venres, 26 de maio de 2023

Cuentos y mariposas

 

[Ramonismo 153]

'Solo humo’ ofrece, de nuevo, un Juan José Millás que disuelve las tenues fronteras entre lo real y la imaginación



La página de un libro es, sin duda, una de las puertas de acceso más firmes hacia el universo de la imaginación. Un umbral al que Juan José Millás gusta llevarnos una y otra vez a través de sus columnas, libros o comentarios radiofónicos, en los que no pocas veces, y de manera siempre inspiradora para quienes estamos al otro lado, difumina nuestra realidad a través de las posibilidades que la cotidianidad nos puede permitir, siendo, en numerosas ocasiones, algo completamente inesperado.

En esta oportunidad será con su última novela, ‘Solo humo’ (Alfaguara), desde la que el autor propone una profunda reflexión sobre cómo la literatura y un libro, en este caso un conjunto de cuentos de los Hermanos Grimm, puede abrir esas puertas cara territorios imprevisibles, en los que la fantasía se enfrenta a una realidad que queda fuera de esas páginas y que a lo largo de esta novela Juan José Millás no deja de contraponer. Para ello nos cuenta la historia de Carlos, un joven que, tras conocer la muerte de su padre, y después de hacerse cargo del piso de éste, descubre como el último libro que su padre estaba leyendo cuando falleció le permite abrir todo un itinerario de descubrimientos que se desdoblan en esas dos geografías. Una, la planteada por ese piso, con una singular relación con su vecina, y todo lo que se encierra en él, y que pocos como Juan José Millás saben describir a través de presencias, ausencias, sensaciones u objetos; y otra, la del interior de esos relatos en los que las páginas que contienen todo ese universo dirigido a los más pequeños se va a convertir en una manera de transformar y entender, de manera muy diferente, lo que sucede en la vida real.

Se va a mover, por lo tanto, el autor entre lo qué es imaginario y lo qué es real, estableciendo una permanente tensión en la que el protagonista va a intentar solucionar varias preguntas que surgen tras el fallecimiento de ese padre que se había mostrado ajeno a su hijo. A partir de esas dudas se activa una acción en la que te ves inmerso como lector para acompañar a Carlos en ese esclarecer dudas y hacerlo siempre, con un pie en cada una de esas dos mitades del libro por la que va transitando siempre la narración y que Juan José Millás maneja de manera magistral, hasta el punto de confundirnos a nosotros mismos sobre en qué lado nos encontramos mientras leemos.

Un proceso de lectura que al tiempo que nos cuenta una historia también nos deja toda una serie de propuestas sobre el acto de leer como responsabilidad, los cuentos como representaciones de la vida, incluso con su buena dosis de atrocidades, pese a estar enfocados al mundo infantil, y cómo los libros nos permiten conocer aquello que hay en las personas y que desconocemos.

Finalmente el relato, a medida que pasan las páginas, se va convirtiendo también en unos de esos textos que la literatura ha creado para los estados de crecimiento del ser humano. Como si un cuento de los hermanos Grimm se fuese adaptando a un cuento de Juan José Millás. Todo en su interior va madurando hasta el desenlace final, y todo, a través de ir incorporando diferentes capas a la narración, convirtiéndose en algo mucho más complejo de lo que podíamos pensar a priori. Tal y como acontece con esos relatos infantiles que, deteniéndose en ellos, esconden en su interior toda una serie de espacios profundos y recónditos, propios del alma humana, pero que la literatura es quién de escarbar poner ante nosotros aunque se endulcen más que como un engaño como una trampa para caer en ellos.

Como trampas también son aquellas en las que nos va haciendo caer el escritor valenciano para atraparnos en su mundo, en ese lado de la realidad que tantas veces bajo la ducha dudamos de donde se encuentra o del mismo modo a cuando nos planteamos preguntas y dudas que van contra el desarrollo normal de unas vidas que pueden cambiar su destino de manera sustancial en apenas unos segundos, marcados por un mundo lleno de casualidades y coincidencias que tienen mucho más que ver con nosotros de lo que pensamos.

Un libro sobre una mesilla de noche se puede convertir en todo un catalizador desde el que asomarnos a esos dos lados de nuestras vidas que unas personas mezclan de una u otra manera, con mayor o menor atención y concediéndole más o menos importancia a la realidad o a la fantasía, pero lo que es indudable es que quien atraviesa ese pórtico ya es incapaz de echarse atrás y necesita forjar ese equilibrio que hombres y mujeres ha ido armando desde los primeros tiempos, cuando una sombra se perfilaba en el interior de una cueva ante la eterna perplejidad del ser humano.


Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 29/04/2023

martes, 23 de maio de 2023

Voces de una estirpe

 

[Ramonismo 152]

Tras la muerte las ausencias nos acompañan como un coro de voces a través del cual Elvira Navarro hila su novela



CADA vez se hace más complicado encontrar relatos que te sorprendan, textos que te conmueven y en los que reconozcas que hay un intento por adentrarse en nuevos caminos o, por lo menos, por proponer lecturas diferentes a las habituales. ‘Las voces de Adriana’ (Random House), vuelve a situar a Elvira Navarro en esa posibilidad que ya conocíamos a lo largo de su trayectoria literaria, la de la búsqueda, la de explorar un territorio en el que contar, aunque sea algo ya narrado, como sucede con los grandes temas de la humanidad,  cualquier situación de una manera que se aferre al lector, que le lleve a pensar sobre el porqué de plantear una historia de una determinada forma sobre la que seguir pensando, incluso días después de haber cerrado el libro.

Esta nueva novela, por lo tanto, viene a sumarse a títulos bajo este mismo sello editorial, como ‘La isla de los conejos’ o ‘La trabajadora’, en los que Elvira Navarro nos ubica de igual manera ante ese tipo de escritos sumamente arriesgados pero que, tras su lectura, se convierten en esos relatos con los que el lector disfruta al verse interpelado como parte activa del texto e incluso como parte de la propuesta. En ‘Las voces de Adriana’ su autora se convierte en el eco de las voces de una estirpe, palabras que quedaron suspendidas en su entorno, tanto en lo íntimo como en lo físico, y desde las que ella misma busca entender toda esa genealogía que la conforma.

Dividida en tres partes: el padre, la casa y las voces, cada una de ellas se muestra como una singularidad, como la posibilidad de convertir esos distintos territorios en la gestión de los diferentes tiempos de pérdidas y desencuentros, ofreciendo cada uno de ellos una suerte de radiografía de lo vivido que, en muchos casos, se superpondrán unas con otras para componer el retrato completo de lo sucedido. La profunda reflexión sobre el duelo convive también con otro tipo de pensamientos alrededor de las nuevas disposiciones tecnológicas, las redes sociales y cómo eso ha venido en muchas ocasiones a sustituir un contacto físico o una manera de relacionarse que nos habla de un tiempo en extinción. Y es que esta novela creo que tiene mucho de eso, de la pérdida, sin duda individual, pero también colectiva, es decir de una época que llega a su final mientras convive con el inicio de otra en la que la piel, lo físico, parecen verse superados por otro tipo de identidades cuyas consecuencias quizás aún no estemos preparados para enunciar en todos sus extremos.

Elvira Navarro no rehuye la tensión, el indagar en ese pasado con una profunda huella femenina que desde las figuras de la abuela y la madre, así como todo su contexto vital, se posicionan frente a la escritora como el reconocimiento de una identidad a la que es necesario mirar a los ojos, aunque esa observación nos conduzca a agitar fantasmas, espectros que todavía hoy imaginamos revolotean alrededor de quien los invoca para darle forma a un texto tan complejo de establecer. En él confluyen también toda una serie de tensiones que nos podemos encontrar cualquiera de nosotros en nuestro contexto familiar, sobre todo cuando el tiempo se va limitando para aquellos que nos acompañan y que en nuestra mano está cuidar y entender: soledad, dependencia, cuidados, miedos, inseguridades... se van colmatando alrededor de nuestras vidas y no siempre son sencillas de rastrear desde uno mismo. Ejerce aquí, por lo tanto, la literatura una de sus virtudes, la de poner ante nosotros toda una serie de huellas de lo humano sobre las que medir nuestras propias pisadas. Relatos que parecen individuales, propios, pero que se abren a una sociedad con todavía muchas taras en ese tipo de situaciones y de relaciones entre las personas.

Todas esas voces hablan de sus protagonistas, pero también lo hacen de todos nosotros, y de cómo la literatura puede abarcar ese ámbito de lo contradictorio. «El sentido de la literatura es lo que me han enseñado que es el sentido, con sus correspondientes negaciones. Cada cosa contiene a su contrario», leemos en una de las páginas del libro, y en ese ámbito de lo contradictorio es donde se define este libro que habla de seres humanos, que es lo mismo que hacerlo de contradicciones y donde la mejor manera de resolverlas o cuando menos, de intentar apaciguarlas, es mirar hacia el contexto en el que hemos crecido y nos hemos formado. Elvira Navarro lo hace de manera firme, brillante en forma y fondo y así esas voces llegan a nosotros para ser no sólo las voces de Adriana sino las voces de cada uno de nosotros.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 22/04/2023

luns, 15 de maio de 2023

Sombras en el fuego

 

[Ramonismo 151]

'En la boca del lobo’, silencio y desamparo, reafirman la cada vez más firme trayectoria como narradora de Elvira Lindo



La literatura debe arder. Así es como los mejores libros tienen que lograr convertirse en una pira a la que arrojar todo aquello que acosa al ser humano como parte de un proceso de depuración de lo que la vida adhiere a nuestros años a través de las más diversas experiencias.

En la boca del lobo’ (Seix-Barral) tiene mucho de eso, encontrándonos un relato magníficamente construido, que se reconoce trabajado hasta la extenuación en su armazón y lenguaje, y en el que su autora, Elvira Lindo, crea una gran hoguera a la que nos obliga a mirar fijamente, de manera casi hipnótica, mientras en ella se consumen miedos y dudas, heridas y soledades, aprendizajes y violencias. Un mundo, por lo tanto, donde las llamas proyectan una serie de sombras que la escritora delimita de manera firme, a través de una serie de personajes que serán inolvidables para los lectores que se internen en este bosque inesperado e imprevisible, de silencios y desamparos, cautivador desde sus primeras páginas.

Es ese arranque, en el que conocemos a una madre y a su hija, el que nos va a dar las primeras claves de una relación que se irá tensando con el paso de las páginas y de unos años que, lejos de ser sosiego, se convierten en más aliento para ese fuego.
Son esos diálogos, esas conversaciones que plantean para ambas una suerte de huida que buscará bálsamo en la naturaleza (en un entorno rural que conoce bien la autora por motivos familiares) las primeras señales de la madurez que ha alcanzando Elvira Lindo como escritora en esta novela y que ya nos ha venido mostrando en sus dos excelentes títulos anteriores: ‘Noches sin dormir’ y ‘A corazón abierto’. Tanto aquel invierno de Nueva York, como ese retrato familiar, tan íntimo como comprometido con la escritura, confirman ese pulso firme, capaz de generar un poderoso texto en el que la propia Elvira Lindo parece haberse despojado de sus inseguridades para afrontar un relato centrado en las profundidades humanas. Ella, que no ha hecho más que dar vueltas alrededor de las personas, desde la literatura juvenil, el periodismo, la opinión o el cine, desde hace varios libros ha decidido sujetar bien fuerte las bridas desbocadas de la novela para proponernos todos estos relatos llenos de virtudes.

Valoraba los diálogos del libro, pero si algo me fascina de esta historia es cómo Elvira Lindo, a la que todos relacionados con ambientes urbanos, desde Madrid a Nueva York, nos integra en una novela donde la naturaleza es mucho más que un decorado, siendo un personaje más, o mejor dicho, un estado de ánimo que como tal es mutable y transformador de las personas. Protagonistas animales y vegetales, así como todo lo relacionado con la meteorología, no son solo un marco, sino que sus apariciones tienen mucho que ver con la trama y, sobre todo, con unos personajes que hacen de esa naturaleza un espacio en el que lograr una nueva confianza pero lo que se encuentran es todo un universo de miradas, rumores y acciones que convertirán sus vidas en algo muy distinto de lo que tenían pensado.

Esa tensión entre el hombre y la naturaleza es un magnífico contexto de una novela en la que Elvira Lindo explora tanto a la condición humana y a las diferentes relaciones que se establecen en ella, como a sí misma, al situar ese entorno de un pueblo rural en un ámbito que forma parte de ella misma, de su infancia y de la sensibilidad de una mujer en el tránsito vital al bosque de los adultos, que tiene mucho que ver con todo lo que sucede en esta narrativa que juega a ser una fábula o uno de esos cuentos clásicos en los que, normalmente, bajo sus capas se encuentran toda una serie de elementos que harían palidecer ese pretendido universo infantil. Elvira Lindo, al volver a ese territorio de su juventud, también explora su propia mirada de mujer adulta sobre una realidad que el tiempo ha ido sedimentando en ese territorio físico y humano, a buen seguro muy diferente del que se ha podido encontrar hoy en día.

Salgo de una conferencia de la gran Remedios Zafra en la que nos golpea con una frase de Kafka: «Si el libro que leemos no nos perturba, ¿para qué lo leemos?». Enseguida la vinculo a esta magnífica novela que leí hace ya unos días y que todavía me acompaña como una perturbación necesaria para seguir entendiendo aquello que somos y que lo que es tan complejo escribir y, sobre todo, hacerlo bien, como hace Elvira Lindo desde la misma boca del lobo.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 15/04/2023

luns, 24 de abril de 2023

Glamour cotidiano

 

[Ramonismo 150]

Aloma Rodríguez hace de su vida diaria un territorio literario lleno de virtudes y de afinidades con el lector



A POCO que nos detengamos a pensar en nuestro día a día nosotros mismos podemos darnos cuenta de que en esas aventuras diarias, familiares, profesionales, en definitiva, vitales, hay materia más que suficiente para armar un relato literario. Aloma Rodríguez no se ha cortado y ha escrito este delicioso e inteligente ‘Puro glamour’, editado por la siempre atenta ‘La navaja suiza’, desde ese itinerario vital marcado por dos ciudades, su oriunda Zaragoza, a la que regresa tras unos años de estancia en Madrid; y su contexto familiar, con tres hijos que activan todo un conjunto de sinergias entre los miembros del clan.

El éxito de esta narración es el afrontarla desde la naturalidad de todo lo que sucede, sin intentar maquillar toda esa cotidianidad para hacerla más atractiva para el lector que, precisamente, en ese carácter de lo ordinario, encuentra su reflejo en muchas de las situaciones que tienen lugar en el libro. Se genera así un glamour de lo cotidiano que no esconde nada, que nos muestra cómo la vida de una mujer hoy, en una sociedad como la nuestra, sufre numerosos vaivenes en los que cada día tiene mucho de lucha y de empeño por avanzar.

Una naturalidad de lo diario que se va relacionando con el afán profesional de esa madre que intenta consolidar su interés por ser escritora, por escribir un libro que al final acaba siendo precisamente este que se coloca en nuestras manos y que leemos con esa complicidad que se establece siempre entre un lector y un escritor cuando de lo que se escribe es de la vida, de una vida compartida en muchos de sus extremos, en este caso, las preocupaciones para que esa convivencia entre lo familiar y lo social se mantenga en un lógico equilibrio y que ninguna de las piezas se venga abajo.

Para ello Aloma Rodríguez hace un espléndido manejo del humor, finísimo en muchas ocasiones que llena de ternura esos momentos tantas veces complicados en los que ese equilibrio está a punto de romperse. En otros se torna ironía y hasta sarcasmo, quizás como la única manera de entender ciertas cuestiones. Pero siempre el humor es capaz de cambiarlo todo, de barnizar nuestra realidad con una capa de comprensión ante esa incertidumbre que genera siempre todo ámbito familiar. Y en esos cambios de domicilio, de visitas de fin de semana, de periodos vacacionales asoma una mujer que piensa en su escritura, que pone ante nuestros ojos no sólo todo aquello que protagoniza su día a día, sino también todo ese magma cultural y creativo que es tan importante en una persona que se dedica, no sólo a escribir, sino a ilustrar a los demás sobre numerosas propuestas literarias desde diferentes plataformas. Eso, como a todos los que andamos en estas lides, nos lleva muchas veces a no ser capaces de disociar una cosa de la otra, a estar permanentemente estableciendo puentes entre lo que leemos y lo que sucede a nuestro alrededor.

Así es como Aloma Rodríguez, al tiempo que vive, nos propone una buena serie de magníficas lecturas que tienen mucho que ver con lo que le sucede en cada uno de esos momentos relatados y en los diferentes espacios de cambio que propicia la vida. Mudanzas, niños que crecen, estanterías imposibles de contener, seres que desaparecen, como su querido, por formar parte de su círculo personal, e inolvidable escritor para todos, Félix Romeo. Experiencias que se colmatan página tras página y que forman parte de todo proceso personal de crecimiento.

La suerte para todos nosotros es que una escritora como Aloma Rodríguez se haya detenido en ellos para considerarlos tan relevantes como para armar desde ahí una novela y para integrarnos en ese universo biográfico, tan anómalo por aquello que acostumbran otros a hacer, camuflando ciertas cuestiones que no consideran importantes o merecedoras de ser puestas negro sobre blanco, cuando, precisamente el gran mérito de Aloma Rodríguez es que eso sea motivo de escritura y la mejor vara de medir el desafío de vivir hoy en nuestras locas ciudades, en un amplio contexto familiar y con tres hijos reclamando sus diferentes protagonismos a cada hora del día.

Menos mal que tenemos la literatura como válvula de escape, como aliviadero para frenar tensiones. Aloma Rodríguez nació entre los libros de su padre, el gallego Antón Castro, periodista cultural de tronío, y también literato, asentado a las orillas del Ebro, y que puede ser quien haya puesto a Aloma Rodríguez en la pista de aquella frase que Philip Roth citaba de Czeslaw Milosz: «Cuando en una familia nace un escritor, esa familia está acabada».



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 1/04/2023


luns, 17 de abril de 2023

Trincheras íntimas

 

[Ramonismo 149]

El nuevo disco de Iván Ferreiro ejerce de acto de resistencia ante un mundo cada vez más incómodo para el ser humano



IVÁN Ferreiro llevaba siete años sin presentarnos un nuevo disco de música propia y eso, como todo en la vida, tiene una parte buena y otra mala. La mala es que nos dejó sin nuevos temas durante demasiado tiempo, aunque siempre tenemos sus trincheras de otros tiempos para guarecernos en ellas y resistir; y la buena es que el tiempo le sienta muy bien a toda disciplina artística, porque ese tiempo permite pensar, reflexionar, tener tiempos muertos, despejar la mente, distraerse de ciertas cuestiones y convertir ese Atlántico que observa desde su casa de Nigrán en un bálsamo capaz de engrasar, como pocas cuestiones, la capacidad creativa de un músico poco dado a acomodarse en conquistas por las que otros muchos transitan.

En esa buena noticia estamos porque esta ‘Trinchera pop’ que ayer mismo se presentó en Compostela en un concierto tras varios días de promoción en los medios, es una de esas bendiciones con que la cultura nos regala cada cierto tiempo. ¡Alabados siete años! Y es que estamos ante un disco que, en primer lugar, y como gran firmeza, parte de una revisión íntima del artista frente a su entorno y frente a sí mismo. Uno de esos ejercicios de sinceridad que tan bien le sientan a todo autor, pero que no son fáciles de llevar a cabo por lo que supone de enfrentarse a uno mismo.

No han debido ser pocas las horas que Iván Ferreiro ha pasado ante ese horizonte preguntándose dónde estamos y donde estoy yo, dándose cuenta de que este mundo es cada vez un lugar más extraño y más incómodo para las personas, más aún, para aquellas que intentan comprender, analizar y posteriormente hacer de ese entorno germen para sus creaciones. Así es como nos encontramos este puñado de canciones, diez muestras de rebeldía de quien quiere sacudir ese océano para que nos despierte del sopor en que parece que cada vez nos instalamos de manera más cómoda. Diez canciones para ser fuertes, diez canciones para no rendirnos, para resistir y, sobre todo, diez de esas ‘Canciones para no escapar’, como se titula la soberbia canción de arranque del disco en la que uno se refugiaría no siete, sino veinte o treinta años, en ese reclamo cómplice del artista que nos presenta su lugar de creación como una trinchera desde la que hacerse fuerte, desde la que establecer la distancia necesaria con la sociedad para no caer en lo traumático y donde generar un espacio de libertad en el que, a su propio acto creativo, le suma un sinfín de productos culturales que son los que generan esa simbiosis entre belleza, elemento siempre irrenunciable, y la capacidad para activar el pensamiento y el compromiso.

Ese compromiso es el que emerge en la siguiente canción, ‘La humanidad y la tierra’, puro estremecimiento para la generación que acabamos de superar los cincuenta años de vida por esa atmósfera inicial que te adentra en las propuestas ecologistas de Félix Rodríguez de la Fuente quien, como un demiurgo, nos hablaba hace décadas del medio ambiente y de la necesidad de su preservación. Y aquí estamos ahora, con un mundo contra las cuerdas, con una naturaleza extenuada, con el interior de esos peces atlánticos atestado de plásticos y enarbolando la bandera de la suciedad como la que unifica a todo este planeta. Continúa el arranque del disco con otras dos canciones alucinantes, ‘Dejar Madrid’ y ‘En el alambre’, dos de esos conmovedores recorridos íntimos por geografías, heridas y equilibrios que cuando se rompen pueden hacer de ti mil pedazos. Y es que de nuevo Ivan Ferreiro, junto a su hermano Amaro, convierte esas letras en auténticos relatos existenciales, en un cúmulo de vivencias que te llevan a aproximarse a todo lo que sucede en sus canciones de una manera muy especial, y todo ello sin dejar de experimentar, de probar nuevos sonidos electrónicos que surgen de esos teclados con los que habitualmente se rodea Iván Ferreiro, convertidos en la última trinchera: «Puede que mi casa sea una trinchera pop», nos dice en su disco, y desde esa trinchera es desde la que nos habla un Iván Ferreiro que observa este mundo cada vez más extraño para el ser humano, insoportable en su faceta política, económica y muchas veces hasta social, encontrando un aliviadero a esas tensiones en diferentes ámbitos de la cultura a la espera, como no, de esa belleza terapéutica. ‘Gran columpio’, ‘Pinball’, ‘Los puntos de Lagrange’, ‘Miss Saigon’, La gran belleza y la juventud’ y un remate épico, ‘En las trincheras de la cultura pop’, completan este disco resistente, ignífugo ante la masiva combustión de lo que somos, y que, finalmente, sólo confía en la necesidad.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 25/03/2023

martes, 11 de abril de 2023

Aprender la pérdida

 

[Ramonismo 148]

'Los daños’ emerge de lo vivido como una gran ballena blanca sobre cuyo lomo observar los rasponazos del tiempo


ESTREMECE adentrarse en el libro de poemas de Lorenzo Oliván, ‘Los daños’, editado por Tusquets, por aquello de reconocer a un hombre que no duda en buscar, en diferentes horizontes, la explicación a un presente que necesita revisar un pasado en el que las heridas son la dimensión que permite calibrar cuál es su estado actual.

Recorre todo el libro un sentimiento de desconsuelo y de desconcierto que precisa encontrar esa brújula que adquiere un carácter terapéutico a la hora de establecer un nuevo horizonte vital. De nuevo asoma la palabra horizonte y es que este poemario si algo es es un libro de horizontes. Y no es extraño en un poeta que, nacido en Castro Urdiales, tiene ante sí un inabordable horizonte desde esa costa cántabra convertida en permanente atalaya hacia lo inesperado. En esa sensibilidad permanente ante la sorpresa emerge una ballena, digamos blanca, en forma de pasado, en forma de una superficie que volver a rastrear para encontrarse a uno mismo.

Pocas dudas tenemos ya sobre la poesía como ese lugar en el que encontrar las palabras para aquello que muchas, demasiadas veces, no sabemos nombrar o explicar. Un permanente ajuste de cuentas con la realidad donde su autor exorciza demonios y conjura sombras para poder liberar su mirada de todo aquello que le puede perturbar ante lo que se reconoce sobre aquel níveo lomo.
A pocas horas de festejar su día Lorenzo Oliván la celebra como lo viene haciendo desde aquellos primeros libros publicados en los años noventa, con los que se sucedieron diferentes premios, como el Nacional de la Crítica en 2015, por su ‘Nocturno casi’. Traductor de referentes como John Keats o la inmensa Emily Dickinson, de la que aguardamos con impaciencia la publicación el próximo mes de su antología ‘Una ardiente bruma’, dirigida por Lorenzo Oliván, en Edelvives. Ha realizado una valiosa labor ensayística alrededor de nombres como el de José Hierro, tan ligado a Santander, siendo también promotor de revistas y ciclos de poesía. Por lo tanto, pocos nombres nos vienen mejor para rendir cuentas ante la poesía en estos días, vínculo que Lorenzo Oliván corona ahora con este espléndido libro, sin duda, uno de los más sólidos publicados en nuestro país en los últimos tiempos.

De nuevo en él, Lorenzo Oliván trabaja de manera estudiada su estructura, con ese primer poema que abre una especie de espacio tiempo, una distancia con ese horizonte que se mantendrá en permanente tensión a lo largo de las páginas sucesivas. El segundo de los capítulos, ‘Raíces’, comienza con varias prosas aludiendo a nuestro origen, al sentido y la necesidad de expresión del hombre primitivo. Cavernas, manos impresas en sus paredes o el barro como materia permiten abrir todo un itinerario temporal que hace de los sentidos y la creación los dos extremos de un paréntesis con el que puntear esa línea del horizonte, sobre él la naturaleza y las propuestas artísticas de nombres como Bach, Tapies, Chillida o Balthus, convierten arte y naturaleza, con la inmensa figura del árbol, en yesca que alumbre en la oscuridad y firme compañía ante la incerteza.

Continúa el libro con ‘Los daños’ para hacer de este hatillo de poemas una sima en la que entender que «vivir consiste en aprender la pérdida» y que «la piel-hoy más que nunca-es lo más profundo», dos frases en las que uno se acogería eternamente y en las que se entiende ese don de la poesía para visibilizar aquello de lo que normalmente rehuimos de manera cobarde, porque sabemos que nombrar es nombrarnos también a nosotros.
Tras reconocer una serie de huellas, de caminos, silencios, oscuridades e intemperies, llegamos al desenlace, a un ‘Final en desbandada’ que no deja de ser el último horizonte: la «persona en ruinas», el «yo saldado», el «absurdo atlante de mí mismo» , escribe el poeta, en una emocionante afirmación de la sombra con la que luchamos y que precisa ser alumbrada. Para ello la poesía hace su milagro, el de ver donde los demás no vemos, el gestionar una realidad desde una perspectiva no planteada y que estos días celebramos como cada 21 de marzo.



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 18/03/2023

martes, 4 de abril de 2023

Leer en las ventanas

 

[Ramonismo 147]

Menchu Gutiérrez hace de ‘La ventana inolvidable’ un recorrido por las ventanas que nos acompañan en la vida



SON parte esencial de nuestro día a día y es posible que nunca hayamos reparado en ello. Las ventanas de nuestras viviendas, las ventanas de las oficinas en las que trabajamos, las ventanas de los trenes o de los vehículos en que nos movemos, ventanas, ventanas y más ventanas que nos vamos encontrando a lo largo de nuestras vidas en los más diversos contextos y situaciones.

En ellas sí que se ha fijado la escritora madrileña Menchu Gutiérrez, como principal activo de su novela ‘La ventana inolvidable’, editada por Galaxia Gutenberg, y que ha sido reconocida con el Premio de Novela Ciudad de Barbastro con un jurado compuesto, entre otros, por Marta Sanz, Edurne Portela, Manuel Vilas o Ignacio Martínez de Pisón, lo que ya, a priori, te pone en alerta ante lo que te puedes encontrar en su interior con un sanedrín de esta entidad y, ciertamente, una vez que abres la propia ventana con que se presenta el libro, nos adentramos en una narración realmente original por esa metáfora que supone el ver y entender la vida a través de una ventana, agitar esa sensación de observador permanente o hacernos pensar en tantas secuencias de la vida que quedan impresas en ellas, tanto por un lado como por otro.

A través de esas ventanas, de esa dialéctica interior-exterior se genera un relato que, con la piel de novela, acoge en su interior diferentes géneros, ya que hay también mucho de ensayo y no poco de un tono lírico que le concede un carácter íntimo y sensorial, engrasándose perfectamente todos ellos y haciendo del libro todo un itinerario vital plagado de emociones a partir de esas oquedades que se abren en nuestros muros y que desde la infancia se convierten en el umbral que superar frente a todo aquello que acontece fuera. Son las ventanas espacios del descubrimiento, atalayas del interés humano por conocer, por relacionarse con un exterior que progresivamente va formando parte de nosotros mismos.

También las ventanas son protección, decisiones que nos llevan a ampararnos tras ellas frente a nuestra dudas y temores. Menchu Gutiérrez abre ante nosotros un impresionante catálogo de posibilidades de estas ventanas y cómo ellas nos han acompañado en nuestras vidas. Ese tamiz de luz y de oxígeno desempeña un papel realmente relevante en todos nosotros y la novela si algo provoca en el lector es, precisamente, el valorar esa condición de un elemento mucho más importante de lo que acostumbramos a considerar. Ese velo con el exterior se va definiendo a través del tiempo y su protagonismo en determinadas situaciones, en su utilización en diferentes tipos de construcciones o en los medios de transporte, pero, quizás, por encima de todas ellas sean en nuestros sucesivos cambios de viviendas en los que las ventanas se presentan como los grandes testigos de nuestras propias vidas.

Es en ese contexto en el que el libro alcanza su tono más poderoso, el que vincula una ventana a un reconocimiento exterior, también a la búsqueda del amparo ante una nueva etapa vital o al confort que supone una vez que te has hecho con ese nuevo espacio. Desde la niñez hasta los últimos días de nuestra existencia miramos a través de las ventanas para convertir nuestras miradas en un desfiladero por el que conectarnos con ese exterior. A través de ella vemos, sentimos, respiramos, analizamos... en definitiva, nos relacionamos con nuestro entorno desde el amparo que ella genera en nosotros.

Menchu Gutiérrez hace de esa idea motriz todo un relato lleno de virtudes, de riesgos que fructifican en una narración que rápidamente te envuelve desde el deseo de entender cómo se resuelve ese reto de hacer de la ventana un leitmotiv que se intuye no tendrá demasiado recorrido, pero del que la autora sabe extraer numerosas y sorprendentes posibilidades, anulando ese presentimiento.

Lo cierto es que, tras su lectura, aproximarse a una ventana nunca ya será lo mismo, al cumplir la literatura su misión de observar la realidad de distinta manera a cómo lo hacemos a diario. Las palabras son las que nos sitúan ante el misterio que las rodea, ante la revelación de una posibilidad que ahora es novela.

«Piensa en una ventana, ¿la ves cerrada o abierta?»



Publicado en Revista. Diario de Pontevedra 11/03/2023