nuestro momento y que responden a dos cuestiones que vertebran todo el ensayo. Y estas son la ya referida búsqueda de una definición de cultura y en qué se asemeja y diferencia la cultura del siglo XXI de la cultura del siglo XX. Respuestas que se van amalgamando con todo ese horizonte generado por la cultura desde sus diferentes posibilidades y géneros, que Diego Moldes nos permite observar como si estuviésemos a bordo del ballenero creado por Melville para ser conscientes de las posibilidades del ser humano y cómo cuándo nos lo proponemos no somos esa especie que cada vez más semeja fracasada en su capacidad de mejora. Si algo permite la cultura es sembrar preguntas y respuestas, dudas que, como un catalizador, activan la inquietud de los autores para alentar ese hecho central del texto como es la creación.

Unas creaciones que son las que se manejan como referentes, como acompañantes en el cabotaje de Diego Moldes por un sinfín de océanos imposibles de reconocer al completo, pero en los que nuestro intrépido capitán selecciona una serie de hitos que han ido conformándonos a lo largo de los siglos hasta llegar a nuestro tiempo, quizás el más convulso o quizás no, ya que demasiadas veces entendemos cada uno de los tiempos presentes como único e irrepetible, cuando, precisamente este libro, genera toda una serie de encadenamientos a través de procesos creativos que se alimentan a lo largo del tiempo, uniformizando esa línea temporal. Todos esos sedimentos de lo que somos son los que al ser descubiertos permiten al autor enfrentarse al interminable debate alrededor de lo creativo, del sentido lúdico del creador, de la distinción entre alta y baja cultura, a la modernidad líquida de nuestro presente, al desafío digital, al canon cultural, a las diferentes formas de lo que puede entenderse como cultura... es decir, todo un inmenso espacio de pensamiento y discusión, pero este es, a mi modo de ver, el gran éxito de este libro, el lograr parar el tiempo, el encerrarnos en esa singladura para propiciar nuestra reflexión en un momento marcado por una sobrecarga de estímulos que logra que todo sea más liviano y etéreo, convirtiendo en destacable una de las frases iniciales de este libro tomada de Montaigne, cuyo comienzo es el siguiente: «No estamos nunca concentrados en nosotros mismos...». El autor francés la escribió muy lejos de nuestro entramado visual, pero una vez más pone ante nuestros ojos la permanente necesidad del ser humano por observar su interior, por convertirse en un ser  capaz de reflexionar sobre sí mismo y sobre su entorno, para lo que la cultura es el mejor bote al que subirse. Diego Moldes logra encerrarnos en un buque literario para enfrentarnos a un rastro cultural sin el que el ser humano sería muy diferente, y, si me lo permiten, bastante menos humano.

 

 

Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 10/09/2022